Esclavos

Me invade la nostalgia y por qué no decirlo, la tristeza. No se trata de quejarse todos los días, no se trata de desconocer la tecnología, tampoco, de ser anticuado o de no comprender la era que nos asiste… pero, este sentimiento de soledad desplaza el anhelo de una buena risa, de la charla, del abrazo y del café, de la música, de escuchar y conversar, la familia, los amigos, de entender y valorar, de otorgar el sitio que merece cada uno.

¿Cómo permitimos que las cosas materiales nos hurten horas fraternas?

Esclavos de las herramientas, ignorantes del mundo que nos rodea, perezosos de utilizar los sentidos, de permitir que el cuerpo entregue todo su potencial de energía en actividades en bien común y particular, de explotar el cerebro en el análisis del espacio en el que nos encontramos, de desarrollar las actividades a las que venimos a este mundo, para ser sencillamente felices.

En todo sitio, los cafés, los parques, las oficinas, las calles, los autobuses, el metro, la sala, el comedor, los dormitorios, rige una nueva religión, la del mundo virtual, un lugar donde nos escondemos y forjamos seres que no son reales, máscaras que viajan en un espacio de fantasía, almas que se debaten entre las tinieblas del egoísmo...

¿ y qué de aquellos hombres y mujeres, niños y jóvenes, que no se hablan, que no se escuchan, que no se miran a los ojos, que no sonríen, que desayunan, almuerzan y cenan en silencio, como si los aparatos fueran los nuevos templos del diálogo y de la paz?

Levanto el rostro y observo, nadie ha reparado en la persona que va a su lado, de las personas que miran de frente, de los niños que sonríen e interrogan con sus gestos, de los mayores que en su mutismo esperan una palabra, de los habitantes de las calles que son fantasmas, de los cuerpos escurridizos que amenazan por los sagrados inalámbricos, esos móviles que nos convierten en seres extraterrestres, llenos de falsas virtudes, en dioses con obturar un botón.

¡Viva la tecnología!, ya no se necesita calcular mentalmente, ya no se necesita la ortografía ni la gramática, utilizamos signos, dibujos, formas, un párrafo que describe todo nuestro sentir, lo reemplazamos por unos caracteres.

Hoy, reparé en la presencia del abuelo que va a mi lado, podría describir un folio completo de su aspecto físico, ni qué decir de toda su vida, narrada en el tiempo que tomó la ruta del trabajo a mi casa. Maravillosa charla, de risa y de anécdotas, que con sus 82 calendarios, sabía mucho más del mundo por su experiencia, que de tener un celular entre sus manos.