Hécate

Era noche opaca,y aquellas laberínticas escaleras que daban a las aberrantes y sórdidas catacumbas de blasfemos cristianos,crujieron con el solo paso de mis pies etéreos y suavemente alados.Cuando llegué al maldito cubil,mi sorpresa fue mayúscula al contemplar a una fehaciente sacerdotisa de arrugada tez,con sus ojos vidriosos contemplando la barbarie de unos esqueletos que temblaban al compás del cuchicheo obscuro de las devoradoras ratas.Sin miramientos toqué del manto purpúreo de aquella anciana,ensimismada en el efecto fúnebre que desplegaban sus verbos de mortuorio sol negro.Ella se dio la vuelta y,para mi descomunal horror,contemplé la funesta imagen de la diosa Hécate,soplando con un tufo podrido de aberrantes malvas rotas en mi boca de embriagado paladar a dulce vino delirante.Me eché porfiado hacia atrás y,cogiendo una carcomida tibia del osario descomunal que tenía a mis sombrías espaldas,la planté cara,de mortal desnudo en sagrado bienestar de santa naturaleza a apagada divinidad cruel,devoradora de cadáveres obsoletos por el paso presuroso del eternal tiempo.La golpeé en la testa deslumbrante de plateada luna menguante con el sacrílego objeto de vil mortandad.Y cayó seca y sórdida al gravoso suelo de aquel aberrante lugar,cuyas antorchas estaban pereciendo de estupor por la salvaje valentía con la cual me había defendido.Corrí como un poseso por los túneles en busca de la salutífera salida.Pero,para mi espanto las teas se apagaron mientras una risa diabólica perforaba mis sensibles sentidos hasta hacerme perecer.