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Gwener y Tommy

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Cris Cam, 26 de Abril de 2019. Respuestas: 3 | Visitas: 490

  1. Cris Cam

    Cris Cam Poeta adicto al portal

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    Gwener y Tommy


    Tommy subió hasta el monte Swan, más bien un promontorio boreal de tierra firme, muy cerca de las ruinas de Barnakeil Church que miraba hacia el círculo polar ártico. En realidad, no tiene nombre oficial, pero la gente lo llama así, donde se hallaba el observatorio astronómico Galileo, con la esperanza de conseguir un empleo. Apenas había terminado sus estudios en la escuela elemental del maestro Marshall, y sus padres no disponían de dinero como para enviarlo a ninguna escuela superior. Así que decidió que comenzaría a trabajar, en el único lugar posible, el observatorio astronómico que patrocinaba lord John Laurie, dirigía el Dr. Carl Linkshaw y donde su lugarteniente el ingeniero Albert Blacksmith, trabajaba sin descanso. Más bien, sin que nadie lo haya visto dormir, nunca, ya que ni cama tiene.

    La madre de Tommy confiaba en que tres hombres solos necesitarían de alguien que les hiciera los recados. No se equivocó en lo de los recados ya que ese mismo día le pusieron unas cuantas libras en el bolsillo, y le entregaron las riendas de la burra Clotilde para que bajara y caminara la legua y media hasta el pueblito con una larguísima lista de compras. Pero se equivocó al pensar que eran tres y que estaban solos. Lord Laurie sólo se aparecía una vez cada tres meses, el Dr. Linkshaw sólo los primeros lunes de cada mes, de modo que quien se ocupaba de todo era Albert, quien no sólo disfrutaba de esa libertad, sino que lo hacía en compañía de Björk, una núbil doncella con quien ya tenía una hija, Margaret y con quien cuando su padre lo autorizara, se casaría.

    Desde la invención de la máquina a vapor, como bien sabemos, Inglaterra fue invadida por todo tipo de ingenios mecánicos. Y si los grandes barcos y locomotoras eran proyectados y fabricados por las nuevas y enormes empresas, otras empresas no menos ingeniosas, como la relojería, ahora tan de moda y precisa desde el mismo inicio de la revolución industrial, estaban a cargo de personas que más que mecánicos eran orfebres. Esa fiebre aún no había llegado tan al norte de las islas.

    Tommy no creyó quedar tan fascinado como cuando entró a la sala de máquinas del observatorio. El mecanismo se movía por una serie de precisos engranajes movidos en su etapa inicial por una clepsidra, un preciso reloj de agua que con sus gotas esféricas y regulares movía por gravedad un diminuto cuenco que al inclinarse por su peso le daba lugar al siguiente, detrás de una gran pecera de vidrio que lo protegía del congelamiento. Allí aún no había llegado ni el vapor ni el alumbrado a gas, de modo que se mezclaban el pasado y el futuro en una misma medida. Esa noche la gran lente refractaria de 40 pulgadas de diámetro apuntaría a un lejano punto de la nebulosa de Andrómeda. Y Albert, borrador y carbonillas de 24 colores en mano, dibujaría con su pulso firme y elástico, propio de un gran pintor del renacimiento todo lo que vería. La noche se presentaba larga y muy fría. Allí, fuera de la sala de máquinas no había posibilidades de calefacción alguna, unos pocos grados de cambio de la temperatura podría rajar la gran lente que había costado muchos miles de libras, adquirida en la única fábrica de lentes que había en toda Inglaterra. Albert, en las noches de tertulia en la posada, luego de algunas, mejor dicho, muchas copas, decía que Andrómeda era el producto de una de las iras de su padre y la Vía Láctea de una noche de amor de su madre. Como nadie sabía de qué hablaba sólo quedaba reírse de su alcoholizada imaginación.

