1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

el uno y el otro ; una historia de 1930, en Santa Clara, Cuba

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por jmacgar, 14 de Julio de 2012. Respuestas: 1 | Visitas: 589

  1. jmacgar

    jmacgar Poeta veterano en el portal

    Se incorporó:
    13 de Diciembre de 2011
    Mensajes:
    12.573
    Me gusta recibidos:
    8.351
    Género:
    Hombre
    EL UNO Y EL OTRO
    [​IMG] [​IMG]

    EL UNO Y EL OTRO

    En medio del enorme crack que sufrió la economía Norteamericana en ese negro octubre de 1929 que pasó a la Historia como la mayor caída de las bolsas, un vendaval que arrojó a tantos desde los pisos más altos de los rascacielos de Wallstreet, una gigantesca crisis en la que quebraron muchos bancos y se produjo el hundimiento de miles empresas y la miseria de millones de personas, en medio de aquel infierno, Santa Clara era una privilegiada ciudad en la caribeña isla de Cuba donde parecía que aún esos efectos no se habían hecho notar. La cosecha de caña no había sido mala, ni en ese fatídico año ni en el siguiente; Allí no faltaba trabajo y se podía vivir con relativo desahogo y tranquilidad.

    Pero la desgracia ronda a veces hasta los lugares más apacibles y las tormentas que se ciernen dentro de las cabezas de los hombres pueden tener terribles consecuencias…

    Santa Clara, Cuba 1.930

    Se cuenta que ese año sucedió allí, en un barrio cercano a un ingenio azucarero, la siguiente historia :

    Aquella tarde los dos salieron de la plantación de caña como era habitual, cuando apenas quedaba ya sol. Entre todos los demás, ellos lucían tan iguales que les confundían. ¡Es que eran iguales!; alardeaban y presumían de ello.

    Ese día era fin de semana y último día de mes, así que pasaron por la oficina del encargado de la plantación que les dio el sobre con la paga. No fueron ni por la mugrienta buhardilla a cambiarse ya que nadie les esperaba allí ; Rosa tenía a su madre enferma y se había ido a Camagüey, así que se encaminaron directamente a la cantina.

    Al llegar, empujaron las puertas abatibles y se pararon juntos a la entrada mirando al salón como buscando un hueco donde meterse. Entre el humo y la bulla de las mesas repletas de jugadores de cartas se dejaba oír el laúd y la voz de Manolo el canario, que cantaba y tocaba los puntos guajiros como nadie. Justo al entrar ellos, por esas cosas que el azar tiene, Manolo estaba cantando las siguientes estrofas de uno muy popular que decían así :

    ….Un hombre se me acercó
    Y en la puerta se paró
    Y me dijo con voz clara
    “Preséntese en Santa Clara
    al primer juez de instrucción.
    Dígame, amigo Escobar
    Qué cosa encuentra más fácil
    Casarse o ir a la cárcel
    O en qué va a terminar “…

    Ellos continuaron hacia la barra que estaba al fondo, con aquella ropa blanca y sucia por el trabajo, sus machetes enfundados al cinto, sus pasos arrogantes, sincronizados, sus sombreros colgados a la espalda y su donaire tan idéntico. Muchas miradas se movieron hacia ellos. Ciertamente que eran gallardos y bien plantados.

    Hoy no era día de pedir vasos; hoy había que pedir una botella.

    - ¡Una botella de ron, Marquito!-, dijo uno

    -¡Y dos vasos! -, dijo el otro.-

    Y allá que vino el negro Marquito, diligente, a atender a los sudorosos macheteros.

    -¡Hola Ángel, hola Juan!-, les dijo, sin saber muy bien a cual de los dos se dirigía cuando saludaba; - Ahí tienen el ron.

    Marquito hablaba con esa graciosa entonación que le da la gente de color al castellano.

    -¡ No se apuren que es del bueno!-, añadió antes de volver al fondo de la barra.

    Y no se apuraron. Entre tragos llenaron sus pipas con la picadura que extraían con parsimonia de las petacas, uniendo el aroma de su tabaco al ambiente cargado del salón. Se les podía ver prendiéndose los cachimbos el uno al otro y brindando con sus vasos de vez en vez, sin que se pudiese saber a santo de qué brindaban, ni de qué hablaban sin parar. Hubo incluso otra botella de ron que Marquito se aprestó a traer nada más los oyó pedirla.

    Sentados en sendos taburetes, de frente uno a otro, apoyados en la barra el uno con el codo derecho y el otro con el izquierdo y con la otra mano enganchada al cinto, ambos con sus enormes bigotes terminados en puntas hacia arriba como era usanza, y clavándose las miradas, parecían la misma imagen reflejada en un espejo.

