Guijarros arrastra el río

Guijarros arrastra el río

En el umbral de mis años de hombre
otra puerta de mi rostro se ha cerrado.
Una golondrina me habita el corazón:
cruza el diámetro de la gris chimenea
que se irgue en la aurícula del día.

Abajo, el cadáver del momento
camina, paso a paso, en la casta piedra.

Tras la ventana los ojos que no ven
son fotografías descoloridas por el tiempo.
Moles de metal, moles de hierro,
respiran, inhalan, exhalan,
el sueño anciano que electrifica a la vida.

Arriba, un zumbido de sombras
bebe, hora tras hora, de turbios panales.

Guijarros arrastra el río…
Los guijarros del que fui y no seré ahora.
Ahora que de un árbol de fantasmas
me petrifica el silencio rojo de una manzana.
Igual como petrificada está la bailarina
-que gira y gira en mi caja de música-
con la misma melodía de siempre.


*

​

 

Acudo al rescate de este poema cuya belleza es probablemente tan excelsa que no puede contemplarse con los ojos de la mezquindad. Aplaudo la imagen de una ‘daga de mil hojas’, celebro la aliteración y reiteración en ‘Y sólo soy yo, soy yo solo’ que me ha puesto los vellos de punta. No comentaré la poderosa imagen que encierra ‘los purpúreos cuervos’ que ‘guardan la eternidad bajo sus alas’ o el tenebroso erotismo de las dos últimas estrofas. Este poema es en todo una belleza y me ha tocado decirlo a mí. Te mando un saludo.

 

Bellísimo poema lleno de imágenes poderosas. En la penumbra relucen los destellos de tus versos. Un gusto leerte, Daniela.