1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

En las catacumbas de París - ¿Qué de bueno puede ocurrir en un lugar gobernado por la muerte?

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Botón de Apagado 4233, 2 de Junio de 2016. Respuestas: 0 | Visitas: 777

  1. Botón de Apagado 4233

    Botón de Apagado 4233 El botón de apagado

    Se incorporó:
    21 de Mayo de 2016
    Mensajes:
    19
    Me gusta recibidos:
    7
    Género:
    Hombre
    EN LAS CATACUMBAS DE PARÍS​






    DIARIO DE JACQUES BONHOMME, hallado en el año 1974, en el interior de una riñonera de cuero, durante el cerramiento de una de las galerías de las Catacumbas de París. EL MANUSCRITO SE REMONTA AL AÑO 1826.


    Manuscrito trasladado a los archivos de la ciudad en 1976, caso sellado. La publicación de este documento queda terminantemente prohibida.



    21 de noviembre:

    Hoy ha venido a hablar conmigo un extraño burgués, dícese muy bien asociado al gobierno de la ciudad, llamado Henri. No mencionó su apellido, tansolo me ha hecho saber su nombre, y me ha ofrecido un trabajo muy bien remunerado junto con mis hombres en un lugar que me inquieta bastante: las Catacumbas. Sólo sé, aún por el momento, que se trata de realizar trabajos de mantenimiento ras de esas galerías en estado de abandono. A lo largo de estos años, los cadáveres se han amontonado en ellas como heno en grandes puñados. Ahora quieren "hacer algo de limpieza", es decir en este caso, convertir pilas irregulares de muertos y osamentas en un conjunto bien ordenado de huesos, algo así como un osario. Colocando los huesos en pilas verticales. Se trata de eso, básicamente. Aunque debe de llevar bastante trabajo.


    Por lo visto, así como ahora lo tienen montado, ya no caben más desdichados, y la higiene del lugar tampoco es que ayude mucho. Hace dos lustros, los habitantes de un barrio cercano se quejaron de padecer porosas infecciones por culpa de los vapores que provenían de las cañerías, directamente enlazadas con la soterrada estructura. La cosa es ordenar los huesos y los cuerpos de hombretones, mujeres y niños y taparlos con grandes mantos de lino y otras telas para ganar espacio y evitar... que la mierda salga, es decir.


    Me horroriza tener que descender a la oscuridad más oscura y húmeda, y polvorienta de esta ciudad, más que el barrio de prostitutas, pero se paga muy bien, y necesito esas ventajas puesto que mi mujer está muy enferma y mis dos muchachos trabajan por poco lo mismo que yo.


    29 de noviembre:

    Por fin me reveló su nombre, se llama Henri Desrosiers. Mañana hemos de bajar los chicos y yo a los pasadizos oscuros y borbotantes de líquidos de muerte. ¡Qué asco! Creo que jamás he sentido tanta repulsión por la vida del obrero. Aún así, ha de hacerse. Pasaremos en las galerías cuatro días, o eso hemos previsto. Sabed que se trata de unas doscientas mil yardas o más de caminos cruzados. Ah, y como es imprescindible, habremos de llevar un mapa con nosotros. Lo llevará Gustave. Gustave y su hermano Guilheme son mis mejores trabajadores, y mis mejores amigos. Me tranquiliza que, durante nuestra estancia, vayan a estar a mi lado.


    1 de diciembre:

    Ayer pasamos nuestro primer día en las catacumbas. No me gusta nada estar aquí. Hace mucho frío, y está muy húmedo. Siento que los huesos se me reblandecen con los vahos que corren los pasajes, y se me hace más difícil desplazarme. Para colmo, Damien, un primo de Gustave y Guilheme, padeció anoche unas fiebres muy fuertes. Hoy está mejor, más no podemos detener el curre. Ya hemos empezado, y hemos de seguir, y terminar de ordenar esto y hacer más llevadero el uso de los túneles como fosa comunitaria.

