Fábula del alquimista.

Cuando el sabio alquimista vio, al fin, en su matraz,
que se trocaba el plomo en oro refulgente,
pensó que había encontrado la auténtica verdad
que busca tanta gente.
Creyó que aquel hallazgo podía cambiar su vida,
compensar tanto tiempo de amargos desengaños,
alentar nuevamente su esperanza, perdida
al pasar de los años.
No era el valor del oro lo que le conmovía,
si no su gran belleza, su claro resplandor
que alumbraba ilusiones de que, con él, podría
vencer cualquier dolor.
Pero el oro le dijo que tuviese paciencia
(ya que el oro era libre, que así lo había creado),
que tan sólo podría seguir en su presencia
en su anterior estado.
Sintió dolor el sabio al verse en tal dilema:
o renunciar a todo, o perder lo alcanzado.
Mas, no tenía elección posible, en aquel tema...
Se había enamorado.
Aquella dura prueba tendría que aceptar
sea cual fuere la forma que quisiera ofrecer.
Mejor, aún como plomo, poderlo conservar
que no volverlo a ver.
Mas no le fue posible. Fracasó en el intento
de devolverle al oro su forma original,
fue inútil su deseo, su afán y su talento.
Y aquello fue el final.
Transmutar plomo en oro puede ser un calvario,
pero el que lo consigue y el enigma despeja,
no puede, aunque lo quiera, dar el paso contrario.
Esa es la moraleja.

Copyright José Luis Bermejo (El Seneka)
elseneka@hotmail.com

 

Hola elseneka, precioso poema ,me gustó mucho.Saludos para ti.

 

Hice una lectura similar a la de Julia, me ha parecido una hermosa historia contado con un sonido inmensamente poético.
Me ha gustado mucho.