El viejo chopo

Desagradable, ventoso y frío, hace hoy auténtico día de invierno. Corren en brazos del viento, alocadas, las nubes por el cielo y se siente vértigo al ver abrir y cerrarse los claros por los que se vislumbra el azul del firmamento.


Como un gigante dormido, atravesado en la carretera, está el viejo chopo. Sus ramas más altas fueron siempre la admiración de los niños. Anciano y, posiblemente, achacoso, fue herido por el rayo cuando era joven, hace... ¡qué se yo cuántos años!; tenía por ello en el costado norte, un costurón de madera, cicatrizado en negro. Nació con la carretera y le plantaron vigilante, centinela del devenir de tiempos, de hombres, de eras. Así, por largos inviernos, veranos, otoños y primaveras, ha ido cumpliendo, llenándose en sus hojas, en sus ramas, en su alta copa, en su tronco grueso.


Le han ido hiriendo los fuegos, las humedades, el hombre y el tiempo, que carcomiendo su entraña, aspiraban terminar con el vertical empeño de despegarse del suelo.


Los vientos de esta noche han doblegado su airoso sueño, mas, incluso en el final, ha sido espléndido. Cayó con estrépito sobre la carretera a la que unió su vida y guió su afecto y se rompió en las ramas que quedaron esparcidas por el terreno. Con cuidado sumo, en la cuneta de enfrente, sobre una retama dejó el nido vacío, que en él ocupaban todos los años una pareja de cuervos.


Abrazado a tierra, impidiendo el paso, su grandeza de nosotros se está despidiendo.


Han llegado del pueblo con dos tractores y pasan apuros los hombres para rodear con los estrinques su tronco. Al fin lo consiguen y tras varias maniobras lo retiran permitiendo el paso de nuevo.


Pero queda en el aire un gemido, un grito, una despedida: el murmullo, que ya no escucharemos, al pasar entre sus ramas el viento.

 

Soy una enamorada de los árboles. Me crié en una casa con jardín, y siempre ellos fueron parte de mi vida.
Un árbol nos conecta con la realidad de la tierra, sus raíces, y sus ramas tocan simbólicamente el cielo, y nos llevan hacia la espiritualidad.
Yo quiero creer que tienen el alma que le diste a tu bello chopo que cesó su vida como un guardián del camino.
Quizás no hablaba, pero reproducía los sonidos del viento, amparaba con su sombra, y recreaba los ojos.
Que hermoso relato, Luis, que clara y cristalina es tu fuente de inspiración...
Digamos que esa fuente de inspiración generosa, la vas a encontrar siempre llena de las monedas que yo arroje, para que sigas escribiendo y haciendo que muchos seamos felices en esta casa de letras.
Gracias por escribir así, con tu alma tan especial y sensible.
Muchos abrazos.

P.D: me costó escribir el comentario, aunque no lo creas, me emociono y tengo que parar para secar algunas lágrimas (cosas de poetisa)

 

Soy de los que piensan como tú que tienen un alma, como todo lo que vive. Los chopos, de una variedad que aquí se conoce por chopo lombardo, se pusieron los años 30 y 40 a lo largo de las carreteras, daan sombra en verano, reverdecían el paisaje y contribuían a disminuir el ruido del tránsito por ellas. Vinieron después los autos rápidos, las prisas y estorbaron el desarrollo de ese progreso del tres al cuarto, que ahora empezamos a lamentar. Fué entonces cuando los quitaron, aunque algunos quedaron como guardianes, en algún sitio remoto, en carreteras comarcales perdidas. Uno de éstos es el de la historia. Fue más prosaica pues lo deribaron de malos modos, pero quise para él un final más feliz y quienes me lean tendrán otra imagen de mi chopo.
Gracias por acercarte a mis letras, por disfrutar con ellas pues es el mejor regalo que se puede hacer a quien escribe. Muchos abrazos. Feliz semana la que pronto empieza. Besos.
Luis.
P.D.: a mí me ha pasado con alguno de los relatos. Creí que no sería capaz de terminar el de "mi querida, queridísima" porque a medida que lo iba escribiendo se me enturbiaban los ojos y no era capaz de seguir. Así que entiendo muy bien tus "cosas de poetisa".

 

El viejo chopo que resistió tantas adversidades y tantos devenires, quedó rendido ante el tiempo, ante su aroma poderoso. Con él se fue la espesura de sus ramas, la fortaleza de su tronco, su esbelto orgullo, hasta los inquilinos que habían confiado en él su morada y el camino de la vida de sus crías. Deja ese espacio vacío, adosado a ese chopo admirado y querido que ha sido vencido.

Bello recorrido por tus letras que he disfrutado, aun en su parte más nostálgica se aprecia la sensibilidad del poeta que bien se podría extrapolar a cualquier forma de vida, la ternura descrita en el paisaje y ese sentimiento de pérdida y certidumbre que tan bien has transmitido.

Un abrazo con cariño.

 

Reminiscencias de un tiempo que se va rápidamente. Ya no quedan aquellas arboledas que sombreaban en verano las carreteras por las que pasábamos en carro, en bicicleta, o en aquellos autobuses de línea, achacosos que recorrían con lentitud y pasmo las tierras nuestras. Con el chopo se va una forma de entender la vida; ese existir de ahora en prisas, en carreras, en inmediatez de los deseos, se ha llevado por delante el reposado admirar de las cosas que nos rodean. Como siempre tu amable y acertado comentario engalana este relato. Muchas gracias María. Un cariñoso abrazo.
Luis.

 

Wowww profundo escrito!!! Indiscutiblemente la exquisitez de su escritura resal ta esos valores que muchos de nosotros hemos olvidado , al igual que nuestra historia y así es como poco a poco arrancando la riqueza de nuestra madre la vamos matando. ¡Hermosa prosa! Un placer disfrutar de su magnífico relato, Luis Á. Ruiz Peradejordi, reciba la más cordial felicitación y saludo.

 

Gracias Daniel. Son relatos que son retazzos del tiempo en la tierra donde vivo. Tierra que sufre el acoso del progreso y por ello, para mantener un recuerdo de otros tiempos, escribo. Me alegra que le haya gustado. Muchas gracias por dejar su huella. Un abrazo. Luis.