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El viernes

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por Francisco Lechuga Mejia, 5 de Febrero de 2023. Respuestas: 0 | Visitas: 156

  1. Francisco Lechuga Mejia

    Francisco Lechuga Mejia Poeta que no puede vivir sin el portal

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    Habíamos quedado de vernos el siguiente viernes y nos vimos Solo fueron unos cuantos días de espera, y sin embargo, el tiempo para mi pasó como siempre pasa cuando esperas, como esa eternidad entre la navidad y el año nuevo, como siempre pasa cuando deseas que los días transcurran veloces para volver a ver a llenar las pupilas con la visión de alguien al que adoras, como cuando esperas que el tren de la esperanza parta a buen puerto y el reloj del anden, tic tac, sigue su curso implacable y cambia lento de minuto en minuto como caen las hojas de los arboles del bosque cuando comienzan a renovar el follaje.., cuando comienza el otoño.

    El punto de reunión fue el atrio de una basílica que yo ya había caminado tiempo atrás imaginando la sombra de su silueta andar a mi lado y cubriéndome con sus alas de mi soledad, del calor y del frío y de una muy dolida muerte cercana a mi alma en un hospital de mala suerte que me haría volver, queriendo o no, a esas calles una vez, otra vez y cien veces más hasta encontrarme de nuevo con la ventana de mis recuerdos y de los recuerdos de las otras vidas en las que el ángel y yo, hemos coincidido.

    Tal vez les parezca exagerado y raro que les cuente que mi ángel, que tanto busca emanciparse de sus responsabilidades de la voluntad que se las otorgó y contraviniendo así su creación divina, haya salido de un templo cruzado el atrio de tan sagrado recinto casi sin tocar con sus pies el suelo y enarbolando sobre sus espaldas las blancas alas menos una pluma. Pero, díganme ¿qué acaso Luzbel no fue también un ángel?

    En fin…

    Le vi, me vio, nos abrazamos y de inmediato sentí en el calor de su cuerpo que la noche no transcurriría como yo lo había imaginado no como yo deseaba, y como ese ángel, previo a la cita, había insinuado descaradamente, Supe que no habría esos toqueteos que yo tanto, tanto, tanto ¡carajo! tanto deseaba, que sería una noche encantadora, sí, digna de un recuerdo bello, también, pero carente de insinuaciones lascivas y de caricias por debajo de la mesa y de planes inmediatos a desarrollarse en lo profundo de la oscuridad de algún rincón sobre la calle cobijado por las sombras, adentro del auto, de pie, flotando o encima de las sábanas que alquilan con todo y habitación por hora para absorber el sudor de los cuerpos y que mientras las sales de las pieles se conjugan, estas se vuelven aladinas para volar, para volar, para volar como en el pasado, maldita palabra que siempre me pierde del presente y ya me lleva a lo que entre nosotros, menos un beso, ya ha sucedido.

    El designio era claro, no es fácil de comprender, lo sé, yo aún sigo sin dar crédito, pero ahí, arriba me señalaba con su flamígero índice la bóveda celeste y en ella deambulaba sin prisa un cometa verde, es decir, una señal que él, mi ángel, ya sabía que después de 5.000 años me asombraría en esa noche y me engatusaría la mente de éste creyente esperanzado que les escribe imaginando a fe firme, que esa increíble aparición no era más que el reflejo del lunar que como mácula distraía mi mirada en sus ojos verdes como aceitunas ¿un lunar? Quizás.


    De todos modos, desde que lo conocí. Mi vida es ir, venir, volver a ir y esperarlo…


    Due 04.02.23 en una madrugada de enero del año dos mil veintitrés en la cual pudiera estar dormido, pero preferí soñarlo.
     
    #1
    Última modificación: 6 de Febrero de 2023

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