En muy poco tiempo

En muy poco tiempo,- nos sorprendió su rapidez-, una espesa niebla ocupó todo el espacio, con el lechoso vaho de su aliento que quedó sobre la realidad. Apenas dos metros más allá de nuestra posición, el resto… el infinito, se ocultó a nuestra vista.

No levantó la bruma hasta el mediodía del sexto día, cuando casi nos era imposible soportar un tedio que se delataba por el olor estancado de demasiada tristeza y de, también, excesiva pena.

Por fin, pudimos atisbar alguna que otra zona algo más despejadas, pero todavía un poco sonámbulas entre la desnudez del aire, que intentaban despertar con un parpadeo rebelde y constante.

Durante unos breves instantes vi como levitaba el silencio entre tus labios, que terminó rendido al eco de mis besos, que apenas notaste al explotar en tu boca un gran alboroto de deseo, al que no nos pudimos negar.

La niebla, aun indecisa, ofrecía un hermoso tapiz de colores desvanecidos, y el agua, en las zonas sombrías orientadas al norte, permanecía envuelta en hielo.

Por puro aburrimiento, poco a poco, nos fuimos convenciendo de que no tardaría en suceder algo importante. En silencio nos permitimos imaginar hechos de lo más inaudito, con la tranquilidad de no tener nada que decir. Todo se expresaba por sí solo en un modo contemplativo.

De repente, pudimos ver cómo estallaban algunas chispas preñadas por un instantáneo calor. Las que no lo conseguían, se vieron obligadas a mendigar el zumbido necesario hasta lograr su predestinada explosión.

No supimos darnos una razón convincente con la que explicarnos el cambio que se acababa de producir y del que ni nos percatamos: La niebla había desaparecido, sin más. Todo estaba totalmente despejado. Subimos al coche y continuamos nuestro camino.