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El viaje

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Sigifredo Silva Rodríguez, 17 de Enero de 2019. Respuestas: 10 | Visitas: 568

  1. Sigifredo Silva Rodríguez

    Sigifredo Silva Rodríguez Poeta adicto al portal

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    El viaje (En soneto y prosa)

    Contento estaba el chico por el viaje,
    eso se reflejaba en su expresión,
    lo invitaba el padrastro a su región;
    el muchacho cambiaba de paisaje.

    Si pobre era el trayecto en su follaje,
    él, lo veía hermoso en su visión;
    mas, sin imaginar que en su excursión
    lo asustaría un raro personaje.

    Le pasaron extraños incidentes
    esa primera noche de su arribo,
    que le dejó en su mente un fuerte rastro.

    Tiene, aún, las imágenes vigentes
    en su cerebro y por ningún motivo
    regresaría al pueblo del padrastro.

    El viaje

    Capítulo I

    El viaje transcurrió tranquilo, sin contratiempos, a pesar de que era un día canicular, sofocante, que laceraba la espina dorsal de la carretera, la que a lo largo de sus centenares de kilómetros presentaba total ausencia de piel bituminosa haciendo más incómodo el recorrido, desde su punto de partida, una pintoresca ciudad capital al borde del mar, hasta su punto de destino, un pueblo lejano a orillas de un caudaloso río.
    A lo largo del recorrido de la luenga, polvorienta y accidentada carretera el paisaje lucía árido, desierto, sin posibilidad de lluvia alguna; los árboles como cansados del inclemente clima, tenían sus hojas amarillentas, sus frutos marchitos, caídos como cadáveres insepultos, cubrían en gran parte la epidermis de la tierra que los circundaba y sus cortezas arrugadas clamaban por un poco de agua para mitigar su sed y sus dolencias. Las aves en el firmamento brillaban por su ausencia, solo una que otra ave carroñera volaba, ojo avizor, en busca de algún animal mortecino para calmar el hambre que carcomía su esencia misma de vivir.
    Ese era el panorama que presentaba la vía el día en que viajaban en un autobús intermunicipal Armando Armenta y Bonifacio Bonilla, padrastro e hijastro respectivamente; el autobús los conduciría al pueblo natal del padrastro, Armando Armenta, población que aún no conocía el hijastro, Bonifacio Bonilla, a la que iba con mucho alborozo para pasar sus vacaciones escolares.
    Después de 21 horas interminables de viaje llegaron, por fin, a su destino final, al pueblo de los amores de Armando Armenta, donde desempañaba el cargo de administrador de una importante empresa cervecera desde hacía varios años.
    A pesar de que toda la familia de Armando Armenta vivía en el pueblo nadie lo fue a recibir al terminal de transporte, tal vez, por la hora de llegada, 9 de la noche, o tal vez, porque él no les habría informado de su regreso.
    El pueblo a esas horas se presentaba bastante tranquilo, como adormilado por la ola de calor que lo azotaba por esa época; pueblo de pescadores que acostumbraban acostarse temprano para comenzar muy de madrugada a extraerle al río sus frutos con el que alimentaban y sostenían con su comercialización a sus proles; era una tierra de curtidos pescadores, aunque también tenía un comercio artesanal algo desarrollado.
    Este como todos los pueblos de la región era muy devoto y en extremo superticioso, donde se escuchaban toda clase de leyendas de muertos, de mitos, de apariciones, tales como la llorona, el espanto, el mohán, etc.
    Olvidaba mencionar que el lugar en donde trabajaba Armando Armenta estaba ubicado en pleno centro del pueblo, era un gran depósito de cerveza con una pequeña oficina incorporada, que quedaba en la parte baja de un viejo edificio; este inmueble estaba sometido, sin piedad, al trajinar bullicioso y ensordecedor del día, bullicio que aplastaba las membranas auditivas de sus habitantes, lo que les ocasionaba una sordera prematura.
    El vetusto edificio en donde se encontraba el depósito de cerveza constaba de cuatro pisos; una edificación, repito, antigua, de unos cien años de construido, lugar que se decía fue, en otrora, un cementerio indígena y de negros esclavos.
    El portón por donde entraban los camiones a cargar y a descargar las canastas de cerveza quedaba en la esquina izquierda del norte del edificio; esa parte del inmueble dada frente al río, los separaban una treintena de metros; entre ellos se hallaba una plazoleta antigua con una fuente de agua en el centro y al lado había una estatua del fundador del pueblo. La plazoleta tenía árboles y palmeras a su alrededor que refrescaban y embellecían el paisaje, con numerosas bancas de madera en su entorno para deleite y confort de los habitantes del sitio.
    Por el costado izquierdo de la edificación, o sea, por el occidente del edificio el que daba con una calle peatonal, de recuerdos históricos, a 40 m. del portón de entrada de los camiones, se alzaba la puerta principal, puerta de un metro de ancho, la que daba acceso no solo a la bodega-oficina que administraba Armando Armenta, sino que también servía de comunicación a los pisos superiores. Describiendo o detallando con más precisión esta parte del edificio se podría decir que al cruzar el umbral de la puerta principal nos hallábamos en un pasillo o corredor rectangular, de un metro de ancho, el ancho de la puerta principal, por dos metros de profundidad; a partir del extremo de esos dos metros se alzaba una escalera de madera, de un metro de ancho, igual al ancho del corredor, escalera que comunicaba los pisos superiores. A la izquierda del pasillo o corredor a un metro de la entrada había otra puerta de 80 centímetros de ancho, puerta que utilizaba siempre Armando Armenta para entrar a su pequeña oficina, la que quedaba en el interior de la bodega, como ya había mencionado.

