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En redacción

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Évano, 5 de Noviembre de 2013. Respuestas: 5 | Visitas: 1435

  1. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Capitulo I

    La cueva de los tres muertos


    En un descampado donde proliferaban algarroberos y chaparros, bajo un trozo de tierra libre de vegetación y a doscientos metros de mi barrio, una cueva servía de cobijo a varios adolescentes. La habían cavado para tener intimidad en sus ratos libres, ratos que se irían prolongando al faltar a la escuela cada vez con más frecuencia. Una vetusta escalera de tablas mal clavadas facilitaba el bajar. No era muy ancha, a penas cuatro o cinco metros de diámetro. Unas cuantas cajas de frutas hacían las veces de sillas y mesa, y dos colchones viejos y sucios, la vez de un lecho que utilizaban como alfombra voladora tras inyectarse heroína. Revistas de mujeres desnudas, navajas y objetos punzantes se repartían por un interior a media luz que no aireaba el suficiente olor a eyaculaciones, sudor y humedad proveniente de paredes arenosas decoradas con calendarios y pósteres de exuberantes trabajadoras.

    No es un sueño, sino imágenes que han volado a mi memoria tras pasear por el ahora colegio público que se yergue sobre el campo de la cueva de antaño. Un edificio nuevo y amplio que le une, sin contar las cuatro casas de siempre, con los destartalados edificios de cuatro plantas del pueblo.

    He pensado cómo cambia el mundo, que estos niños de hoy no saben lo que ocurrió bajo el suelo donde estudian ni se imaginan el reciente próximo.

    Tres chavales de los que frecuentaban la cueva están muertos. Eran de mi edad. Uno se ahorcó en el paso subterráneo que enlazaba una playa del Mediterráneo con la carretera Nacional II que une Barcelona y Madrid. En una esquina, con su correa de cintura, al lado de los líquenes y pintadas estúpidas como "tonto el que lo lea", o de amenazas como "te boi a tajar el pezcuezo cuando te encuentre joputa migué". Por aquel entonces la oscuridad reinaba en el pasadizo incluso en los días más luminosos.

    Otro, dicen, se suicidó por sobredosis; y al último, comentan, que fue un crimen no resuelto, aunque fácil de imaginar: ajuste de cuentas y esas cosas.

    Jo, qué recuerdos, me he dicho mientras salían a la hora del patio los niños. Pocos bocadillos he visto, casi todo bolsas de pastas, dulces, tabletas de chocolate, bebidas de falsos zumos, isotónicas... Ninguno fumando, ni tan siquiera tabaco. Cualquiera de los que me estáis leyendo pensará que yo era un pieza de cuidado. Nada más lejos de la realidad. Narro lo que veían antes mis ojos y lo que ven ahora. Sé de estos personajes porque a pesar de que yo era poca cosa, pequeño, de aspecto débil y no veía de lejos —pocas gafas se veían y no recuerdo que hubiera quien las vendiera—, mi carácter era de mil diablos. Era capaz de sacar matrículas de honor y codearme con los más malos, pasear entre ellos sin el más mínimo peligro y sin caer en las redes que les lanzaban los adultos depravados.

    Con una ojeada pensarán que el mundo es menos peligroso hoy en día para sus hijos. Pero no es cierto, la vida es más complicada y, a la misma vez, más simple de lo que parece. Hoy están mucho más indefensos ante los sinvergüenzas. Hoy parecen llaneros solitarios, cada cual va a lo suyo, no hay lazos ni grupos de amistad. Se comunican entre ellos más por vías virtuales que reales. Antes no era así. Los círculos en los que nos metíamos nos protegían. El estudioso estaba a salvo porque se juntaba con otros empollones. El malo iba con los malos y los del medio se dedicaban a medio estudiar y a los juegos de la temporada: a la lima cuando tocaba la lima; a las chapas cuando tocaba las chapas; al ajo duro cuando empezaba el frío y era bueno correr y recibir un buen pelotazo para que uno se calentara; al centinela cuando oscurecía y había que alborotar al barrio entero con gritos desde las esquinas... Y se fumaba a escondidas porque se quería sentir el peligro, pero en el fondo era una tontería pues los mismos padres se sorprendían si con doce o trece años uno no intentaba o fumaba; y empezaban a pensar que quizá este hijo suyo les había salido marica; y fumar tabaco negro, no rubio, que eso también era de maricas.

