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El valiente. (Mi primer cuento)

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Agustín ab, 19 de Marzo de 2024. Respuestas: 6 | Visitas: 175

  1. Agustín ab

    Agustín ab El deber no es el éxito, es la lucha.

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    (Para el que le sirva la música mientras lee, le dejo esta).










    -Otra ronda, muchachos?- Grita el pulpero con ímpetu.

    Entre aquellos muchachos, que ya no eran tal, sino más bien hombres que ya pintaban canas, se encontraban: los hermanos Iturralde, Elvio y Ricardo; ambos tractoristas de la Constancia; el molinero larroude; el viejo Martin, dueño de un ramos generales; Alfonso, el doctor del pueblo que andaba por el campo aquella noche, debido a su labor; y por último, don Eustacio, encargado de un campo vecino.

    Regularmente se juntaban los viernes y sábado por la noche, quedándose hasta altas horas de la madrugada jugando al truco, tomando ginebra y fumando particulares.

    La esposa del pulpero, doña Olga, troceaba en rodajas algún chorizo seco, queso o panceta, acompañando con alguna galleta de campo y una buena damajuana de tinto.

    Los matungos y sulkis esperaban afuera. El tordillo de Ricardo volvía solo, con éste ebrio acuestas todas las noches. Mientras su hermano Elvio volvía sin caballo, andando en cuatro patas hasta su rancho. Por lo que no necesitaba de ningún medio para su vuelta.

    La noche seguía entre carcajadas, retrucos, brindis e insultos.

    Era una helada noche de junio, dónde a la mañana los pastos blanquean y, la escarcha en zanjas y bebederos, era de varios centímetros de grosor.

    El manto de densa neblina tapaba todo el pueblo y apenas se divisaba a tres o cuatro metros. La única guía eran los pocos faroles que alumbraban el camino y las luces de algunas casas a lo lejos.

    Entrando la madrugada poco a poco y ya bastante copeteados, comenzaron a narrar historias de fantasmas y apariciones. Algunas eran las ya conocidas en el pueblo con alguna exageración, como ocurre casi siempre y en cualquier ámbito; otras eran totalmente inventadas. Todos se escuchaban con atención y temor, con excepción de el molinero Larroude. Él parecía no darle importancia alguna a las historias que contaban los demás. Miraba su copa de tinto, que sostenía en la mano diestra, apoyado sobre la pared del boliche, y sobre la zurda, un cigarro. Su cara era férrea, sus ojos grises no reflejaban ni alegría ni tristeza, era como mirar a la nada misma. Tenía un gran bigote tupido canoso, amarillento en el medio a causa del humo, que recorría su labio superior y caía hacia casi tocar su mentón; su estatura y contextura eran normales; siempre usaba esa misma boina negra, un pañuelo bordó, bombachas color té con leche, y unas botas negras. Hablaba poco; no tenía mujer ni hijos; vivía a unos cinco kilómetros del centro, solo acompañado por su caballo y sus tres perros.

    Se dedicaba mucho a su trabajo, era de los pocos molineros que había en el pueblo. Se trasladaba en una camioneta donde llevaba sus materiales y herramientas.

    -Che, vasco, no te da miedo nada a vos. Sos un amargado… - le dice don Eustacio.

    -No soy un amargado, lo que pasa es que no me prendo a sus idioteces. – Contesta Larroude.

    -Dale Vasco, si sabemos que te hacés el macho y sos un cobarde- Agrega de manera burlesca Ricardo.

    -A quién le decís cobarde? Querés probar a ver quien es el más cobarde entre los dos? Contesta furioso.

    -Ehh, pará vasco, es joda hombre. Además yo no hablo de pelear sino del tema que estamos conversando.

    Hagamos una cosa, si sos tan macho como decís, te desafío a hacer algo para comprobarlo- sugiere sonriendo Ricardo.

    -No estoy para tus pavadas; me tengo que levantar muy temprano para trabajar.

    Hasta mañana muchachos! – se despide Larroude.

    Termina rápidamente su copa, se pone el poncho y sale por la puerta prendiendo otro cigarro. Sube a su caballo y se pierde entre la neblina, haciendo sonar los cascos contra la calle de tierra.

    Mientras tanto, adentro siguen tomando y riendo hasta las tres de la mañana, cuando el último, Elvio Iturralde, termina la botella de ginebra. Casi estaba inconsciente. Se arroja al piso y comienza, como es de costumbre, a caminar apoyando las manos contra el suelo. Llega a su caballo que ya conoce el camino y parten para el rancho.