    Las mejores noches para la observación eran las invernales que comenzaban muy temprano en la tarde y acababan a media mañana. Es que al estar el pequeño monte Swan tan al norte de Escocia, no muy lejos del Círculo Polar Ártico, la noche invernal comenzaba en la primera semana de octubre y terminaba en la primera semana de marzo. Es decir, meses completos para la observación que, si el clima ayudaba, o sea que no tuvieran esas nevadas que duraban semanas, el registro, para alguien que estuviera dispuesto a congelarse era cuantioso. Pero en verano cuando los días eran más largos y la neblina llegaba hasta el mismo monte, o bien cuando el calor producía el característico titilar de las estrellas, lo cual significa una mala observación, Albert se dedicaba a sus otros menesteres.

    Albert no era un oscuro ingeniero como pretendía decir su suegro. Ya que nadie sabe si alguna vez estudió o lo sabe por su propia sabiduría. Toda la parafernalia, viejos trastos de bronce heredados de 6 generaciones de astrónomos, fue modificada y mejorada por él. Tenía un don para la mecánica y su biblioteca ajustada como su salario, rebozaba de libros de física, matemática, pero sobre todo mecánica. Y como siempre hacía, hablar sin que nadie lo entienda, llamaba a Newton un buen hijo y a Kepler un gran entenado Eso le hacía decir a la chusma que ese hombre no sólo no era de este país, quizá fuera de un continente lejano y como la ignorancia geográfica que confundía a Brasil con la India, digamos por la densidad de sus selvas, cualquier lugar era adecuado para su nacimiento.

    Tenía publicada una mejora para las locomotoras que implicaba un ahorro de combustible. Pero quien la haya leído la repatentó con una nimia mejora y se quedó con la autoría. Tuvo mejor suerte con el velocípedo cuando argumentó que si las ruedas eran algo más pesadas mejoraría la estabilidad, por eso de la conservación del momento angular. Incluso jugó un papel clave cuando otro ingeniero patentó el uso de la tracción a cadena. Que luego fue usada en grandes barcos en reemplazo de los grandes engranajes.

    Así que, como no paraba de inventar sin que le preocupara quien cobraba las patentes, volvía a hacer que la gente se preguntara quien era ese hombre.

    Sin embargo, su más preciado proyecto se activaba lejos de la vista de sus patrones.

    Cuando apenas era un niño, si es que, según los borrachines de la posada, alguna vez lo fue, porque algunos bromeaban que era eterno, había descubierto en sus paseos por los pedregosos montes de su país natal, una roca azul que no sólo brillaba en la oscuridad, sino que era tibia al tacto y luego de estudiarla mucho tiempo logró descubrir que emitía una especie de energía, algo por entonces poco estudiado, claro. No era algo como para mover a un barco, ni siquiera a una locomotora, pero quizá algo más pequeño. Ahora, había logrado, trabajando en secreto, que ese ingenio le diera vida al más esperado de sus sueños.

    No se trataba de lograr que la materia orgánica resucitara, sino que tal cual lo hace el músculo de una rana al ser pinchado o pasándole electricidad, él había inventado, hacía muchos años, un material que tenía las mismas propiedades. Nadie sabe cuántos años tardó, pero un asiduo y muy bebedor concurrente a la taberna dice que fue hace miles de años. Estudiando los elementos que le eran tan afines como le era la propia metalurgia, para lograr un material que tenía el aspecto de músculo y piel. No creyó que fuera una maravilla que un esqueleto de la altura de un muchacho de 12 años pudiera ser recubierto por esa masa moldeable. De modo que moldeó el esqueleto metálico, con materiales nunca logrados por nadie, le agregó esa clase de piel y obviamente un cerebro de un material que, si alguien le preguntaba, decía era cuerpo de medusa. Un enjambre de diminutas fibras que, según él, en las noches de taberna de puro vino, poseía los atributos de la memoria y la razón, algo que él consideraba obvios, pero, más aún, sentimientos. Un viejo borracho le decía que ya era difícil creerle la invención de memoria e inteligencia artificiales, ¿cómo pretendía ufanarse de una máquina con sentimientos? Su invento, su hijo, tenía, como todos, pulmones, corazón, estómago, etc., incluso sexo. Pero no quería arrogarse el atributo de crear bellezas inauditas como un tío, según decía, suyo.