    Los chicos están cansados, igual que yo, y algunos empiezan a meterse cosas raras en la cabeza. Como siempre digo, es el cansancio, que agota la cordura y la vuelve mansa y lleva a la locura. Además, sabed que de aquí surgen muchas leyendas, y pasar días aquí no hace más favorable que éstas no se tengan en cuenta.


    3 de diciembre:

    Creo que estoy enloqueciendo. Estamos perdidos, completamente perdidos. El mapa... Dios, el mapa... se vuelve... cambia. El mapa cambia, no sabemos por dónde ir. Todo es tan confuso. Como es evidente, hemos dejado de hacer nuestras labores, y nos hemos centrado en conseguir sonsacar una solución para todo esto, es decir, para salir de aquí. Por si fuera poco, la paranoya de todos aumenta. Aunque yo me mantengo firme en eso... No soy creyente, más que en las sagradas escrituras. Pero no creo en leyendas de niños. Están tornándose locos todos, ayer Emile versó contento la fábula de los tres cerditos. ¡¿Qué coño te pasa?! ¡¿Cómo se te ocurre canturrear feliz como un crío ingenuo cuando no sabemos cómo diablos abandonar estos túneles forjados por el demonio y tampoco cuánto durarán nuestros víveres?!


    Siento la presión de los hombres sobre mí. Creo que piensan que sé qué hacer. ¡Maldita sea! ¡Estoy tan confuso como ellos o más! ¡Joder! ¿Quién me mandó a venir aquí? No sé, todo está sucediendo tan rápido. No tenemos mucha comida: galletas secas, pero no para muchos días más. Por suerte, los pasadizos cuentan de vez en cuando con lumbres puestas a propósito, o bien con algunas reservas de combustible para los candiles. Así, no pasamos el rato a oscuras.


    No sé qué hacer, ¿Qué hago? Esto es un puto laberinto, es un laberinto. Todos los corredores son iguales, no hay ninguna diferencia entre ellos, sólo pólvora, y muerte, y oscuridad, y ruidos que nos inquietan. Y, desde luego, pasar los días rodeados de muertos yacentes no ayuda.


    5 de diciembre:

    Damien ha muerto. No tengo fuerzas para llorar, sólo desconcierto, y nerviosismo. Por la mañana encontré a Gustave, que sí es supersticioso, llorando junto al cuerpo yacente de su primo. «Se lo ha llevado. El demonio se lo ha llevado. El demonio está aquí y se lo ha llevado». Gustave está convencido de que todo esto tiene que ver con el demonio. Pero el ángel caído tiene mejores cosas que hacer que inmiscuirse en estas galerías. Si hay algo con nosotros, no es el demonio.


    A Damien se lo llevó el aire venenoso y podrido de este lugar. Su cabellera estaba ardiendo aún con la cara pálida y fría. Su fiebre debió de empeorar y llevárselo mientras dormíamos. Aquí el mero acto de respirar putreface el corazón, y el estómago. Aquí no podemos saber jamás cuándo es de noche y cuándo no según el entorno, porque siempre está oscuro, siempre hace frío. Por suerte, llevo conmigo un reloj de bolsillo que me indica qué horas corren, y me permiten orientarme en la inmensidad del tiempo. Conseguí este reloj en una partida de Pocker americano que jugué con algunos trajeados de la patronal en la posada "Culo de Rata". Los muy cabrones la frecuentaban como las doce campanadas. Eso era porque había una prostituta que todos buscaban. Joanne, se llamaba. Valiente zorra, todos los caballeros detrás de ella, tenía.


    Estoy cansado, y me pierdo en los recuerdos. Cielo Santo, ayúdanos.


