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Hija de la lluvia

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Elisalle, 21 de Abril de 2018. Respuestas: 6 | Visitas: 665

  1. Elisalle

    Elisalle Poetisa

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    Era el lujo de su habitación. Desde allí podía apreciar en todo su esplendor las estaciones del año: primavera, en su base verde todos los colores; verano era pensar en la gente que no tenía un patio como el suyo, tan fresco, lleno de trinos, lleno de sombra y aunque no solía estar afuera, lo agradecía cuando hacía casi cuarenta grados. Saltaba desde allí sólo para echarse un chapuzón; otoño, en otoño sí, debía salir de cuando en vez, a barrer las hojas y en invierno, era volver a ser niña, contemplando las gotas de lluvia que muchas veces, venían de a tantas, que se apegaban a los vidrios del ventanal, simulando lágrimas sobre una mejilla, pero no era triste, ella nunca estaba triste porque gozaba con el cascabeleo sobre el techo de zinc, demasiado sonoro y se cubría, dejando afuera sólo las orejas para escuchar mejor. Esa tarde estaba junto a su más preciado adorno del dormitorio y se descubrió triste. Bueno. A veces, toca ¿no? Lo extrañaba más que a su conciencia, más que a su dignidad, más que a su orgullo y lo había dejado. Muchas veces, había sucedido, pero esta era la definitiva. Sentada sobre la silla vieja de su escritorio que había pasado a ser mobiliario para abstraerse un rato y desde allí, miraba los árboles que se desnudaban delante de sus ojos. Antes no lo vio así. Ahora era como si cada hoja que caía, se desprendieran pedazos de su alma que se asfixiaba a suspiros. Analizaba las cosas que habían sucedido en los años a distancia, juntos. Le había costado quererlo, aceptarlo. Tan difícil fue para ella, aceptar que un hombre joven la pretendiera, además, sacaba sus cuentas de cuando lo conoció, de cómo los años hacen diferencias y jamás en su vida se le habría ocurrido pensar, siquiera en estar con alguien que fuera, meses menor. Quiso parar este desatino, dejando en evidencia ante los ojos de él, que sabía que acostumbraba a estar con mujeres mayores por unas fotografías que encontró en su álbum, por algo sería que ahora estaba solo y ella no sería su próxima víctima. Aquella extravagancia trajo consecuencias nefastas y se sintió culpable, sintió que sí, ya lo quería y después de problemas de salud de parte de él, volvieron a estar juntos por medio de un ordenador y pasaron los años. La distancia hacía estragos en sus sentimientos. Empezaron a haber celos y eso los dañaba. Ambos se culpaban, pero era Causa y Efecto. Él, guapo, joven, simpático, educado, atraía a muchas mujeres de la Internet y a ella le decían que su enamorado la engañaba, le pasaban datos y ella buscaba y encontraba. Nacieron los celos, ella que siempre fue segura de sí misma, que nada le importaba, que siempre dejaba, que no había tenido amores virtuales, empezó a desconfiar y a sentir eso tan duro, tan doloroso como son los celos. La diferencia horario, aportaba con lo suyo: “¿Qué haces, con quién hablas después que me quedo dormido?” y ella: “¿Con quién hablas cuando yo no estoy despierta?” y empezaban esa guerra de amor-odio: que le diste el poema que hiciste para mí; que te han dejado en el muro un mensaje demasiado afectivo; que le pediste que fuera tu novia, acaba de decirlo; que te vas a ese país en donde un hombre te pretende… Dios, ¡nunca antes había sido tan fiel y con un amor a distancia! Cada despertar era un reclamo en vez de un “buenos días amor”. Ahora recordaba una ínfima parte de lo que había sido su vida junto a él y después de conocerse en persona se quisieron, se respetaron, no discutieron, rieron, pero hubo cosas que a ella no le gustaron. Hábitos diferentes y ¡cómo no, si eran de continentes distintos! Pero si se amaban, todo aquello se iría acomodando. Sucedió que ambos entraron en una celopatía mayor, después que se separaron y según ellos, por unos meses. Y