    Capítulo II

    Armando Armenta, en compañía de Bonifacio Bonilla, abrió la puerta principal con un código que solo conocían los que allí vivían, encendió la luz del corredor e acto seguido abrió la puerta que daba acceso a su oficina, en ese preciso momento sonaba en el campanario de la iglesia las 9:30 de la noche. La bodega aunque grande, de unos 1.600 m², era sombría, bastante húmeda, poco propicia para permanecer largas horas en ella, además, el olor que allí reinaba a causa de la fermentación o descomposición de los residuos de cerveza dejados en las botellas producían un gran malestar en las zonas abdominales y respiratorias que provocaban una especie de náusea, eso fue lo que sintió Bonifanio Bonilla al entrar en ese sitio, tal vez, no así, a Armando Armenta, habituado a esa atmósfera.
    La pequeña oficina donde despachaba Armando Armenta quedaba a la derecha de la entrada principal de la bodega; era una oficina de unos 6 m. de fondo por unos 4 m. de ancho, era bastante confortable, disponía de aire acondicionado para contrarrestar el sofocante calor, un gran escritorio con su silla giratoria, un ordenador de mesa como otro portable, archivadores, en fin, disponía de todo lo necesario para ejecutar o llevar a cabo de manera cómoda su labor como administrador. Además, tenía un catre de tijera en caso de tener que quedarse a dormir.
    No se sabe por qué motivos Armando Armenta le dijo a Bonifacio Bonilla que se quedara un momento en la oficina mientras él iba a hacer una visita, algo extraño a esas horas y además por ser Bonifacio Bonilla el invitado, lo natural y lógico era que lo llevara, a no ser que por la corta edad de este no lo pudiera llevar al sitio donde Armando Armenta iba, aconsejándole que en caso de sueño se acostara en el catre de tijera.
    Armando Armenta partió a las 10 de la noche quedándose solo Bonifacio Bonilla en esa inmensa bodega llena de canastas de cervezas la mayor parte vacías, las que producían ese olor pestilente. Alrededor de las once de la noche y en vista de que Armando Armenta no regresaba, Bonifacio Bonilla resolvió acostarse, por lo que abrió el catre, fuera de la oficina, entre esta y la puerta de entrada, se acostó con ropa y todo durmiéndose casi al instante.
    Lo despertó el repiqueteo de las campanas de la iglesia que anunciaban las doce de la noche, cosa que Bonifacio Bonilla corroboró al ver un reloj que colgaba cerca de la puerta de la entrada. Eso le llamó la atención y posiblemente algo lo impresionó, se extremeció de hombros y al ver que no llegaba aún Armando Armenta se armó de valor y decidió volverse a dormir. En el momento en que estaba quedándose dormido sintió un ruido estruendoso que lo hizo saltar del catre y quedar de pie; miró en su entorno, vio las columnas de cajas de cerveza que se alzaban hasta el techo y que ocupaban casi en su totalidad el área de la bodega, reflexionó un poco y con el propósito de darse ánimos pensó en voz alta:
    -"En esta bodega las ratas que deben haber no solo serán muchas sino muy grandes, seguro que ellas han sido las que han provocado ese ruido". Eso lo tranquilizó un poco. Sin embargo, el ruido que él había escuchado era como cuando caen al piso botellas vacias desde lo alto quebrándose en mil pedazos al contacto con el suelo; era un ruido propio de vidrios al hacer contacto con algo sólido y no propiamente el ruido que producirían unas ratas al tropezar con un material como el vidrio; no obstante, la conclusión a la que llegó el chico lo calmó bastante, por lo que resolvió acostarse nuevamente.
    No habían pasado más de quince minutos del primer evento, cuando nuestro amigo vuelve a sentir algo extraño, algo no muy normal que le sacudió todas las fibras de su ser. Estando a punto de volverse a dormir, sintió como un escupitajo calló pleno en el suelo, al lado derecho de la cabecera del catre; miró automáticamente hacia ese lado pero para su sorpresa no había nada, el piso estaba limpio, no había ninguna seña de escupitajo, por lo que dijo:
    -¡caray!, ¿qué está pasando aquí?
    - No me parece muy normal todo esto.
