Espejos.

Quizás denoten esquirlas de locura en mi, una larga insanía que no ha tenido cura alguna. Intento de comprensión, fallida percepción de la irrealidad que me rodea.
Es cierto que nunca llegaré a comprender este mundo ilusorio, pero hay algo que detesto en sobremanera; los espejos. Aquellos cristales capaces de concebir una irrealidad ficticia de una ficción misma, multiplicadores de la vida soñada, del sueño soñado, de la ilusión de vivir.
Alimento impropio de la vana vanidad, de la razón atrofiada inherente a la humanidad. Espejismo en espejismo, ilusión de ilusión, impostor de la infinidad. Velo de los velos que nuestros ojos cargan en condena, trebejo de trebejo, oscuridad de la sombra. Decepción de apariencias, falsa imagen de lo hermoso o repugnante a antojo del hombre, sustento de la hipocresía social y colectiva.
Por algún motivo nunca voy a poder alejar mi odio de esos objetos. Creo que tengo suficiente con el espejo de mi mente, el reflejo de mi pensar e interpretación, aquel espejo que muchos de ustedes llaman realidad.

 

Si acaso hay un arquetipo del yo, este es el espejo. Será mejor enfrentarlo, romperlo, atravesarlo, hasta que lo que nos aterroriza se disuelva con nosotros y sólo quede la cuerda desnuda que pueda resonar pulsada por los dedos del Gran Músico. Saludos.