    El viejo Martín cierra el boliche con el candado, apaga las luces y se acuesta con su mujer.

    Una semana más tarde vuelven a encontrarse todos en el mismo lugar a la misma hora.

    Larroude y Ricardo se miraban. Ni el alcohol ni el pasar de los días borraron lo ocurrido; ambos recordaban perfectamente el reto, que solo Ricardo sabía.

    Larroude no deseaba confrontar, era consiente de la estupidez de la situación, pero su hombría y orgullo se lo exigían. La intriga de saber cuál era el reto también lo entusiasmaba.

    La noche transcurrió serena hasta que, Elvio mencionó que, anoche cuando iba para su casa, vió un ánima que flotaba por los campos.

    - Creo que era la luz mala… Eso me pasa por andar a esas horas – murmuraba Elvio.

    - Mala fue la borrachera que te agarraste y eso te pasa por chupar sin freno- respondió el viejo Martín.

    Todos rieron a carcajadas, menos, como de costumbre, el inmutable Larroude.

    Ricardo agazapado esperó toda la noche por ésta oportunidad y agregó con malicia:

    - Che, no hablen de apariciones que acá el Vasco se mea encima-

    El vasco Larroude lo miró como para asesinarlo. Su rostro de roca no podía controlar la furia de sus ojos, que se volvieron de fuego en un segundo. Apretaba la boca y rechinaba los dientes, friccionando como sierras; hasta parecía caérsele aserrín por las comisuras de los labios.

    Llevó veloz la mano diestra hacia la cintura y sacó a relucir su gran facón de plata, que había sido regalo de su difunto padre; se abalanzó en búsqueda del provocador.

    Ricardo se paró, tomó la pesada silla de madera y la utilizó de escudo, con las patas hacia Larroude. La hoja del facón atravesó como papel la gruesa madera. El vasco intentó retroceder para nuevamente apuñalar, pero quedó atascada. Ricardo aprovechó y revoleó la silla lejos. Todos se abalanzaron sobre el vasco, logrando inmovilizarlo.

    El viejo Martín ofició de intermediario, levantando la voz a ambos:

    - Que les pasa a ustedes dos, carajo! Me van a hacer pelota el boliche, viejo!

    Son hombres grandes ya, para hacer éstas payasadas…-

    - Ninguna payasada, viejo. Me faltó el respeto y no lo voy a permitir.- respondió el vasco.

    - Me echas a mí la culpa y el cagón sos vos que no aceptas la apuesta- dijo Ricardo esbozando una leve sonrisa.

    Todavía lo tenían agarrado entre varios al vasco, que al escuchar éstas palabras, se sacudía con furia para ir a buscarlo nuevamente.

    - Pero la puta, basta por el amor de Dios! – alzó nuevamente la voz el viejo.

    - Vamos a hacer una cosa, así nos tranquilizamos y arreglamos esto de una vez…- agregó.

    - Decínos cuál es la tan famosa apuesta, Ricardo.- indagó.

    - Pero preguntale si ésta vez va a ser valiente y no se va a achicar- Repuso Ricardo mirando a lo lejos al Vasco.

    - No me achico nada! Hablá de una vez y no des más vueltas, carajo!

    - Mi apuesta, para el señor que se cree tan macho y tan de acero, es que vaya ésta madrugada solo al cementerio y clave su cuchillo en algún lado; ni bien aclare estaremos allí para corroborar. Si le dá la hombría para hacerlo se ganará mi respeto y le daré mi moro a cambio- finalizó Ricardo.

    Larroude, aunque no quería (no por miedo, sino porque no le interesaba seguirle el juego a nadie) aceptó la apuesta.

    - Macanudo entonces, quedamos así.- selló el trato el vasco.

    El reloj del boliche marcaba la una menos diez de la noche.

    Noche de junio que rompía los dedos y las bocas parecían pequeñas chimeneas, que con cada suspiro, el vapor se perdía entre la densa neblina.

    El vasco tomó un buen trago de ginebra ‘Vols’; se colocó firme la ancha boina negra; se puso el pesado poncho pampa; guardó el facón y salió por la puerta prendiendo un cigarro armado.

    Acomodó el matungo, lo desató de los palos, acomodó las guascas, le acarició el morro, enganchó el pie zurdo al estribo, ladeó la pierna derecha y salió al trote para el lado del cementerio.

