Hogar, dulce hogar.

Ella era toda, de cuero negro.
Me la compré y me la puse, para taparme y resguardarme del frío.
Luego, conocí una motocicleta impulsada por doscientos caballos de potencia.
Sujeta a un muchacho desconocido, de brazos hercúleos y cuerpo de alpinista.


Yo soy equilibrista. Un poco narcisista. Me quiero y me valoro. En su justa medida.


Me miro al espejo, y la ducha se pone furiosa.
Le sale miel, en vez de agua, ya que quiere emularme y ser prodigiosa.
Fascinante. Emblemática. Simbólica. Mágica. Magnética. Me parece ridículo...
Me llevo su mejunje, en un tarro de cristal, donde también guardo el chocolate caliente,


entregado por el flexo que me ilumina, al dibujar escenas de cómic.


Esa lámpara me mira y da saltos de alegría, y fabrica alimentos nutritivos. ¿ Cómo lo consigue ?
Luego, salgo a la sala de estar, donde me espera el Televisor ardiente, con carne a la brasa.
El sofá se prepara para la carrera de cien metros lisos.
Y una moza que dice ser mi mujer, está bailando la danza del vientre, encima de un piano.


Hay gente que cree que son mis hijos, en esta casa de los espíritus. Tengo que darles dinero.


Es que no me entero... ¿ El colegio, el uniforme, los libros de texto, los zapatos ?
La señora de la limpieza quiere acostarse conmigo.
Le digo: Mira, soy equilibrista y veo visiones.
¡ Visiones !


Me enamoro de mi hogar. Luego, salgo en multitud de revistas. Soy un príncipe encantado.