    Se fueron de allí a altas horas de la noche. Había dejado de sonar la música y Marquito estaba limpiando los últimos vasos.

    - ¡Hasta luego Marquito, nos vamos de retirada!

    -¡Buenas noches señores, y hasta más ver! -, se oyó desde el fondo de la barra.

    Salieron juntos, cada uno con el brazo sobre el hombro del otro, como aguantándose mutuamente, aunque ni siquiera con todo ese alcohol perdían la compostura y el palmito. Viéndoles así, nadie podía adivinar la tragedia que se avecinaba.

    Atravesaron la calle oscura hasta el edificio viejo de apartamentos pequeñitos, de gente pobre, y subieron a duras penas al cuarto piso donde estaba la buhardilla. Una vez dentro se sentaron a hablar. Parecía que todavía tenían ganas de seguir con la conversa; por eso y porque lo quiso el diablo cabrón cornudo que maneja el destino, salió el asunto de Rosa; y el asunto de Rosa fue que, empezando de a poquito, se hizo una riña grande y violenta, como parece que sólo pasa tan fuerte cuando los que discuten son de la misma sangre. Y si además hay alcohol juntado con celos pues más leña pa´ese fuego.

    Se oyó mucho ruido allá adentro, y algún grito también.

    A la media hora, uno de ellos bajó las escaleras, peldaño a peldaño, como si tuviese que pensar cómo hacerlo para no caerse, apoyándose con una mano en el barandal y con la otra apretándose el vientre, allí donde la camisa lucía una mancha roja. Las fuerzas no le acompañaban.

    Atrás quedaba el reguero de sangre que iba dejando tras de sí, como una pista de vida que se derramaba por el suelo, una pista para quien quisiera encontrarlo. Total, ¡Qué importaba ya que lo encontraran! En este día, que no tenía que haber amanecido, el machete había hecho algo más que cortar caña. Arriba, en ese maldito aposento de mierda, sobre el suelo, estaba su hermano en un charco de sangre; No podía recordar cuantas veces había hundido el machete en su carne, ni sabía cuántos de esos golpes habían sido mortales, lo único que sabía a ciencia cierta era que lo había hecho él, él mismo...; los celos y el alcohol son el diablo, amigo, ¡El diablo!, y ella era su vida, la vida roja que se le escapaba ahora por la herida y que iba vertiendo escaleras abajo.

    Antes de salir de aquel espanto había querido mirarlo por última vez allí, tumbado boca arriba. Se agachó, cogió el sombrero que estaba en el suelo junto a él y se lo puso sobre la cara. A los muertos hay que taparles la cara, pensó.

    Llegó a la calle que seguía oscura, oscura como boca de lobo, y caminó por la acera pegándose a las paredes para no caer, con la mano sobre la herida que sangraba abundante.

    ¡Ese perro rabioso se resistió bien, como lo hubiera hecho él mismo!; por algo eran hermanos, por algo habían nacido el mismo día, por algo se parecían tanto que esa…, esa cualquiera se había enamorado de los dos como si fueran uno sólo. Pero en esa finca no cabían dos capataces.

    Siguió andando tambaleante; Ahí más adelante había una plaza con unos arbolitos y unos bancos de piedra; Tenía que llegar allí; necesitaba sentarse; Le flaqueaban las piernas. Pasó ante un ventanal cuya luz iluminaba un pedacito de la acera oscura; Se paró ante la claridad, quitó la mano de la herida y se levantó la camisa; se asustó; no pensaba que fuera tan grande el corte; ¡Vaya!, Al parecer su hermanito había sido muy certero a pesar de alcanzarle sólo una vez con su machete. Podía sentir el tibio líquido bajar entre sus genitales, muslos abajo, buscando el suelo.

    Siguió camino de la pequeña plaza; casi a trompicones llegó al primer banco de piedra y se dejó caer sobre la losa fría; Se acurrucó como un niño y se colocó el sombrero sobre la cara porque, si ese iba a ser el lugar donde se acabaría todo, no quería que la gente por la mañana viera su tez verde de muerto allí, tumbado. A los muertos se les tapa la cara.

    Mientras seguía corriendo la sangre, que ahora goteaba de la losa de piedra al suelo, y mientras su vida se iba con ella, los pensamientos, cada vez más perezosos, se pusieron a dar vueltas por su niñez, la niñez de los dos; desde chiquitos siempre juntos, donde iba uno iba el otro; La verdad era que siempre lo habían compartido todo. La gente los confundía y ellos se aprovechaban de eso para hacer trastadas; incluso en sus conquistas de mozos gentiles, más de una vez se las habían ingeniado para intercambiarse las muchachas sin que ellas se enteraran. Eran otros tiempos y sólo buscaban divertirse. Pero cuando encuentras a una y la quieres de veras... ¡eso es otra cosa! Y él quería mucho a Rosa, ¡Mucho!, como para prestársela a nadie, ni a su hermano.

