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En la Fortaleza de Vidrio

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Christian Jiménez, 23 de Octubre de 2015. Respuestas: 2 | Visitas: 990

  1. Christian Jiménez

    Christian Jiménez Poeta recién llegado

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    23 de Octubre de 2015
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    Abrí los ojos, y no podía creer dónde estaba… tenía que estar soñando. Aquéllo no podía ser real.
    El cielo que veía no era sólo de color azul, que también, aunque con un matiz un tanto refulgente, sino de varias tonalidades: morado, amarillo, verde esmeralda. Parecía que las nubes centelleaban, y se estaban empezando a hacinar.
    Yo seguía allí tumbado, en esas escaleras doradas. No brillaban, pero su color era muy intenso, como de bronce mate. Aquel sitio se parecía mucho a un panteón de esos donde residían los dioses griegos. Miré hacia abajo y los escalones no acababan, sólo daban al infinito.
    Tuve que hacer inmensos esfuerzos para incorporarme, pero pude conseguirlo. Miré al horizonte, a un colosal horizonte, donde todo y nada parecía tan realista, y a la vez tan fantástico. Algunos truenos destellaban en la distancia, y su sonido me llegaba como un ligero rumor… nunca vería nada igual.

    Me giré y entonces miré hacia arriba. El mausoleo era gigantesco; el hombre no había edificado esa construcción. Las columnas que lo sostenían eran plateadas y radiantes; por cada una de ellas bajaban, como si de enredaderas se tratase, unas cadenas rojas. Tanto me extrañé que me aproximé a éstas para contemplarlas de cerca.

    Esos adornos estaban recubiertos de rubíes y gemas bruñidas en oro. Eran preciosos. De repente, escuché el retumbar de los truenos justo encima de mí. Miré hacia arriba y los relámpagos se aglomeraban. Me coloqué bajo la fastuosa estructura para resguardarme de la tormenta.
    Con el tercer estruendo me acerqué a uno de los postes y vi, sorprendiéndome bastante de ello, que los rubíes se escondieron entre las cadenas. Como si tuvieran vida propia se guarecieron entre la plata de aquellas ornamentales hiedras.

    Por fin la tempestad descargó con fuerza. Pasados unos segundos pude darme cuenta de que no era lluvia, precisamente, lo que caía del cielo, sino algo más duro que el agua, eso por supuesto.

    Alargué el brazo y sobre mi mano cayeron pequeños diamantes. Tres segundos después tenía la palma llena de ellos. Eran muy pequeños, tal vez del tamaño de la uña de mi dedo meñique, pero eran hermosísimos. Los tiré en el suelo y salí afuera. No me hacían daño, sólo los sentía, pero sin llegar a lastimarme y ni siquiera a molestarme. Parecía lluvia de verdad.

    Proseguía de pie, observando a todas partes, más desconcertado y conmovido que nunca. Pero me tuve que dar la vuelta, pues una silueta se acercaba a mí. Mentiría si dijera que no tenía miedo. Di unos pasos hacia atrás y mis pies dieron en los escalones.

    Me quedé paralizado cuando volví a reparar en ellos. La lluvia de diamantes impactaba en esos peldaños haciendo que, cuando los golpeaba, unos extraños reflejos apareciesen debajo de ellos… ¿reflejos?… más bien parecían rostros de personas, o incluso personas, que estaban atrapadas entre las graderías. Los ademanes de unos eran de pavor y los de otros de satisfacción.

    Estaba aterrorizado. ¿Quién era el que venía hacia mí? Era como un anciano alto, delgado, con una prominente barba blanca, ataviado con una nívea toga, con los extremos dorados y los puños rodeados de zafiros. ¿Pero dónde diablos estaba yo? Si eso era un sueño estaba deseando que se acabase.

    Alzó la mano para colocármela en el hombro. Yo expresaba un gesto de apocamiento; me estaba encogiendo y entrecerrando los ojos. ¿Y si iba a pegarme?

    … Pero no lo hizo:

    —Por fin estás aquí—dijo, muy suavemente.

    Su voz la intuí como un resuello, como si no fuese una voz real. Yo me quedé atónito: —¿Qué?— fue todo lo que alcancé a decir.

    —Te esperaba… desde hace mucho tiempo.

    Arqueé la ceja derecha: —Eso suena muy a tópico— escarnecí.

    Sonrió misericordioso: —Lo sé, pero es la verdad— me condujo hacia arriba con su mano en mi hombro—. Seguro que te has preguntado qué haces aquí.

    —Si, principalmente. ¿Dónde c…?— sentí una especie de leve opresión en la garganta. No pude expresar una palabra que quería decir; un taco, pero, de todas formas, tenía ganas de soltarlo.