    Con esto quiero decir que los peligros eran los mismos que los que hay hoy en día, y serán los mismos el día de mañana. Los niños siempre estarán en peligro mientras existan mayores. Pero antes, no hace mucho, sabíamos mucho más de la vida porque la recorríamos y la veíamos cada día, no porque fuéramos más espabilados ni más listos. Hoy en día la vida se recorre por su vertiente virtual, irreal, como si uno caminara por senderos que van y vienen de su interior. No existen los caminos exteriores, y los caminos exteriores, sin la menor de las dudas, son los reales, por donde transcurre la vida del sol y la lluvia; de las navajas y los besos; de la sangre y los pechos; de la amistad y la enemistad; del puñetazo y del abrazo; de los ojos y el árbol; de la bilirrubina y la tristeza; del sudor y la tierra; de los dientes y la acera; de la bicicleta y el brazo roto; de la pedrada y la cabeza; de la regla y el profesor; de la pelea por la justicia que nosotros mismos establecíamos; de la ley que no está escrita; de callar ante la voz que nos vence; de gritar al débil; de juntarse para defenderse; del pan y el hambre; de la alegría de compartir; de la mano que te levanta y al caído que levantas.

    Hoy todos saben de todo: saben cuáles son las injusticias o quién es culpable o inocente; a quien es mejor esquivar, con quien es mejor juntarse... Pero todo es teoría que les introducen a través del televisor, Internet, publicidad, periódicos... Teoría que se mastica en la intimidad de un mundo virtual. Eso es como querer introducir al pueblo dentro de sí mismo, por medio del miedo. Divide y vencerás. Miedo a no poder comprar el coche del vecino o a no tener el último teléfono móvil que se ha comprado el compañero de trabajo o el que se sienta a tu lado en la escuela; miedo a que piensen que somos pobres; miedo a que el pobre emigrante te quite el trabajo; miedo a que no puedas pagar tu entierro aunque tengas noventa años; miedo al mañana cuando ningún día vives; miedo a la muerte cuando la muerte es inevitable; miedo a vivir desordenadamente cuando a la vida es imposible ordenarla; miedo a que el hijo no acabe la carrera cuando los licenciados, si no acaban en el paro, acaban cobrando lo mismo o menos que alguien sin estudios; miedo a que se nos rompa el coche cuando salimos de vacaciones cuando lo importante de viajar es el mismo viaje y la aventura; miedo a que el mundo acabe siendo irrespirable cuando fumamos o no paramos de ir de un lado para otro con nuestro vehículo emisor de CO2; miedo a que nos roben la casa cuando sabemos que casi ninguno de nosotros tiene nada de valor en casa; miedo al jefe cuando es él el que debe tener miedo de quedarse sin trabajadores capacitados y perder la vida de ricachón que lleva; miedo al paro cuando sobran miles de millones de euros por todos sitios; miedo a pasar hambre cuando solo en España se tiran a la basura millones de toneladas al año, lo equivalente a doscientos kilos por persona y año, que viene a ser la mitad de lo que uno come en ese tiempo; miedo a pegarnos un pedo en mitad de un restaurante cuando se sabe que la totalidad de la humanidad se pega de ocho a dieciséis pedos diarios; miedo a que nos salga un hijo tonto cuando el imbécil de Einstein contribuyó a la creación de la bomba atómica... Miedo, miedo, miedo...

