Ella

Ella, ella, ella, dejemos que sea sólo ella, la que siga con su paso firme, cargando el morral de sus sueños, vistiendo el traje de sus juveniles ilusiones, escondiendo en su pecho, el cofrecito de sus pasiones, ese mismo que la mantiene viva y feliz, viajando por la Playa, cruzando la amplia vía, en medio de la multitud, hasta perderse en Junín con la Avenida Oriental.

Ella, avispa misteriosa,

con su pelo bien rizado morado,

recorría la Playa,

antes de llegar a la Avenida Oriental.


Ella, con su falda bien ceñida,

sólo dejaba que su blusa brillase

con la caricia del sol madrugador,

mientras, cadenciosa y gallarda,

recorría la Playa,

antes de llegar a la Oriental.


Cada paso, donde la puntilla de su calzado

golpeaba estrujando el pavimento,

le hacía recordar, que cincuenta años atrás

los piropos a sus ávidos oídos,

llegaban como chaparral, en tiempos

del desierto, del Gran Paraná.


Ella, se perdía en la multitud,

al cruzar la Oriental,

pero en su pecho,

en cada paso,

en su traje ceñido,

viajaba la adolescente,

que cincuenta años atrás,

a más de un corazón,

con su sexual encanto

hizo desvelar.





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Un poema muy fuerte y rotundo, como la Madre Tierra.
Celebro que regrese a su infancia, adolescencia, Juventud y madurez.
Los cuatro momentos de una vida, como las caras triangulares de una pirámide egipcia.
Esa pirámide es accesible, para todos. Pero han de aprehender el Momento.
Capturarlo. Interrogarle. Detenerlo y llevarlo a Comisaría.
Cada Momento es muy extenso.
Y un alimento que a mí, me sirve, para ese trance, es el agua del Mar, mezclada con agua del río.