Historia de un amor toxico.

Volaron mariposas en tu vientre, en tus ojos sentimientos puros. Flotando esa simiente nueva de jazmines que en la noche florecen sus petalos endulzando noches veraniegas. Lo dulce empalagaba a la miel, ajenos a lo que nos rodeaba, y por tu piel corria la mia rozando vellos erizados por instintos mas profundos que nuestra ignorancia y mas antiguos que el tiempo. Nos prometimos el mundo, conquistarlo y encerrarlo en un tarro bien limpio para poder verlo cada dia. Nos prometimos la luna la vida y el reino de los sueños. Estupidos como dos niños obnubilados jugando con el fuego.

Amamos nuestra imagen mental del otro idealizada hasta el confin de lo humano. Nuestros errores parecieron nuestras palabras, musica compuesta para la ocasion. Viendo lo que queriamos ver y oyendo lo que convenia soltamos las amarras arrastrandonos la corriente hacia un lago placido lleno de peces, de fruta, de sombra y playas blacas de perlas unicas e irrepetibles.
Pero incapaces de frenarnos nos adentramos en los rapidos sorteando las piedras intentando no herirnos. Mirando cada uno su remo pensando y a la vez callando dijimos no mentirnos nunca, comer siempre despues que el otro, asegurarnos que el egoismo no entrara en casa de traje y corbata para distanciarnos, vestimos las mejores galas en cenas romanticas y reconciliaciones, viendo ahora la verdad de todo comprendiendo nos equivocabamos. Que no yo soy sanson ni tu Dalila. Que no es oro lo que brilla. Pero queriendo cubrirnos de esperanzas frescas para no verlo seguimos a oscuras golpeandonos el uno al otro sin saberlo.
Durmiendo de espaldas y apagando la luz en silencio pasaron los dias inmersos en nuestro infierno, sin saber del otro pidiendo al cielo tregua y fuerzas a la vida para escapar de ese remolino que tan dificil se estaba poniendo. La desidia se llevò el respeto, incumplimos las promesas que tan firmemente secundamos. Preñamos nuestra relacion de un cancer virulento lleno de acciones de las que nunca nos creimos capaces.

Por fin pesó mas la razòn que nuestros miedos. Separandonos una tormenta de truenos y relampagos, bajo el cielo negro lamimos nuestras heridas y reconstruimos nuestras vidas extrañando a veces el calor del otro idealizando los buenos recuerdos en que valia mas que nuestra critica egoista y una realidad innegable de incompatibilidad representada por polos opuestos en el vacio. Y nos fuimos cada uno por su lado despechados y a la vez dolidos, queriendo que no se notase e intentando llenar ese vacio con cosas superfluas llenas de incongruencias que a pesar de todo ayudaron a quitar ese peso de encima. Y desde entonces nos odiamos a muerte, sabiendo incomprensiblemente que siempre nos querremos.