    Algún día de diciembre:

    He despertado sobre un gran montón de cuerpos en avanzado estado de descomposición, y desafortunados esqueletos. Entre ellos estaba Emile. No sé qué ha sido de los demás. Ya no puedo saber qué día me acontece, pues mi reloj da vueltas y vueltas, y vueltas... Ya no sé quién está loco, si mi reloj o yo. Ahora estoy completamente solo. Almenos eso quiere decir que la comida y el agua, que llevo yo en mi riñonera, aguantarán algo más. Es más, reafirmo que me niego a beber el agua de este lugar. El agua que lo corre es agua de muertos, agua de muerte.

    Cuando me incorporaba, me ha parecido ver unos ojos borrosos en la negrura del trasfondo de un corredor principal. Espero que no fuera nada. Pero todo empeora, se ennegrece. No sé, además me da la sensación de que, encienda las lámparas que encienda, la luz disminuye sin que yo pueda evitarlo. Es como si yo mismo me estuviera oscureciendo por dentro.


    Otro día de diciembre, del mismo año... creo:

    No puedo creerlo, no puedo creer lo que he visto. Lo que he tenido que hacer es... no, es venir a... Yo estaba deambulando perdido, como siempre, cuando dejé caer por accidente un vaso de bronce que uso para beber el agua de las botas. El recipiente hizo un fuerte estruendo, y cuando me disponía a recogerlo, sentí estremecerse la estructura subterránea. Al principio, no parecía nada. Pero llegaron los susurros, más fuertes que nunca, y en el fondo, por una hondonada oscura en la pared de piedra vi asomarse una silueta completamente escondida por las sombras inquebrantables de la zona. Lo vi acercarse, al ser oscuro, muy rápidamente. Se tambaleaba y emitía un sonido como de risas rotas de metales puntiagudos. Era muy extraño. Sus pies se sucedían torpemente en un manejo de pequeños botecitos que, más que provocar gracia, inquietarían al más valiente hombre francés.


    «¿Hola? ¿Estás perdido, como yo? ¿Quién eres?» El ser seguía avanzando, de cada vez más rápido. Pese a moverse como un muñeco, o un autómata estropeado, avanzaba con ansia, como con hambre. Cuando porfin lo cubrió la luz de una de las antorchas que había encendido en el pasadizo, con mis ya escasas reservas de combustible, me horroricé hasta el punto de sentirme paralizado, y deseé fervientemente haber partido mucho antes a correr como alma que lleva el Diablo. Iba vestido con una larga y ajada, cortada, túnica blanca, manchada de sangre seca de color granate. Sus pies y manos temblaban y reproducían rápidas secuencias convulsas y espasmódicas. Sin embargo, su cara, su gesto, era sin duda lo peor, y lo más terrorífico.


    Su cabeza, desprovista de cabello, o almenos en gran parte. Sus ojos, o mejor dicho, ¿Dónde estaban sus ojos? No tenía ojos. Podía ver sus cuencas rojas de carne deshecha. Era horrible. Y, pese a que podía distinguir en su figura la maldad de un espectro errante, su boca desencajada parecía sonreir. Su boca, cubierta de sangre como si se hubiera estado alimentando de los muchachos que me acompañaban, estaba desencajada, pero en una especie de gran y muy perturbadora carcajada de oreja a oreja, digna del psicópata más despiadado.


    Los susurros ya no eran susurros, eran gritos, eran sollozos de mujeres. Sollozos fantasmagóricos. Las paredes temblaban. Antes de que aquella figura horrible me alcanzase, salí de mi estado embobado y huí, presa del pánico y lágrimas de terror e incertidumbre. Avanzaba trémulo, escuchando tras de mi sus gemidos guturales. Eran como una eterna burla macabra. Las paredes ya no emitían vahos de humedad o de muerte, emitían gases de sangre. Yo corría y lloraba, rodeado de cuerpos dormidos, y conseguí atravesar una puerta imprevista, y cerrar la cámara que la seguía con una gran losa de piedra. Aquel ser funesto golpeó la puerta con una ira inconmensurable durante horas. Y aquí estoy, sintiéndome solo, pero acompañado. No puedo dormir, aquella figura horrible me atormenta incluso en mi reposo.