    Así que su máquina tenía todos los sentidos del ser humano, no sólo los regulares que existen en cualquier libro de escuela, sino otros como el equilibrio, la sensación del transcurso del tiempo, por ejemplo. Pero además uno que le sería propio, la capacidad de crear atracción y rechazo, ya que necesitaba que su máquina no fuera estudiada en demasía y para eso, la propia máquina elegiría con quien intimar. Ahora bien, ¿cómo presentaría a su máquina sin causar la repulsa general, habida cuenta que no hace mucho a Galileo la Inquisición por poco lo mandan a la hoguera por decir que la tierra no es el centro del universo?, ¿Cómo decirles que su máquina podía ver, oír y pensar? No, eso había que dejárselo a los dioses. Lo que hizo debía ser pensado como algo que tuvo y si bien la palabra engendrar no estaba mal dicha, eligió llamarla hija, o mejor Gwener, un nombre como cualquier otro. Pero a veces, cuando de tanto beber caía en la angustia la llamaba hija de la nacida de la espuma, buena para la marca de un jabón, opinaban sus compañeros de taberna.

    El viejo borracho, siempre alegre, mordaz y curiosamente sano, aunque sabía que a los borrachos y a los locos nunca les creen, pero luego terminan haciéndolo, dejó planteada la duda de cuantos años tenía. Sólo cuando pagaba alguien le preguntaba de qué vivía, de dónde sacaba sus siempre presentes monedas de oro y plata. Y él le decía que donde él estuviera el vino y el dinero para pagarlo nunca faltarían. Hombre extraño.

    Así que una tarde, antes que la taberna se llenara de mentes embotadas por el alcohol. Alguien postuló que Albert no tenía la edad que decía tener, sino algo más, y se atrevió a decir, muchos más, porque, que el recuerde, cuando llegó alegó tener la misma edad que dice tener ahora y eso fue, según decía, hace más de 40 años. Pero otro le dijo que estaba chiflado porque no hacía más que dos años que había llegado, el tiempo suficiente para seducir a la niña y traer a alguien más a este mundo. Otro, desde el piso, arrastrándose sobre su propio vómito, dedujo que bien podía ser el dueño del tiempo. Lo cual encrespó al único ebrio con título, el reverendo Mc Cloud, que respondió que sólo a Dios le corresponde el control del tiempo. Y como el whisky, el vodka, el gin y la cerveza habían comenzado a circular haciendo que las inferencias lógicas se apagasen, todos se callaron la boca y nadie volvió a hablar del asunto, ni eso ni en las noches, meses, años siguientes.

    Cuando Albert, con un chasquido de sus dedos, puso en funcionamiento a Gwener, ella ya tenía, sin haberlos vivido, 12 años, con sus travesuras, recuerdos, cambios de dientes, cortes de cabello y lastimaduras de rodilla incluidas. Si alguien le preguntaba “He, tú, ¿quién eres?” Ella sabría decirles que se llamaba Gwener y era la sobrina, hija de la hermana de su padre, otras veces su antigua esposa una tal Marcela que vivía del otro lado del continente, o algo así. No solían, cuando así lo deseaban, ser claros padre e hija.

    Por eso, una mañana, todo el pueblo vio llegar una carreta, tirada por dos bueyes, de donde, con dos pesadas valijas en la mano, bajó Gwener, que decía venir desde muy lejos, y si alguien quería saber más, les decía, de Grecia, y como su aspecto cuajaba, las preguntas acababan.

    Así que pronto, se hizo amiga de Björk y mimaba a su hija natural, Margaret. Y su aparición trajo nuevas tertulias en la taberna del viejo Mark, que lo agradecía ya que cuanta más polémica hubiera, él más alcohol vendía.

    Cuando Tommy la vio, sin que ella lo registre, le pasaron dos cosas por la mente, que, si la sobrina de Albert había llegado, él que se tendría que ir sería él, y la otra, obviamente, que hermosa que era Gwener. Porque Albert la hizo según recordaba que era, otros dicen, el borracho dice, que es, su más larga y amada esposa y amante, es decir, la única más bella que la propia Elena de Troya.

