Estaciones

El viento del oeste llega salado y frío, sesga las calles del pueblo, dobla por los calveros hasta el río, llega casi vencedor y contempla el paisaje, los árboles muertos, muertos y de pie como las estatuas.

La vida huye de las calles, desaparece del campo y del río, los ríos son negros, los caminos son negros.

Son los árboles que se mueren, la muerte de los árboles es algo que anda por la calle, que sube del prado, un hecho total, y no pienses que mañana cuando bajes hasta el puente, ellos van a entender lo que quieres decirles, no, los árboles son seres sin ojos por eso no te ven.

Hay unas viejas sombras de caballos por el campo, trabajan, siempre allí donde quedaron, su gran voz rompe en la superficie, pero si amas el silencio ves a alguien que lo reclama, que sufre por ello.

Llueve. El cielo llueve por los cuatro puntos cardinales, inclinado hacia el abismo, todas las puertas del cielo abiertas. Después desaparece la lluvia, cesan los pasos de agua, queda la niebla, una multitud de partículas que caen volando en contra del viento.

Todo estaría muerto si no fuese por la luz de las estrellas, todo vive lejos de nosotros, animales fantásticos sin corazón ni dicha, como en el otro mundo de las cosas, escuchamos, esperamos que alguien diga nuestro nombre, pero es el aullido de los lobos, la ausencia de aire la respuesta.

Insensible, el tiempo llega a la noche. En la casa del peregrino brilla una luz, es del hogar o de la lámpara. El espíritu, recogido en la choza canta su canción como un cuchillo, nadie podría turbar la profunda paz que se respira. Estoy hablando con una luna, me alejo, ella se acerca y llama, no había nadie, dio la sensación del inicio de un viaje, pero el comienzo desde un tiempo antiquísimo, todo estaba cubierto de polvo y las ratas habían dejado las huellas por el suelo. Nosotros no supimos de su luz, también alejados y nacidos viejos.

Perdidos dentro de la noche, con todo el invierno, todas esas estaciones del invierno delante de nosotros, no hubo nave que cruzara tan lejos el océano, muertos, pero en una civilización anterior, en un cielo sin estrellas; sería una selva de monstruos o de bestias donde ellos no estuviesen, una blasfemia, una sincera maldición pero sin objeto, el final de las fuerzas al llegar a un paraíso lleno de geishas. Están ahí, tan cerca, que los dedos son ojos y muchos, profusión, al final la ausencia de peligro produce el bostezo de la naturaleza, el drama terrible y doloroso de un lugar vacío, sin cuento, sin fantasía.

La noche llega hasta la fuente, la fuente rueda sin pararse a escuchar, el agua no hace un río sino un sendero, y más lejos un prado, lagunas que son espejos y cerca están los animales desnudos y grandes y al fondo la arboleda.

Por la mañana la luz sabe a nieve y a agua.

El viento viene de lejos, no trae nada, no se lleva nada, es un viento vacío, vacío por dentro, le mondas y las cáscaras es lo que se oye al otro lado de la ventana. Negro y vacío igual que por la noche.

Podría ser la muerte y los muertos ser ellos que se miran por la calle. Amanecen los álamos del río, tan fríos que vuelven a esconderse en las raíces. Después el día les despierta y como están locos empiezan a cantar su canción estentórea.

Al volver a casa toda la mañana se ha ido. Huele a rincón de pueblo, el sol del invierno sabe, es un fruto maduro. Todo el cielo sin nubes y la tierra parda, la luz del mediodía es de ceniza y ocaso.

 

La comunión de la vida.

 

opsss..... no había visto esto. Estuve casi una semana sin conexión a la revista. Imágenes mejor. imágenes de la vida. El otoño y esos hotentotes de árboles que se quedan sin abrigo ahora que llega el invierno, jeje, ya se lo digo yo, pero ellos no hacen más que dar voces, voces de árboles grandes que se oyen hacia el infinito del cielo. Un saludo Alicia.