    —¿Dónde estás?—interrumpió el hombre.

    —…Sí.

    —No te lo creerías.

    —Hoy me creo cualquier cosa.

    Se colocó frente a mí y sonrió, ladino: —¿Dónde crees tú?

    Miré a un lado y a otro: —…En un plató de televisión— volví a burlar. No podía evitarlo, estaba muy nervioso, era lo único que me tranquilizaba.

    Rió la broma y suspiró: —No, te lo aseguro. Esto es el cielo… Álex.

    — Vale— yo me quedé sin respuesta hasta unos segundos después. —…bueno, ¿cómo?…¿cómo sabes?…

    — ¿Tu nombre? —detuvo— ¿Y de verdad me preguntas eso?

    — No…no lo sé, supongo que —carraspeé— … sí…

    —Tenías que venir aquí, y ya está. Era tu misión; después de lo que has hecho mereces acabar aquí, ¿no te parece?

    —Lo que he hecho por…

    —Por ellos… por todos.

    Mi mente estaba atrapada. Un irresoluto enigma hacía que mis pensamientos, que eran miles, se acumulasen unos con otros: —Por…

    —Sí… ya lo sabes.

    —Pero esto es una locura —rebatí—. O sea, que ahora yo… ¿estoy muerto?

    —Aún no. ¿Tienes prisa? —contestó como si nada— Ven.

    Volvió a llevarme. Avanzamos unos pasos más; por primera vez me fijé en el suelo, desde que me desperté, y pisábamos algo parecido a losas de cuarzo blanco.

    Aquel mausoleo en el que estábamos antes protegía un majestuoso castillo… resulta algo indescriptible o difícil de entender para los que no lo hayan vivido, que creo que se podrían contar con los dedos de la mano. Parecía una especie de fortaleza, un recinto que relucía como si cien soles impactasen en su estructura. Un fortificación hecha de vidrio, pero que se sostenía igual que si fuese piedra.

    Quise decir algo… pero no pude, no podía, en realidad. Todo aquello era tan real que me quedé sin palabras. Llegamos hasta los portones, que era lo que más destacaba, al estar cromados en acero y oro por partes iguales.

    El tipo se quedó mirándome:

    —Me preguntaste si estabas muerto.

    —Sí.

    —Pues la verdad es que no… verdaderamente tú… no puedes morir.

    —…¿Qué?

    Suspiró otra vez: —Es cierto. Tu misión está en seguir, en continuar una existencia perenne y… auxiliar a aquellos que no han sido destinados a desempeñar ese cargo.

    No entendí nada de lo que había dicho: —¿Me lo podrías explicar mejor, por favor?

    —¿Recuerdas la vida que has llevado?

    —En cierto modo… sí.

    —Has socorrido y amparado a muchos… y has sentido que nadie, o casi nadie, de aquellos a los que ayudaste, ha podido corresponderte a ti —yo atendía muy serio a sus explicaciones—. Es así, yo lo sé… y tú también.

    —Sí, me ha ocurrido algunas veces.

    —Te ha ocurrido muchas veces, Álex, pero no te extrañes. Debías de sentir eso, esa era tu misión.

    —Pero… ¿misión?

    —La misión de existir por y para los demás. No para seguir un camino propio, sino para hacer que otros siguieran el suyo. En el fondo eso te confortaba, pero es porque tenía que ser así. Basabas tu felicidad en el bienestar de los demás, y ellos en el tuyo. Era una situación recíproca; ellos te necesitaron, y tú a ellos.

    Unas lágrimas se deslizaban por mis mejillas, y no me di cuenta hasta unos instantes después. Esas palabras ya las había oído yo; no del mismo modo, pero el significado era el mismo:

    —Pero… eso… eso es... —balbuceé sin objeción.

    —Es la pura verdad. No existen las mentiras aquí, Álex —señaló a aquel extraño paraíso, y, entonces, puso sus dos manos sobre mis hombros de nuevo y me miró fijamente a los ojos—. No perteneces al mundo real, y jamás lo harás. Perteneces a éste.

    Sentía un cosquilleo en la espalda; algo estaba “emergiendo” de ella. La piel se me empezaba a desgarrar y una luz cegadora crecía tras de mí. Casi me iba a desmoronar en el suelo: —Y… y que… ¿por qué…? —intentaba mientras averiguar yo.

    —Porque eres un ángel.

    Me quedaba sin palabras… sin pulso… sin fuerzas… sin respiración…
    sin vida…
    ”.
     
    #1
  2. Maramin

    Maramin Moderador Global Miembro del Equipo Moderador Global Corrector/a

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    Excelente relato, una bien imaginada narración que nos lleva en suspense hasta imprevisible final.

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    #2

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