recordaba. De pronto, como quien recuerda que abandonó algo importante y se hacía la noche, toma un abrigo liviano y corre por las calles tibias, crujiendo sus pies en la quebradura de hojas secas hasta llegar a la puerta de su casa y llamar como antes, como siempre: ¡te amo! y en dos palabras, dejar todo olvidado. Sí, llegó hasta su puerta con el corazón atravesado en la garganta, no importaba. Jadeando, levantó su mano derecha y con los nudillos, tocó suavecito, muy suave, demasiado suave como si quisiera encontrarlo y como si no quisiera. No. Tenía miedo de volver a ser infeliz, aunque lo amara, ya no tanto como antes, pero sí, lo amaba. Miró a su alrededor por si alguien la estaba viendo, le daba vergüenza, no había nadie, qué bueno y ya oscurecía. Alargó las mangas del chaleco hasta cubrir su mano, más que nada en los nudillos, volvió a llamar un poco más fuerte, pero con la mano cubierta se hizo más suave que la primera vez y al instante, como si una cuerda la atrapara desde abajo y la obligara a quitar la mano de la puerta, la llevó a su boca, apretándola muy fuerte y ahogando un grito que decía su nombre. Volteó hacia donde mismo vino y caminó como si huyera de algo muy espantoso. Como si saliera de una ciénaga que la tenía empantanada tanto tiempo, sólo porque estaba junto a él, sufriera o no sufriera, se sentía acompañada de alguien que mal la quería y tal vez, no por maldad y por lo que fuera, ella también estaba queriéndolo mal. Nadie estaba aportando bueno en esa relación, sólo destrucción. El repetía “te amo” como quien dice “hola”. Se habían acostumbrado tanto y tiene tanta fuerza la costumbre que es más fuerte que el amor y ata, estanca, se es menos persona cada día y estaba cayendo al vicio de no ser, de perder autoestima, de tener miedo. Corrió por las calles en la noche perfumada de membrillos como si un delincuente la siguiera. Habrá dolor. Toda decisión extrema debe vivir el dolor y después la vida marcará el camino nuevo. Con un adiós no acaba la vida, menos si es de una relación viciada, tóxica, aunque en un ambiente así, también hubiera tanto amor. Se quitó el abrigo que dejó suavemente sobre su cama y sentada en su giratoria vieja, miró hacia el patio de siempre. Las nubes anunciaban que pronto llovería. Ella era hija de la lluvia y no estaría sola. Ahora sí, dolerá que el agua resbale en la ventana como lágrimas que mojan las mejillas del cristal. Se había creado una historia sin salir de su dormitorio.

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    Elisalle (María Margarita Pérez Vallejos
    21/04/2018
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    #1
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  2. Monje Mont

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    Felicitaciones estimada poeta por el merecido reconocimiento a un excelente trabajo. Un abrazo.
     
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  3. Mamen

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    Poema o Prosa RESCATADA

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    #3
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  4. Elisalle

    Elisalle Poetisa

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  5. Elisalle

    Elisalle Poetisa

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    Muchas gracias MAMEM. Agradecida y sorprendida gratamente por hacerme sentir tan bien.
    Gracias al Jurado por acordarse de mis trabajos todavía. Un abrazo muy grande, bonita.
     
    #5
  6. Elisalle

    Elisalle Poetisa

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    Pero qué sorpresa, venir a casa y encontrar un regalo tan importante para quienes escribimos
    y hacemos la vida de esto. Un abrazo Monje Mont Agradezco tu saludo, amigo. Un abrazo.
     
    #6
  7. DESIRE SOLE

    DESIRE SOLE Invitado

    Felicitaciones por tu reconocimiento y sobre todo, FELIZ NAVIDAD, que las fiestas sean perfectas. DESIRE
     
    #7

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