Es casi un lustro ya

Desde el sol de septiembre
testigo único de nuestra dadiva de nombres
es casi un lustro ya.

Mi sobrecarga de energía al reír
se la debo al error de un dios arquero,
que con el desliz del cielo a mi inocencia
el venablo mis pensamientos engarzó lisonjero,
a tu peculiar sentido del humor y a eso, se la debo yo.

A tus oídos el viento la noticia llevó,
acompañada de mi llanto y un necesario adiós.

Tantas lunas murieron y muchas otras nacieron
como mis esperanzas de relegarte también lo hicieron.
Hasta hoy intento no verte pero me es imposible no dormir,
más aun dejar de soñar, pues por lo regular despierto lo hago más.

Hoy el sabio o quizá zafio destino, juntos nos quiso ver.
Mi suelo tiembla.

Cinco minutos, entre una multitud y tus brazos
de las ropas de alter ego me desnudan,
hablas mucho a mis oídos por tu voz ensordecidos
mientras yo consciente entro lento a mi locura,
esperas respuesta de mis labios por tu mirada enmudecidos
mientras envuelves firme la ausencia de mi cordura.

Aquí las piedras vuelan y las plumas contemplan,
aquí los arboles hablan y los hombres observan,
aquí los peces escuchan y las mujeres olvidan,
aqui las penas quedan y las alegrias se adonizan.

Pero ahí el factor tiempo otra vez… ¡siempre!

Tus brazos que anhelaba se soldaran, me soltaron,
dejándome nuevamente en una libertad que no quiero,
como cuando la muerte deja vivo al suicida y su deseo
de conocer lo verdadero y escapar de lo agorero.

Mientras veía disolverse la figura de tu espalda
entre las manos de aquella noche,
mi anatomía volvía a convertirse en piedra,
a ser aquella gárgola que jamás conocerás.

Te fuiste a Mercurio y yo a Plutón.




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