    -¿Será que estoy soñando o será realidad?
    Sin embargo, se volvió a armar de valor y volvió a acostarse.
    El ambiente era denso, caluroso, poco propicio para dormir, no obstante, el muchacho se quedó profundamente dormido, tal vez, a consecuencia del viaje. En el preciso momento en que tanto en el reloj de pared como en el campanario de la iglesia sonaban las tres de la madrugada otro evento sacudió al espíritu del muchacho Bonifacio Bonilla; fueron tres sucesos, casi simultáneos, que destrozaron definitivamente los nervios del chico.
    El primero de esos tres eventos lo sintió el chico cuando se encontraba en un sueño plácido, relajante, tranquilo. El chico soñaba que volaba por los aires como cóndor que dominaba el espacio, desplazándose con autonomía y sin limitación alguna por toda la bóveda celeste; desde las alturas alcanzaba a ver la majestuosidad y redondez de la tierra, ligeramente achatada en sus polos, la que la iglesia antigua consideraba plana, inmóvil y centro del universo, aquellos que se atrevían a contradecirla se exponían a morir en la hoguera.
    Encontrándose, el chico, en ese éxtasis maravilloso fue despertado por un movimiento oscilatorio del catre, movimiento que lo hacía ascender y descender brusca y rápidamente; como un resorte, saltó del catre quedando de pie, sin pensarlo dos veces se dirigió hacía la puerta para liberarse de esa extraña e incomprensible situación, pero en el preciso momento en que giraba la manija de la puerta, del exterior, escuchó el ruido que hace una piedra de cierto tamaño que descendía escalera abajo; quedó petrificado, no sabía si abrir o quedarse ahí, detrás de la puerta. ¿Una piedra arrojada escalera abajo a esas horas de la madrugada? ¡Cosa de locos! El muchacho temblaba del pánico que le ocasionaba todo aquello, tenía todo su cuerpo frío a pesar que la temperatura ambiente eran de 35 grados centígrados. Sin embargo, respiró profundamente, se armó de valor y con un movimiento rápido giró la manija, abrió la puerta. Quiso ver en qué lugar podría estar la supuesta piedra que escuchó descender desde lo alto de la escalera, pero para sorpresa de él lo que vio en ese momento fue a un hombre alto, de tez morena, fornido, de unos 85 kilos, descender por las escaleras. El hombre elegantemente vestido con pantalones y saco a rayas verticales de color azul oscuro, corbata roja con pisacorbata o pasador, mancornas, sombrero negro, paraguas negro que le colgaba del brazo derecho, brazo que le cruzaba el pecho en forma de ángulo, zapatos negros pulcramente lustrados. ¿Un hombre con esa indumentaria en una noche calurosa y sin atizbo de llover? El chico de la impresión que le causó esa extraña figura solo alcanzó a decir:
    -¡Buena noches, señor!
    Pero el hombre no le respondió, ni siquiera lo miró.
    El muchacho mecánicamente cerró la puerta y corrió a encerrarse en la oficina sin ponerse a ver para dónde se dirigía el misterioso hombre a esas horas de la noche y en esa forma de vestir en un pueblo en donde la gente andaba siempre en camisa de mangas cortas a consecuencia del fuerte calor reinante durante los 365 días del año.
    El muchacho no volvió a pegar los ojos. A eso de las cuatro de la madrugada escuchó un fuerte ruido en el portón del fondo de la bodega y a la vez la voz de Armando Armenta que le decía:
    -¡Bonifacio, ábreme, soy yo!, ¿estás bien?
    En ese momento, le vino el alma al cuerpo al chico, respondiendo:
    -Si, estoy bien.
    -Ya te abro.
    No hablaron nada más y se acostaron, Armando Armenta dentro de la oficina y Bonifacio Bonilla afuera en el catre; el resto de la madrugada trascurrió de manera tranquila.
    Al día siguiente el chico le manifestó al padrastro el deseo de volverse para su casa materna argumentando que no se encontraba bien de salud y que además se le habían olvidados unos libros del colegio para estudiar, lo que le extrañó bastante a Armando Armenta, ya que el chico antes de iniciar el viaje le había expresado su deseo de permanecer todas sus vacaciones en su pueblo natal; mas, sin exteriorizar malestar alguno, el padrastro, accedió.

