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El vendedor de libros.

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Eloy Ayer, 6 de Enero de 2024. Respuestas: 0 | Visitas: 142

  1. Eloy Ayer

    Eloy Ayer Poeta recién llegado

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    La plaza aquel día no estaba muy animada. Llovía. Las gotitas de lluvia, cual átomos de Leucipo, impregnaban el ambiente de las cosas cercanas desde el lugar donde estaban los tenderetes hasta los altos farallones amurallados que conformaban la plaza.

    Pero el vendedor de libros, al igual que todos los jueves, había desplegado allí su chiringuito como hiciera ya veinte años por primera vez.

    Se acercó una señorita con un paraguas, iba acompañada de su madre también dotada del flexible artilugio. El mismo vestido, los mismos colores, los mismos objetos brillantes.

    "La historia del mundo es igual que la historia de una plaza, nacieron al mismo tiempo y al mismo tiempo morirán". Era la frase favorita del vendedor de libros, siempre se lo comentaba a sus amigos, sus vecinos de mercado. Un lugar donde todo se pelea y regatea. Los ricos tienen colores, objetos brillantes, telas y paños suaves; los ricos tienen sonrisa, palabras amables, suaves andares. Los pobres son grises y mugrientos y siempre regañan entre ellos, "a veces son más feos que los animales", era otra de sus frases favoritas y una de ellas por las que estaba vetado, considerado loco por sus compañeros de plaza.

    "Y entre los pobres y los ricos, estamos nosotros", terminaba siempre con risas su repertorio.

    "¡Quién quiere metales, cubos, jofainas, bacinillas!". Gritaba ahí cerca el metalista mientras del fondo de su pecho y con el vozarrón, surgía una vaharada de aire caliente que espantó la mansa entropía de las gotitas de lluvia.

    _ "¿Desea usted algo señorita?", --preguntó conspicuo el vendedor de libros. La pareja había quedado bajo la atmósfera del tenderete.

    _ "Alcánzame uno de esos", --indicó la mano enguantada de la dama más mayor.

    El vendedor conocía muy bien sus libros, como si los hubiera parido, con cierta cadencia estuvo recitando: "La procesión del mundo" de Gundisalinus, "La docta ignorancia" de Nicolás de Cusa, "Guía de perplejos" del docto Maimónides".

    _ "El Gundisalinus", --le indicó la señora con el mismo gesto. La señorita permanecía a su lado debajo de su paraguas y la lona del tenderete.

    _ "Libros de imprenta señora, nada de cosas antiguas y nuevos como puede comprobar", --el vendedor le alargó el libro en cuestión.

    Si que no era un buen día de plaza, la cosa no llegaba a la docena de puestos desplegados, allí, un poco más allá y en dirección a la entrada de la barbacana, estaba el buhonero. Al otro lado de la plaza y casi invisibles por el orvallo había unos diversos puestos de comida y verduras.

    Justo en esos momentos se despedía del puesto de los metales un hombre bien habillado que había estado comerciando con el chapista.

    _"La suerte te ama si tu amas a la suerte", --le comentaba el vendedor de libros, otra de sus frases, a su vecino de plaza.

    _ "Y carro de dos caballos que usa el indiano", --comentó ufano el chatarrero.

    _ "¿Viene para quedarse?".

    _ "La gente dice que sí, pero nunca se sabe".

    _ "Arreglará entonces la antigua casa".

    _ "Que buena falta le hace".

    _Unos nacen con estrella y otros..."

    _ "Voy a quedarme con ese de ahí", --se oyó la voz de la dama mayor de la pareja, mientras devolvía al librero el que tenía en la mano.

    El vendedor cogió con maestría el libro de sobre el mostrador, lo observó con cariño unos instantes y le retiró el polvo con la manga del sobretodo. "La cena de las cenizas", de un tal Giordano Bruno.
     
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