    Un día más de diciembre:

    Porfín conseguí dormirme. Tras despertar, cubierto de sudores del ambiente y mi revuelto inconsciente, he hallado bajo un tablón y algunos huesos quebrados un acervo de hojas, parecido a un diario, como el mío. Está en inglés, pero por suerte pasé dos años en la Gran Bretaña decandente, durante mis tiempos mozos, festejando y gastando el poco dinero que me dejó mi difunto padre.


    El caso es que conozco la lengua, y de hecho sé leerla. Dice ser escrito por una tal Rebecca Hunter, y se remonta al año 1786. He de admitir que el hecho de leerlo me ha aclarado muchas dudas sobre el lugar, y me ha alumbrado con algo de esperanza para cumplir una antigua "misión" y, quizás, tras de ello, salir de este infierno viviente.


    Me dispongo a traducir los escritos a mi lengua para el desdichado que un día encuentre todo este papeleo, si es que jamás logro escapar de los demonios que me persiguen.​


    Soy Rebecca Hunter. Nací en Londres en agosto del año 1752. Estudié Historia en la universidad de Oxford, y me especialicé en arqueología poco después. A mediados del pasado año, fui contactada por un hombre muy jóven y muy ligado a la corte del rey Luís de Francia. Creo que se llamaba Hames, o Henri, o algo así. El caso es que, por motivos higiénicos y teniendo en cuenta las graves pandemias que se sucedían en los alrededores de la gran capital, unos antiguos ductos romanos que recorrían el casco céntrico habían sido reabiertos y utilizados para corregir el exceso de cadáveres en las morgues y cementerios de la civita. No obstante, y no a merced de las esperanzas de nadie, hechos extraños e inexplicables habían empezado a suceder, no sólo a los temerarios que se aventuraban a recorrer aquellas galerías arcaicas, ahora repletas de seres enfermos trasladados a la otra orilla del Aqueronte, sinó que también a los humildes residentes de lugares aledaños a las diversas entradas de esa basta cripta para mendigos. Las supuestas entradas no eran más que las oxidadas tapaderas que se usaban para cubrir los accesos al sistema de cañerías de la ciudad.


    Y es que el gobierno de la ciudad lo había intentado todo: inclusive se habían fijado las susodichas puertecillas con rejas y todo tipo de productos, mas seguía desapareciendo gente en la inmensa bruma de la noche, y seguían aconteciendo vanas historias de hechos perturbadores. La oposición a la monarquía se veía, así, en exponencial aumento.


    Automáticamente, comprendí que habían tomado contacto conmigo por mi dedicado estudio del legado romano. Precisamente, yo sabía, o tenía una ligera noción de todo aquello y de qué podía estar sucediendo a los buenos conciudadanos de París.


    Resulta que, no tomáseme en burla o alienación mental, estuve, hace ya más de un lustro, junto a un docto erudito de los pueblos prerromanos, en Brighton, estudiando a unos pobladores de los llanos de Lutecia (la ciudad romana incrustada en los terrenos que hoy París cotiza) que fueren dominados y exterminados por los romanos durante el siglo I después del Redentor.


    Sabéis, si bien no ahora sí, que los romanos tomaron aquellas tierras en posesión gala cerca del siglo I aC. Pues bajo tierra cohabitaba un pueblo muy oscuro que los romanos tardarían todavía un siglo en descubrir. Mientras establecían un sistema de ductos subterráneos para la romanizada civita, dieron con una sociedad cuyas costumbres lograron horrorizarlos. Aquel pueblo, influído por las artes benévolas del pueblo galo, había creado una sociedad gobernada por la magia negra, deidades malignas como la Peste, y el canibalismo contra los habitantes del exterior. Me atrevo a decir, si no es en excesiva confianza, que se trataba, dicho de manera simple, de un pueblo de necromantes, más este arte, ya practicado por aquellas gentes de otra época, consistía en la invocación de espíritus malhechores a través de la manipulación de sus vísceras y demás restos pútridos, todavía no estando reseca la sangre. No me gustaría saber si practicaban estos ritos entre ellos, o tansolo con los foráneos.


