Hablando de Granada

No basta la tragedia del otoño
para que se engalane de hermosura
el color de Granada,
no es suficiente la dulzura azul
del horizonte cuando cae el tiempo
sobre su aliento, sobre su memoria,
no lo consigue el parque rodeado
de credibilidad, besos furtivos
al lado del encuentro entre dos ríos.

No logra convencerme
con la unanimidad de su mirada
de que acaba en sus ojos la materia,
no hay consenso en los míos de ceniza,
y buscan todavía otros matices
de inflamación en el confín del viento
más allá del abrazo de sus brisas.

Tiene las credenciales de la historia,
de una luz casi única,
y el agua es un propósito
de la fertilidad
en las acequias tristes de los cármenes.

Me propone postales de otra época,
también la atmósfera después de muerto,
aljibes donde aguardan los murmullos
su turno de diluvio,
colinas donde fluyen las palabras
de algún lenguaje oculto de Granada.
Tal vez el del milagro que la nombra.

No me basta el boceto inacabado
de sí misma que pintan los crepúsculos,
no me basta la tez en la que espera
la piel definitiva de su espíritu,
no me bastan sus árboles caídos
en las sombras, en hojas y en silencios.

En la respiración, le faltas tú,
abriendo su paisaje
a la temperatura
de intenciones de sur,
para que esté completa su belleza.

 

Aler, si me permites una broma, te diré que además le falta también que acaben todas esas obras que la tienen patas arriba. He pasado allí el fin de semana y me ha entristecido un poquillo.

Habrá que llamar a los políticos y preguntarles para cuando la Granada hermosa de siempre.

Tu poema, una preciosidad