    Iba entre la neblina que limitaba a pocos metros la vista; afortunadamente la luna se encontraba en su máximo esplendor, aclarando bastante el camino. La tierra estaba mojada y en alguna ocasión al zaino se le resbalaba la pata, pero no había otro inconveniente en el viaje; el vasco conocía perfectamente el terreno.

    Nadie en los alrededores; ni una luz se divisaba, ni de autos ni de casas a lo lejos; solo era él, su compañero, y los ruidos de los estribos y escuerzos en los zanjones.

    La distancia hasta el cementerio era de una legua, aproximadamente. Un par de horas le llevó estar en la puerta.

    Como era de esperar, llegó; eran cerca de las tres de la madrugada; bajó de su ‘chorreado’, caminó con él hacia el costado derecho del cementerio, dónde había un gran potrero y atrás un monte; ésta vez no lo ató porque no había peligro de que se lo roben y tampoco iba a moverse sin su permiso; lo colocó bien pegado al paredón para ayudarse a cruzar; descolgó el lazo torcido, lo ató a la silla de la montura y lo revoleó al otro lado, para luego poder salir. Antes de subir, miró a los ojos a su fiel compañero, que tantas veces lo acompañó en sus soledades, y le acarició con dulzor el morro. Montó, se paró encima del lomo y ya arriba del muro, le susurró a su caballo, que lo miraba desde abajo:

    - Ya vuelvo, ‘Valiente’, y nos vamos para el rancho.–

    Ya dentro, los nichos y lápidas nadaban en neblina. Estaba totalmente desorientado, aunque la luna alumbraba con su luz de plata. Era un hombre corajudo, sin embargo, como a cualquiera, le provocaba temor y pensó seriamente en clavar el facón rápido y salirse; pero lo iban a llamar cobarde y eso no lo soportaría otra vez. Siguió caminando despacio, tratando de solo mirar hacia el frente. Siguió el caminito de piedras molidas, que con cada paso crujían y el eco repercutía a lo lejos. Un búho lo observaba en silencio desde la rama de una acacia; sus ojos reflejaban como espejos en esa noche ya sin luna, que fue obstruida por los renegridos nubarrones.

    Se topó de pronto con un antiguo mausoleo de mármol, con grandes ángeles esculpidos en los cuatro vértices del techo, tapado prácticamente en su totalidad de musgo. Tenía la puerta entreabierta; observó por dentro y había unos tres cajones al descubierto. Empujó las puertas y dió unos pasos hasta el primer cajón, sacó su facón, lo clavó fuertemente en él, dió la vuelta apurado para irse. En ese momento, sintió un firme tirón a su poncho que le heló la sangre. Murió de un infarto fulminante.

    Al aclarar la mañana, como habían acordado, llega Ricardo y el viejo Martín. Ven el caballo solo a un costado y, por supuesto, les llama poderosamente la atención. Cruza Ricardo, ya que era el más joven de los dos, y sigue el camino. A unos 50 metros encontró el cuerpo y la promesa cumplida.

    Sus caballos, sumado el moro ganado póstumamente, y su propiedad, los heredó su único hermano, que vivía en el pueblo vecino.

    Se realizó un pequeño velorio, de diez de la mañana a tres de la tarde. Todos se hicieron presente, menos Ricardo.
     
    #1
    Última modificación: 21 de Marzo de 2024
    A José Valverde Yuste, bristy y Alde les gusta esto.
  2. Alde

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    Triste, pero valiente.

    Saludos
     
    #2
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  3. Agustín ab

    Agustín ab El deber no es el éxito, es la lucha.

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    Gracias por tomarte el tiempo de leer mi primer cuento, Alde. Hace tiempo quería publicarlo pero quizá no me animaba por mi falta de experiencia. Pero qué mejor que publicarlo aquí, dónde todos compartimos una misma pasión y nos ayudamos a crecer.
    Saludos!!
     
    #3
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  4. Alde

    Alde Amante apasionado

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    Pues lo hizo muy bien.

    Saludos
     
    #4
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  5. Agustín ab

    Agustín ab El deber no es el éxito, es la lucha.

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    Muchas gracias, Alde.
     
    #5
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  6. José Valverde Yuste

    José Valverde Yuste Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Excelente cuento Agustín. Mi enhorabuena. Un abrazo con la pluma del alma
     
    #6
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  7. Agustín ab

    Agustín ab El deber no es el éxito, es la lucha.

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    Muchas gracias, José. Agradezco que te hayas tomado el tiempo de leer mi primer cuento, y ojalá el primero de muchos.
    Un gran abrazo a la distancia!
     
    #7
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