Encuentro (Tengo en mi vida tanta tierra...)

Tengo en mi vida tanta tierra
tanto gris de plata, tanto asfalto derretido
tanta sombra en mis zapatos.


Déjame contarte, amor mío, del tejedor
de Shakespeare,
de ese humilde hombre fabricado de sueños
que entró una noche de verano en un bosque repleto de estrellas
atrapado en la cabeza de un asno.
Déjame contarte de su extravío entre las hojas,
de su canto inocente como los pájaros,
de sus ojos posados sobre las flores,
de su mirada extrañada
y perdida en el vestido etéreo de Titania,
la emperatriz toda de las hadas.
De las palabras que brotaron de su hocico
cuando escuchó un “te amo” de los labios de la reina


Methinks, mistress, you should have little reason
for that: and yet, to say the truth, reason and
love keep little company together now-a-days[1]

Pequeño como el granizo, Shakespeare supo
dibujar al hombre frente a la belleza.
Lo imperfecto frente a lo perfecto.
Lo perfecto frente a lo imperfecto.
Supo Shakespeare trazar en una noche mágica
mis ojos negros llenos de tierra desierta
frente a tus ojos llenos de lunas blancas
sencillos como una tenue brizna de hierba.

[1] “Me parece, señora, que no tienes motivos para ello. Pero, a decir verdad, en el tiempo en el que vivimos la razón y el amor rara vez van juntos” (Sueño en una noche de verano, acto III, escena I).

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