Final abierto.

Los dulces sabían a dulce,
la flauta azuzaba a las cobras,
pintaba al carbón yo esas sombras...
ni el sol se adentraba en tal cruce.

Mis venas bombeaban intactas
y ahora caen bombas del techo.
Mi lecho y mi pecho maltrecho
se agitan hundiéndose en mantas.

​

¿Qué cantas? Tú; santa de santas...
¿Momento perdido en el viento?
No pierdas tu tiempo en lamento.
Ya basta, ya basta, te gastas.

Mi nombre fue agua en desierto:
Absurdo, valiente e incierto.
Abierto el final de este cuento
se queda y su inicio reviento.

Mas, ¿cómo lo cierro yo ahora?
¿Te importa? Pregunto, ¿te importa?
Pues no, y por eso mi ahorta
se guarda el secreto que aflora.
​

 

¡Qué decir ante tal maravilla de poema mi querido amigo Daniel!
Son muchas las cosas que el alma se guarda dentro
hasta de cualquier día, de repente,
se convierten en poesía.
Tus versos me han llegado al alma y demuestras en ellos
una gran sensibilidad y musicalidad.
Gracias, abrazos y estrellas para ti de tu amigo Eladio.

 

Perfecto poema, bellísimo, muy lindo, precioso.

 

¡Y qué decir ante tales cumplido Eladio!
Como siempre, es toda una satisfacción saber que es de tu agrado.
Te doy toda la razón en aquello que has dicho de que las cosas que se van guardando en el alma de improvisto se convierten en poesía.
Un abrazo muy fuerte amigo, cuídate.

 

Muchas gracias Jorge, un saludo.