    Y esta es la diferencia entre el ayer y el hoy: antes había miedo, pero un miedo real a perder la vida por luchar por la democracia, por no morirse uno de hambre, por cosas nobles; por no caer en la heroína... y por ello la gente se unía y luchaba. Ahora, la idiotez de los miedos hace que nuestro inconsciente, nuestro yo que lleva los mandos y los guarda para momentos críticos nos diga: "Pero dónde vas imbécil, ¿te vas a matar por una tontería de esas?. La vida es lo importante. Y la vida es crear vida, tener hijos para que la especie avance. Eso es lo que somos: animales y toda la vida, por muchas vueltas que se le dé, está organizada para desembocar en la creación de hijos".

    Por ello decía que la vida es muy complicada y muy sencilla a la vez. Podemos adornarla de mil maneras: con miedos, ropas de marca, grupos políticos, dioses que porten cacerolas en la cabeza... Por esas cosas la hacemos muy complicada.

    "La vida es tener hijos para que la especie no se extinga, para que la Tierra sea la base de la propagación de nuestro mundo y nuestra vida a otros planetas, otras estrellas, constelaciones, universos... Por él la Naturaleza, el verdadero Dios, le importa una mierda que perezcan los débiles, mentales o físicos, que ella solo quiere a los mejores sea con la combinación que sea. Ella solo quiere reinar en todos los universos habidos y por haber. Y nosotros, los hombres y mujeres somos su creación más perfecta, la más fuerte, la mejor. Y no te calientes la cabeza que ella siempre estará aquí. Pasarán millones de años y seguirá reinando, con unas especies o con otras, pero ella seguirá reinando y apoyando a los fuertes. Por lo tanto, lucha hasta la muerte por encabezar la pirámide del poder, que lo demás no importa..."

    Recordando el pasado cercano no me había dado cuenta que estaba en el cuarto de baño de mi casa, con la cabeza metida entre los dos espejos que cerraban en triángulo el armario de encima del lavamanos. No me había dado cuenta que ese otro yo se había apoderado del mando, de la situación, y empezaba a enfrentarse conmigo.

    Cerré de golpe las dos puertas y el espejo quedó en el rectángulo normal de siempre, ya no habían cientos de mi rostro en cada uno de los tres espejos del triángulo. Hacía poco que había descubierto tan curioso dividirme en cientos de imágenes, y me hizo gracia, pasándome horas mirando a la infinidad de mis mismos rostros que se proyectaban de espejo a espejo hasta perderse y marearme la vista. Intentaba, absurdamente, encontrar alguna diferencia entre ellos. Como es normal nunca la encontré, pero la diferencia surgió del interior, de mi cabeza. El otro yo.

    Con el tiempo, tanto me convenció con sus discursos que hicimos un trato: él ocuparía el cuerpo una semana y yo otra; luego debatiríamos quién era más adecuado para la vida. A veces uno no es muy inteligente, porque si uno de los dos ocupaba los mandos, el otro, simplemente, permanecería inerte en la sombra de un rincón del cerebro. Eso lo pensé mucho después. Me costó un montón domarlo y encerrarlo, pero aún así, de vez en cuando, me grita desde donde esté, que será, probablemente, en algún rincón de mi cabeza, que es lo que me gusta pensar, que está en una cueva cavada bajo tierra, de unos cuatro o cinco metros de diámetro, a la que se baja por una vetusta escalera de tablas mal clavadas; que mi otro yo descansa en un colchón viejo y sucio mientras se inyecta la adrenalina del macho alfa.

    En cierto modo creo que siempre fui dos personas, como cuando era niño y adolescente: el que sacaba matrículas de honor en el colegio y el que se trataba con los de peor calaña.


    Continuará abajo...
     
