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Historia de un cacaseno

Tema en 'Prosa: Sociopolíticos' comenzado por Rolando de los Rios, 14 de Abril de 2011. Respuestas: 0 | Visitas: 4376

  1. Rolando de los Rios

    Rolando de los Rios Poeta recién llegado

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    10 de Septiembre de 2010
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    Mi mamá odia a Mario Vargas Llosa. De niño, tuve que acostumbrarme a este tipo de frases: “¡ese cacaseno que traicionó al Perú!”, “ ¡ese vende patria con sonrisa de creído!”. Incluso, recuerdo que yo mismo llegué a tenerle un resentimiento gratuito al desconocido. Pero muchos años después, cuando le conté a mi mamá lo mucho que lo admiraba y lo apasionante que me parecían sus libros, ella no tardó en delinear en su rostro una marcada expresión de burla y decepción, permanentes hasta ahora y sobre todo cada vez que le mento el dichoso nombre que tanto la exaspera. Incluso cuando ganó el Nobel no paró con sus afrentas hacia el ilustre arequipeño, estoy seguro. No he podido hasta el día de hoy cambiarle su opinión. No la cuestiono; ella tiene sus motivos. Quién sino ella fue una total espectadora de todo el ambiente vivido en los elecciones del noventa, cuando el afamado y respetado escriba se presentó como candidato (acompañado y aconsejado por los líderes más derechistas de nuestra historia) hacia el sillón presidencial. Ella vivió la locura del gobierno de Alan García, ella sufrió el hambre de esos años y, como la mayoría de peruanos, desconfió del modelo capitalista y algo extremista de Vargas Llosa. Para ella representaba la destrucción del Perú. Le causaba rabia que una vez más los pocos ricos que había en el Perú, camuflados bajo su mensaje de democracia y libertad, volvieran a tener el camino libre para seguir juntado más dinero del que ya tenían, olvidándose de ese modo de la gente más necesitada. Ella desconfiaba, sí, y mucho, en ese hombre de dientes grandes y risa chillona, que decía que la libertad y el capitalismo eran la solución a sus problemas. Por eso, y como buena contreras que es, no vaciló en apoyar a ese gracioso y muy ridículo contendor de rasgos asiáticos y de pobre discurso. Tampoco él la entusiasmaba o sorprendía mucho. Sólo era, creo yo, un instrumento algo morboso que le daría la satisfacción, en caso ganara la elecciones, de verle la cara de arrepentimiento y cólera a ese cara de conejo y ardilla que era para ella Vargas Llosa.
    Cuando efectivamente perdió, mi mamá no fue feliz: fue enormemente feliz. Y lo fue más cuando, a impresión suya, lo vio en la televisión derrotado y aparentemente renegado de su fracaso. De ese recuerdo, que su memoria fue cambiando, mi mamá está segura de que le oyó decir que “todos los peruanos eran unos cacasenos y que se merecían al gobernante que ahora tienen”. A pesar de que yo le insistí en que ese recuerdo era errado, mi mamá no cedió nunca un milímetro. Vargas Llosa sería siempre para ella un renegado, el auténtico cacaseno incurable (que, por cierto, en buen arequipeño significa “idiota”)
    Para mí, Vargas Llosa no es un cacaseno. En Arequipa, muchos, al igual que mi mamá, piensan que sí. Ha cometido muchos errores, pero no es justo juzgarlo y etiquetarlo así de fácil. Vargas Llosa ha traído orgullo a nuestra tierra, ha hecho lo que pocos harán y ha dado el ejemplo en cosas que otros nunca se atreverían: decir lo que piensa y no temerle a los insultos.
    Por otro lado, también estoy seguro de que mi mamá le tiene algo de respeto, sólo que su terquedad y orgullo no se lo permiten. Estoy convencido de que su odio, por más inverosímil que parezca, se reduce simplemente a esa profunda intolerancia que le producen esa sonrisita aguda y esa forma de hablar tan despreciativa que tiene el pobre Nobel, a esa cara de conejo insoportable que le pone los pelos de punta, a esa enorme papada que le gustaría “desinflar con una aguja”.
    Pienso que todos hemos tenido, aunque sea una vez en la vida, a una persona a quien no tolerábamos ni con la mirada. Y a mi mamá le pasa eso, desgraciadamente, con nuestro primer premio Nobel.
     
    #1

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