    El frío le estaba subiendo lentamente desde los pies. Quizás era el maldito banco que estaba tan helado…o quizás era la dama negra que va llegando así, sin hacer ruido.

    Ahora sí estaba seguro de que su hora había llegado. En medio de la dulzura que produce la muerte que viene pisando suave cuando se pierde tanta sangre, otro pensamiento le sobrevino: aquel pendejo de la buhardilla había nacido primero, al menos así se lo habían contado. Justo es, entonces, que se hubiera ido primero.

    Ya casi delirando masculló :

    - Y ahora voy yo; juntos llegamos y juntos nos vamos. Así debe ser.

    Ese pensamiento le hizo gracia, una gracia que le marcó la última sonrisa en los labios y que se fue convirtiendo en un rictus; El rictus con el que le iban a encontrar al día siguiente, cuando la policía quedó sorprendida por el cadáver sobre el banco, con el rostro cubierto por su sombrero de machetero que le retiraron para identificarlo.

    - ¡Es uno de los gemelos del ingenio de azúcar! - dijo Arcadio, el joven policía que acompañaba al cabo que había llegado en esos días a Santa Clara recién destinado desde La Habana.

    -Ah, ¿Tú lo conocías?

    -Sí, mi cabo. Éste y el hermano eran muy conocidos en el pueblo, siempre andaban juntos.

    Se fijaron en la acera y vieron el rastro de sangre. No tuvieron más que seguirlo para llegar a la buhardilla y encontrar el cuerpo del otro sobre un charco de sangre; Los machetes ensangrentados parecían haberse puesto de acuerdo para formar una especie de cruz en el suelo, junto a él. También tenía la cara tapada con un sombrero de machetero, vestía igual que el anterior y, al dejar su rostro al descubierto, vieron ¡Al otro gemelo!.

    .-¡Virgen de la Caridad del Cobre!, - dijo el cabo sin apartar los ojos del hombre tendido en el suelo - ¡Si es que son igualitos!. Oye, Arcadio ¿Cómo se llamaban?

    - Uno Ángel y el otro Juan, Señor.

    - Pues, ¡Por todos los diablos! -, dijo llevándose la mano a la cabeza, - ¿Quieres que te diga algo?, Creo que va a ser difícil saber quién es quién, muchacho, porque en cada punta del reguero de sangre parece que hay el mismo hombre. ¿Tú los distingues, Arcadio?.

    - No mi cabo; Nunca llegué saber muy bien quién era uno y quién el otro, y todo el mundo sabe cómo les gustaba a ellos jugar a confundirnos. Sólo sé que vivían juntos aquí y que hace unos meses vino a vivir con ellos una tal Rosita, de Camagüey ... La gente murmuraba cosas...

    - Pues busquen a la tal Rosita, ¡Coño!, a ver si ella sabe qué diablos ha pasado aquí y, ¡Arcadio!, llama al juez de instrucción y dile que tenemos dos muertos iguales.

    El juez ordenó el levantamiento de los cadáveres y su custodia en la morgue hasta que alguien viniera a identificarlos.

    Rosa tuvo que regresar urgentemente de Camagüey a Santa Clara, pero no supo, o no quiso, decir quién era quién. Solo dijo, entre sollozos, que los dos la querían mucho y que ella los quería mucho a los dos. No aclaró nada más.

    Ahora, en el cementerio de Santa Clara, descansan los dos juntos, en la misma fosa; Así no hay problemas en la lápida, donde se puede leer:

    +

    R.I.P.

    Ángel y Juan G.P.

    1898 -1930

    Rosa les tendrá

    siempre en su recuerdo.

    o-o-o
    Dicen que Rosa, embarazada, volvió a Camagüey con su madre.

    Probablemente ni ella misma supo nunca quién de los dos hermanos dejó descendencia.

    El último capricho que el destino hizo en esta historia fue darle a Rosa dos gemelos varones en el parto.
    ------------------------
     
    #1
    Última modificación: 19 de Octubre de 2017
    A Eratalia le gusta esto.
  2. Eratalia

    Eratalia Con rimas y a lo loco

    Se incorporó:
    21 de Enero de 2014
    Mensajes:
    8.658
    Me gusta recibidos:
    10.888
    Historia interesantísima, que he leído de cabo a rabo en un santiamén, trágica y fatal, como el destino que los mantuvo unidos en la vida y en la muerte.
    Bien escrita, como siempre.
    Abrazos.
     
    #2
    A jmacgar le gusta esto.

Comparte esta página