    #1
    Última modificación: 20 de Septiembre de 2016
  2. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Capítulo II

    El Gato: un mote maldecido


     
    Quizá no debería pasear por los lugares que despiertan a mi otro yo encerrado, pero eso es muy difícil cuando se continúa viviendo en el mismo barrio después de más de cuarenta años. Los bloques de edificios son los mismos, repintados algunos y con otros uno llega a preguntarse cómo diablos no se han derrumbado ya. Por lo demás, salvo el campo de fútbol sala, que ahora ocupa el antiguo descampado de algarroberos y chaparros, y la escuela, que está nada más cruzar una calle que va de montaña a mar, no ha cambiado a penas nada en tantos años. Un parking, que tendría que ser un ambulatorio con unas cuantas viviendas de protección oficial, une a los variados edificios del barrio con estas instalaciones más o menos modernas. El ayuntamiento no tiene dinero, se lo ha gastado todo en despilfarros y endeudado por culpa de la compra de votos a lo largo de estas recientes décadas de democracia. No es que hayan dado dinero por cada voto, sino que han ido contratando más funcionarios de la cuenta, incrementado sus sueldos hasta ser un abismo entre trabajadores normales y ellos, un abismo que es el doble o más del sueldo; han comprado a proveedores mucho más caros pero que son afiliados del partido; han otorgado ayuda social a familias que tienen más dinero que el mismo alcalde y negado a otras que pasan hambre pero que no les votan; han elevado el sueldo de todos ellos, facturas de banquetes y reuniones de feligreses... En fin, no acabaría el relato si continuara describiendo las sinvergüencerías de tales elementos que han hecho de la política una manera de vivir y de sangrar a los pueblos. Solo hay que pensar que, en un municipio de no muchos habitantes, si te aseguras unos cuantos cientos de votos serás alcalde hasta que tus huesos y carne se pudran, a no ser que te hartes de robar, cosa muy improbable.
     
    El caso es que donde está ahora la zona con la función de abandonar los coches, más que para aparcar, había un colegio construido en los años setenta. Era fantástico: grandes ventanales, paredes de obra vista, dos pisos de altura. Sinceramente, pocos colegios más bonitos y prácticos han visto mis ojos; pero como se levantó en tiempos de Franco había que derruirlo. Con esto no hay que hacerse la falsa idea de que uno es franquista o no, que las personas de antes eran las mismas de ahora: trabajadoras y honradas en su inmensa mayor parte; que el Caudillo, a parte de tocarse y tocar las narices entre algún asesinato que otro, no trabajó ni contribuyó absolutamente nada en el desarrollo de España, sino todo lo contrario, la mantuvo en la oscuridad de los tiempos, como todos los antecesores de esta península. Bien hubiera valido para ambulatorio el antiguo colegio, o haber continuado su labor para la enseñanza, incluso para viviendas. Es otra de las barbaridades de los gobiernos municipales españoles para robar: destruir con los ojos cerrados y cobrar las comisiones de las empresas de derribos para llevarse las comisiones de las empresas constructoras con los ojos abiertos; más chupar también de todo el séquito que acompañan a estos especuladores: electricistas, fontaneros, empresas de puertas y ventanas, de cuartos de baño, de cocinas... Y todas pasando por el tubo estrecho de concejales y alcaldes, pero contentas de salir por la otra parte del tubo con un trocito de pastel y una papeleta preparada para las siguientes elecciones.

    En tal colegio estudié cinco años, hasta el quinto de E.G.B. (Educación General Básica), o lo que es lo mismo, hasta los once años, que para un niño es la Edad Medieval, esa época oscura que va desde que uno deja de ser bebé hasta que empieza la adolescencia. Es el tiempo maldito o bendito, el tiempo oscuro donde se forma el carácter y alma de los futuros hombres y mujeres.

