Errar y llover, o las brumas cristalinas

Durante aquella noche oscura
llovió cuanto tenía que llover.
En las puertas de la sala del baile
se quedaron los ángeles,
desamparados.


Llovió cuanto tenía que llover
llore cuanto tenía por llorar
(pero no tanto como debía)


Durante las noches de lluvia
en las que uno llora,
tan sólo esperamos ver la luna
porqué es lo último que nos queda
como salvaguarda del corazón,
ante ángeles negros de pesadilla
que respiran de nuestras cenizas
y lloran de cuanto lloro,
aunque por otro motivo (inversamente, el mismo).


Cuando alguien me quiso muerto
tan solo tuvo que hacer de mi
un amasijo de nubes en la noche,
un manto de brumas que naciera de mi
y que no saliera de mi,
pero que siempre creciera.
Cuando alguien me quiso muerto,
tan sólo tuvo la triste misión
de saludar a mi almohada,
y darle una propina a la soledad.


Soledad, enigmática amada
que viene y que va.
Soledad, lluvia que quema
o sol que inunda.
Soledad, ese corazón de tinieblas
que da calor a los abandonados
y abandono a los acompañados.


Si alguien quiso de mi un castillo
tan solo tenia que acercarse
al balcón humillado de mis muñecas
por donde circulan semillas hechas de
universos de sangre y vida.


Pero por vientos ya no vienen
las musas a sus versos.
No. Ellas, en su castillo de humo,
duermen. En mis castillos inexpugnables.
Inexpugnables de mi.


Cada ladrillo, un paso atrás de cristal quebrado.
Mirar atrás siempre fue un error
porque cada paso del pasado, es un error
por ser errado.


Y por compasión o por respeto, la luna saluda
al castillo de ventanas hechas niebla.
Las musas duermen en sus camas
de sangre mía y de todos
y hechas de noches,
perdidas entre brumas cristalinas.

 

Un interesante poema, unos versares con un buen contenido
el que nos dejas, donde se refleja mucha profundidad para el
disfrute de su lectura.
Ha sido un placer poder pasar a leer tus letras.
Un abrazo. Tere