Envidia es poco

En el segundo recodo que dibuja el río,
tras dejar atrás las tapias del cementerio,
hay un prado donde las pequeñas flores,
al recibir los primeros rayos del amanecer
ven sus sombras agigantarse entre algarabía.
El jolgorio dura cuatro palmos y medio
o cinco minutos y cuarto, según se mida.
Cada flor se despereza y quita las legañas,
mientras, entre risas, acicalan los pétalos.
Preparan sus androceos y gineceos
para recibir al viento y a los insectos,
que, como celestinas, proporcionan amantes
donde fecundar o ser fecundadas.
Un orgasmo interno o bien lejano,
sentido o soñado, vibrado o percibido,
pero al fin y al cabo una esencia vital,
que observada desde nuestros trastornos,
si decimos envidia, aún decimos poco.