    En el patio de tal colegio estaba uno de los de la cueva, el suicidado. Él, desde arriba de un tobogán con trompa de elefante, como le llamábamos por ser curvada a media caída y alto, iba arrojando a un gatito de a penas un mes o dos de vida. Se reía porque caía al suelo siempre de pie. Luego mandaba a un idiota que había abajo que se lo volviera a subir para volver a tirarlo. Yo pasaba tras el muro que separaba patio y calle y oí las risas y el maullar del pobre animal. Alcé la cabeza todo lo que pude y les grité que dejaran en paz al gatito. Me miraron mal y me dijeron que me callara si no quería que me lo hicieran a mí. Salté de un impulso el muro ante la cara de sorpresa de los maltratadores y me encaramé en lo alto del tobogán junto al futuro suicidado, chocando mi rostro con en el suyo mientras lo agarraba del cuello de la camiseta. Mi corazón latía como un puño que quisiera salir del pecho y mis ojos eran puñales. Noté el pánico en el rostro y aliento y temblor del rostro al que enfrentaba, la inseguridad con la que se aferraba a las barras de sujeción de lo alto del columpio. Pensaba que lo iba a tirar a él, como él hacía con el gato, y fue mi primera idea, pero me detuve de golpe cuando estaba a punto de concretar la idea. Mis pulsaciones se suavizaron al igual que la fuerza, en un instante, y mis ojos se calmaron. Con voz serena, pausadísima, le dije que ya me iba, que hiciera con el gatito lo que le diera la gana, pero que supiera que su vida, su futuro, dependía de la decisión que tomara. Me contestó en plan chulesco, disimulando el temblor y mirando de reojo al de abajo. Me dijo que "Qué cojones piensas hacerme si mato al gatito". Le dije que "Nada, que será el mismísimo gatito el que se tomará la venganza, maldiciéndote".

    Me bajé tranquilo del tobogán y me marché mientras oía unas risas a todas luces entremedias del terror y el querer mantener el orgullo de una posición chulesca. El uno por el otro no permitirían que se les notase el miedo, por lo que prosiguieron con los insultos típicos: "Eres un marica", "Qué te importa a ti un mierda gato, gilipollas...". Yo solo añadí un "Tú sabrás lo que haces". Sabía ya por aquel entonces que las maldiciones, males de ojo, hechizos... abrían el alma como un abrelatas, dejando entrar a la maldición, por la ignorancia y el analfabetismo de todos nosotros. Yo también creía en ellos con una convicción total, más que en el mismísimo Dios. Hoy en día, a pesar de que ya no soy ni ignorante ni analfabeto, sigo creyendo, incluso mucho más que entonces, dada la experiencia y los hechos irrefutables que se han presentado ante mis ojos y cerebro clarividentes.

     
    El gatito murió. Me lo encontré muerto debajo del tobogán, a las dos horas, más o menos. A partir de ese momento, al futuro suicidado empezaron a llamarlo con el apodo de El Gato. La vida de El Gato entraría en el mismo infierno: heroína, palizas, la cárcel, la prostitución por una papelina... El suicidio. El gatito asesinado rajó su alma antes de ser asesinado y en ella penetró el fruto que El gato había sembrado en su corta vida.

    Yo fui a enterrar al gatito y le pedí perdón en nombre de la humanidad, la cual, para mí, por aquel entonces, no era ni iba mucho más allá del barrio donde vivía.








    Continuará abajo...

     
    #2
    Última modificación: 20 de Septiembre de 2016
  3. marea nueva

    marea nueva Poeta veterano en el portal

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    Mmmm pense qera esta la finalizada jiji me equivoque de puerta voy a la de arribira en un rato cuando vuelvaaa pero no me olvido de esta "en redacción" abrazos en redacción
     
    #3
  4. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    jajajajjajajjaj señora Ethel, ya se equivocó jajajjajajajajaja... Era el otro jajajajjajaja.... No importa, un abrazo jajajjaja.... o más... jajajaj...
     
    #4
  5. marea nueva

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    Cuantas memorias y que reflexión OS regalas, no se que tiempo es mas difícil solo creo que tieesus difultades distintas y el presente corre... jeje, un abrazo a todos tus yo especialmente al que tienes castigado.
     
    #5
  6. Évano

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    jajajaja...señora Ethel ese ipod es muy pequeño para usted, para sus dedos. Vboy a tener que "apelotonar" el resto del relato jajaja... Bueno, le daré recuerdos al castigado jajaja... Un abrazo fresquito, o más...
     
    #6

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