    Capítulo III

    Un año más tarde, por la misma época en que Bonifacio Bonilla estuvo en el pueblo de su padrastro, Armando Armenta, estando pensativo en la oscuridad de su cuarto le vino a su mente los hechos acaecidos en aquel pueblo lejano, pueblo lleno de leyendas y superticiones; cavilando sobre los sucesos que se desarrollaron esa noche de aquellos extraños eventos, ruidos sin explicación aparente y sobre todo la presencia o aparición súbita de ese extravagante personaje, preguntose en su interior:
    -¿Sería realidad todo aquello vivido en esa noche calurosa en ese pueblito a orillas de ese inmenso río o sería producto de mi imaginación y nerviosismo?
    En todo caso, la experiencia pasada por el chico, aquella noche, se le grabó tanto en su memoria que lo inquietaba siempre, teniendo la duda de la existencia de aquel personaje y de hecho de la existencia del Más Allá.
    Jamás se le ocurrió comentarle a su padrastro sobre lo ocurrido esa noche por temor, tal vez, a que su padrastro le corroborara lo que él presumía, de la existencia de algo sobrenatural en aquel lugar. Estando en ese estado de letargo, en su habitación la que consideraba su refugio natural, lo interrumpió una voz que desde el exterior del cuarto le dijo:
    -Boni, ¿me acompañas este año a mi adorado pueblo?
    ¡Era su padrastro!
     
    #1
    Última modificación: 17 de Enero de 2019
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  2. Maramin

    Maramin Moderador Global Miembro del Equipo Moderador Global Corrector/a

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    Bienvenido, Sigifredo, buen inicio en el portal compartiendo una buena narración que nos ofreces como primicia y muestra de tu obra literaria y poética. Un excelente soneto sobre el tema la acompaña.
    En el soneto tienes un dodecasílabo en el último verso."regresaría al pueblo de su padrastro." Fácil corrección si: "regresaría al pueblo del padrastro."
    En la redacción algunos detalles de error de teclado como: "dobega-oficina" en el 1er capítulo o " de devolverse" en el 2º y "interumpio" en el 3º.

    [​IMG]
     
    #2
  3. Sigifredo Silva Rodríguez

    Sigifredo Silva Rodríguez Poeta adicto al portal

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    Muy agradecido Maramin por tan valiosas observaciones; ya he procedido a hacer las correcciones del caso. Gracias por haberte tomado la molestia de leer este escrito de manera tan minuciosa.
     
    #3
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  4. Maramin

    Maramin Moderador Global Miembro del Equipo Moderador Global Corrector/a

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    Lo primero que me llamó la atención fue tu acertado comentario en la propuesta de Carmen Viviana sobre haiku "Gota" por la respuesta que te da comprendí que ya os tratábais anteriormente. Con Carmen tengo muy buena relación aquí y en Facebook.
    Al leer el soneto ya vi que no eres nuevo en el arte lírico y literario.
    Ahora al aceptar gentilmente mis anotaciones también se percibe tu buen caracter y espero que en lo sucesivo nos presentes amenas composiciones.

    Mis mejores deseos...[​IMG]
     
    #4
  5. Sigifredo Silva Rodríguez

    Sigifredo Silva Rodríguez Poeta adicto al portal

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    Gracias Maramin por tus palabras; espero aprender mucho de ti.
     
    #5
  6. MARIANNE

    MARIANNE MARIAN GONZALES - CORAZÓN DE LOBA

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    Acaso nos conocemos? bienvenido excelente narrativa, saludos cordiales
     
    #6
  7. Sigifredo Silva Rodríguez

    Sigifredo Silva Rodríguez Poeta adicto al portal

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    Gracias, Marián Gonzales, por haber pasado y ponerme al tanto de las condiciones del foro. Suerte.
     
    #7
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  8. Manolo Martínez

    Manolo Martínez Poeta fiel al portal

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    Leí atentamente tu excelente narración, mi estimado Sigifredo, me gustó muchísimo... me quedé pensando si viajará nuevamente Bonifacio...

    Te envío un gran abrazo.
     
    #8
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  9. Sigifredo Silva Rodríguez

    Sigifredo Silva Rodríguez Poeta adicto al portal

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    Después de todas esas vivencias por las que pasó uno no sabe si Bonifacio se le vuelva a medir a ese viaje; habría que esperar o preguntárselo. Suerte.
     
    #9
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  10. Alecctriplem

    Alecctriplem Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Bellísima narración amigo , es la primera vez que leo un soneto y posteriormente una prosa.
    Mis felicitaciones.
    Abrszos y te cuidas.
     
    #10
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  11. Sigifredo Silva Rodríguez

    Sigifredo Silva Rodríguez Poeta adicto al portal

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    Gracias amiga Alec; a mí me gusta hacer esa combinación: poema y prosa. Te cuidas.
     
    #11
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