He visto

Yo sé de lágrimas
que a la tierra abren abismos
y de la ira esclava
de un mar tranquilo;
sé también de las miradas
que, tristes, traspasan e interpelan
y del doliente murmullo de la sangre derramada.

He visto lechos, del amor patrias,
destruidos en la estéril ceremonia del crimen
y sábanas,
como estandartes ondeando por la paz,
acribilladas.

De los sátrapas
como una epidemia he sentido su odio
orinándose en mi casa
y el miedo ultrajante que provoca
el mordisco de sus balas.

Yo sé de lugares donde el mañana
ha dejado de existir,
pues mortíferas estocadas
han derribado hogares
sin preguntar si aún respiraban.

 

Recuerdo el sabor metálico del aire,
los lamentos que se alejaban entre las sombras,
estallidos que impulsaban
al corazón por la garganta,
envueltos en una bruma
de la selva amazónica.
Sonidos de licuadoras gigantescas
soltando latas de comida y municiones.
Y el golpear de sogas
contra las copas y ramas.
Mientras se amarran con trapos y vendas
los cuerpos heridos
para ser izados...
evacuados...
Recoger las latas de 7,62
como si no pesaran nada
y unas cuantas casinas
aún cubiertas del óxido del almacén.
Ese olor...
olor de lodo y óxido
de hierro viejo y golpeado
que se introducía por la boca
y se instalaba en el alma.
Para años después
despertar sudoroso en una fría cama
a los pies de los nevados
recordando
los gritos que se callaron.