    A estos pobladores los llamaban los "hombres sin luz", dadas sus macabras costumbres que a menudo los asociaban con la muerte y a su afán por la oscuridad del subsuelo.

    Prestaban, es de interés mencionar, tributo a una deidad suprema, el Viento. Éste, que para nosotros los de arriba es tan usual, para ellos era un extraño visitante, que les traía la gloria del fresco de la superficie, solo cuando inhóspitas corrientes de las profundidades de la Tierra atravesaban plácidas las grietas en las paredes de aquellas grutas en las que vivían.

    También tenían un objeto muy preciado, eje de culto de su pueblo de las catacumbas: la corona del Viento, un anillo de un pie de diámetro, completamente negro y hecho de piedra con cristales incrustados.


    Con la llegada de los romanos, que eran superiores en armas, supieron que su fin se acercaba. Por lo tanto, practicaron sus artes oscuras, maldiciendo el lugar, y jurando la muerte a todo aquel que fuere partícipe en el robo de su preciada corona.


    Cuando los romanos llegaron al santuario profundo, se encontraron a todos los autóctonos muertos. Se habían envenenado a sí mismos y habían dejado a merced de la luz de las antorchas su muy querido objeto sagrado. Los conquistadores de Europa despojaron al lugar de la corona del Viento, y se dispusieron a llevarla fuera. Sea como fuere, la corona llegó hasta el exterior, mas ninguno de los hombres del general Tiberio logró escapar a la maldición que los "hombres sin luz" se habían prestado a inducirles. De fuera de los túneles, ahora sellados con enormes montones de piedras, pudieron oirse los aullidos de dolor de los soldados del Imperio.


    De hecho, olvido mencionar, yo no empecé a indagar en esta historia olvidada por azar. A mis manos llegó la corona del Viento. Tenía que estudiarla, datarla, etc. Nada más fui contactada para investigar sobre el asunto de París, supe que había de llevar la corona de vuelta al santuario y devolver la paz a este inquieto submundo de espectros.


    Ahora me dirijo a ti, a ti que has encontrado esto. Debes cumplir la misión que yo no cumplí, pues no me quedan víveres y tampoco voluntad. Dejaré que el mal que cubre las Catacumbas me lleve para siempre, y otro me releve en mi cometido.


    Debes portar la corona hasta su sitio. Ésta está enterrada bajo un pie de losas sueltas y huesos amarillentos, justo ahí donde has encontrado estas páginas. Es muy sencillo, yo conozco el lugar, y desde aquí donde estoy he trazado una ruta hasta el santuario. Sólo debes seguirla. No cambiará. El lugar sólo altera los mapas que fueron ilustrados en el exterior. Éste lo hice yo en esta cámara desolada. Espero que tras devolver la paz al lugar, puedas huir.


    UNA ADVERTENCIA: Quizás ya hayas topado con los horribles fantasmas que frecuentan esta tumba. Si lo has hecho, no hace falta que te describa cuán pavoroso pueden llegar a hacer al viajero. Si no, sólo te diré que, pase lo que pase, oigas lo que oigas, sea lo que fuere, no dejes que el lugar, los espíritus, sepan que tú estás aquí. Si haces ruido, el más mínimo ruido, el lugar te detectará, y azuzará a los cuerpos sangrientos y putrefactos que ocultó en su descanso contra ti. Los espíritus siempre están esperando en las tinieblas. Son ciegos, no tienen ojos, así que no pueden verte, pero pueden oirte y olerte. Hay uno en particular, uno de esos espectros, que debes evitar a toda costa. Pues es el más inteligente y mortífero de todos: el chamán cuervo, lo llaman en las leyendas. Fue en algún tiempo quien manejó las repugnantes prácticas de esta tribu perdida. Se atavía con una larga túnica blanca, no tiene cabello y muchos lo describen como el miedo personificado. Si lo ves, corre y no te detengas.

