Enferma individualidad

No sé cómo
ni cuándo pasó,
pero mi yo
se hizo tan grande,
que creyó que su mundo
era el mundo entero.

En el egoísmo
de la enormidad,
ese odioso yo
se olvidó de los otros,
que a gritos
levantaban sus banderas.

Dejó de lado los sufrimientos,
angustias y escenarios
de una diversidad
cansada de comunicarle
sus sueños,
en los tibios pulsos
de la clave de Morse.

Resumió el universo
en una sola carne,
y sus sordas pretensiones
fueron tan exclusivas
como inútiles.

Finalmente,
tendió amarrada
en los nimbos mal dibujados
de mis hambres,
la cruda realidad:

Sólo soy una hoja de menta,
maltrecha en el mortero
que todo lo abraza.

- G. Arroyo, 28/Julio/2011 -