    Albert no se ahorraba riesgos y si Tommy se quedó suspendido en el aire, todos y cada uno en la taberna lo mismo, lo cual incluía a la mujer de Mark y sus tres jóvenes hijas. Gwener, se podía ver, no era ni islandesa, escocesa, noruega, sueca, danesa, inglesa o alemana, pero tenía algo de todos esos pueblos. Su cuerpo parecía torneado por Fidias, su cabello largo y muy trenzado, de un rubio extraño y espeso, le llegaba hasta los tobillos. Su cara recordaba los cuadros de zurcidoras, costureras holandesas, redonda, llena de pecas, con unos ojos enormes y profundamente azules. La forma de sus manos, pies, caderas, torso y pechos se correspondían a alguien de su edad, aunque Victoria, la mujer de Mark, opinaba que nunca había visto a una niña de 12 años tan bella y a la vez tan mujer. Y si cuando habló su voz era melodiosa, cuando la hicieron cantar y ella no se negó, lloraron hasta las palomas. Pero quien más lo hizo fue ese rollizo borracho, cuando ella cantó en un idioma que nadie conocía, salvo, al parecer, él y Albert. Dijo “maldito algo” y ese algo parecía consonar con el canto de la ninfa. Quedó en el misterio a quien había maldecido porque cuando se lo preguntaron se excusó diciendo que en su pueblo se dice así cuando algo los supera. No todos le creyeron.

    Estaba claro que muchos rompieron sus alcancías para hacerle llegar sus regalos, así fueran muchachos de su edad, jóvenes, adultos, hombres maduros y viejos a los que parecía no importarles el mote de baboso. El viejo borracho, muy jocoso, decía que sólo faltaban Ulises, Ajax y Aquiles. Así que, ante tanta competencia, Tommy, que no tenía alcancía ni ahorro alguno se sintió menoscabado. ¿Cómo haría él para competir con tantos caballeros?

    Lo que Tommy no se había preguntado era lo que Gwener sentía, ya fuera por él o por quien fuera. Y estando una tarde de julio, uno de los pocos días templados, mirando romper las olas, al norte de la isla, Gwener pasó a su lado, ya sin su habitual vestido rosa y cinturón de trenzas de oro, regalo, según decía de su madre. No, Lucía se metió al mar, desnuda. Tommy miró a todos lados y le gritó “que te pueden ver”. Pero ella ignorando sus palabras lo invitó a internarse con ella. Por un impulso Tommy así lo hizo, pero apenas puso un pie en el agua notó lo fría que estaba, lo cual parecía no importarle a Gwener. De modo que se quedó mordiéndose el labio inferior de deseos y frustración. Cuando la vio venir al no tener con que secarla se quitó la campera que ella rechazó diciendo no tener frío. Cuando pasó a su lado reprimió sus ganas de tocarla, tocarla y tocarla. Y cuando ella estuvo distante se dio vuelta para gritarle “pacato, cobarde”.

    Como eso ocurría a diario, primero uno, luego dos y por fin una docena de muchachos escondidos entre las rocas fueron para expiarla y aunque a ella más que molestarle le gustaba, para evitarle más problemas a Albert dejó de hacerlo. Y cuando al pasar comentó que este año el agua estaba un poco más cálida que los anteriores, no hubo uno solo que no comentara que no solo ella apareció de golpe en el pueblo, sino que nadie recordaba haberla visto nunca antes de esa tarde de la taberna.

    Ya por entonces, Tommy no estaba enamorado, estaba ardiente, irremisible y locamente enamorado. Tanto que, si le dijeran estar con ella, por tan sólo cinco minutos y luego ser arrojado a la hoguera lo haría. Sí, por cinco minutos. Y cuando, al fin, le preguntó porque hacía lo que hacía. Ella le contestó con una frase incomprensible: “Soy como mi madre, fui hecha para enloquecer de pasión a los hombres”

    Tommy pensó, si Gwener era así y su madre era tan bella como para enloquecer como ella a los hombres, como se pudo enamorar de un hombre como Albert que era tan feo, algo jorobado y encima rengo.

    Pero llegó octubre y con él el tiempo de observación telescópica, nadie volvió a ver a Gwener y cuando le preguntaron, Albert respondió que se había vuelto con su madre en Escocia, pero a otro le dijo que, a Alemania, y a otro a la India, Italia, España, Brasil e Incluso China. Nadie entendió que Gwener era hija de todas y de cada una de las mujeres del mundo. Albert sólo la desactivó por los 9 meses del largo invierno.