    Firmado, Rebecca Hunter. Voy ahora a morir a esos pasadizos. Adiós.



    Porfín algo de esperanza:

    Tras haber leído la epístola que Rebecca Hunter me dejó sin saberlo en el pasado, he podido afrontar mis temores y, con extremada prudencia, seguir la ruta que ella me marcó. Creo que puedo llegar a resolver este misterio, y huir de la pesadilla que todavía me envuelve portando la corona al santuario.


    Otro suceso extraño:

    No puedo hacer el más mínimo ruido. Está aquí, uno de ellos está aquí. Puedo oir como me olfatea. Vagando a través de la ruta indicada por aquella arqueóloga del siglo pasado, patiné e hice un misérrimo sonido con mi bota intentando mantener el equilibrio. Eso fue suficiente para que se apagara mi quinqué y pudiera distinguir, muy a lo lejos, el contorno de un pequeño hombrecillo, algo parecido a un niño, muy delgado, delgadísimo, casi esquelético, corriendo alegre hacia mí. Evidentemente, supe que no era precisamente alegría lo que albergaba. Corrí y corrí, pero éste era muy veloz. Decidí esconderme, y actuar como una mota de polvo en la sombra. Aquí escribo, y permanezco. Ahora mismo puedo verle. No mide más de un metro y medio. Tiene los dientes muy afilados, las mejillas desgarradas. Creo que el motivo por el que estos entes son tan horribles es porque pretenden provocar aullidos de pánico, y encontrar a sus víctimas para poder alimentarse. Ahí lo veo, correteando contento mientras inspecciona el lugar con su gran nariz. Todavía no me ha olido, y espero que no lo haga.


    He llegado al santuario profundo:

    Porfín llegué al santuario. Está repleto de esqueletos cubiertos de telas de araña y mantos de polvo y barro orgánico, de los siglos y casi de los milenios. En el santuario, un canto muy grave parece seducir los sentidos y engatusar la consciencia. Algo no quiere que deshaga la maldición, pero estoy completamente decidido a hacerlo. El lugar no se excede en extravagancia, parece una cámara más. Esperaba esculturas de reyes y efigies al viento, aunque los necromantes nunca destacaron por sus cualidades artísticas.


    He hallado una piedra puntiaguda y negra, fijada verticalmente sobre tabique de escombros. Imagino que ahí ha de encajar la corona prestada, y que cuando la deje en su sitio podré huir de este horripilante universo pesadillesco. Voy a hacerlo, sabed que un día leeré esto frente a mis nietos, si es que están preparados para conocer de tantos temores.​



    Este documento fue hallado junto a la osamenta profanada de Jacques Bonhomme. La creencia popular afirma que una última víctima había de cobrarse antes de que la maldición de las Catacumbas de París abandonara el lugar. Jamás nadie desapareció de nuevo, y el gobierno de la ciudad de París no hubo de enfrentarse a más escándalos. Jacques y sus hombres fueron enviados con la única misión de relevar a Rebecca Hunter en su cometido de limpiar las galerías del mal que las azotaba. Desde entonces, los túneles se utilizaron con regularidad para almacenar cadáveres sin el tormento de ningún encantamiento. Sin embargo, todavía extrañas leyendas alberga ese paraje. Aún hay gente que afirma ver u oir cosas. Seguramente, todo se remonta a los cuentos que ese verdadero mal dejó tras de sí.


    Firmado, Fernande Desrosiers

    14 de enero del año 1977
    Les_Catacombes_Paris-fantomes.jpg 61423_subitem_full.jpg
     
    #1
    A homo-adictus le gusta esto.

Comparte esta página