    Para entonces Tommy ya había cumplido sus 14 años, de modo que pasaba largas horas llorando y añorándola.

    Cuando el verano volvió, Gwener reapareció y con ella la pasión de Tommy, quien por sentirse hombre se sintió con derecho a reclamarla para sí. Ella le dijo si creía estar a su altura. Tommy algo molesto le preguntó si ella creía ser la hija de una diosa como para rechazarlo como lo hacía y ella le respondió que ninguna y ambas cosas. Que sí era hija de una diosa, porque así la había hecho su padre, pero por otro que no era humana. Tommy, ya fuera de sí, le pregunta cómo podía ser que no fuera humana, ¿Acaso era una autentica diosa? Y Gwener con la calma que le correspondía le dijo, en forma indirecta: “¿Estás dispuesto a ser el hombre de una máquina?” “Maquina, ¿Qué Máquina?” Respondió él. Y ella en un idioma que él no conocía, castellano, le dice con tono irónico: “Hombres necios” Y cómo Tommy seguía sin entender o no quería hacerlo, Gwener volvió a decírselo nuevamente. “Tommy soy lo más sincera que alguien puede ser, yo soy una máquina creada por mi padre, si estás dispuesto a vivir con alguien o algo que nunca envejecerá y, a lo sumo, se gastará, pues bien, aquí estoy, toda tuya”

    Tommy volvió a preguntarle, ¿Cómo que nunca envejecerás? Y ella le responde: “Que dentro de varias décadas cuando seas viejo y senil yo seguiré teniendo la edad que mi padre me asignó, 12 años, pero mi cerebro artificial no cesará de aprender cosas nuevas. Pero, por otro lado, ¿no esperó 20 años Penélope a Ulises, conservándose casta y tan joven como cuando él partió? Pues bien, yo nunca partiré mientras vivas y cuando te entierre, quizá le pida a mi padre que me desactive para dormir el sueño de la nada contigo.”

    Tommy, sin poder entenderlo cabalmente, aceptó lo que sería parte pasión y aventura, pero también rechazo, riesgo y persecución. Porque al paso del tiempo se hizo evidente que mientras él crecía en altura y pelo en pecho, ella seguía siendo una ninfa de 12 años y así comenzó su largo peregrinaje por tierras remotas donde no podían recalar más que una docena de años sin ser nuevamente perseguidos.

    Dicen que cuando, llegado su tiempo, muy anciano, Tommy murió, Alberto cumplió el deseo de Gwener, y hombre y máquina descansan en un promontorio de una tierra y nunca declarada por él.

    Que Tommy un chico, luego hombre, fuera un simple mortal que gozó de la más bella de las mujeres, aunque fuera una máquina, era su revancha por haber amado tanto a Afrodita y ella nunca le correspondió.

    En una nueva taberna aún conversan y discuten, Dionisos, ese viejo borracho con el gran metalúrgico y orfebre de inventos humanos, Hefestos, el oscuro patizambo.
     
    #1
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  2. sergio amigo

    sergio amigo Invitado

    Este estuvo más largo que el 8 x 3 de game of thrones.
    Se me vinieron otras parejas disparejas como en el hombre bicentenario, blande runner, incluso el inmortal MC leod de highlander donde la paradoja es que el amor debe ser a toda costa finito. Y nosotros haciendo poesía. ja!
    Nuevamente encantado. Saludos cordiales, Cristian Camila.
     
    #2
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  3. Cris Cam

    Cris Cam Poeta adicto al portal

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    Sin duda que lo queramos o no, esos mensajes nos llegan. Desde la primera robot, cuando el término aun no se había inventado, la falsa María de Metrápolis. Los robots han estado en nuestra cultura. Sin embargo, yo quería indicar que ya en tiempos de Homero y Aristóteles, se planteaba la posibilidad de su existencia. Aristóteles dijo que si los telares tejieran solos no haría falta esclavos. Hablando de Blade Runner, me pareció un hallazgo su pareja holográfica a quien trata como a un ser humano.
     
    #3
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  4. sergio amigo

    sergio amigo Invitado

    Bueno, técnicamente, Pinocho fue un autómata (ahora que lo pienso, el de cinco estrellas también.jajaja)
     
    #4

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