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Hora de la comida

Tema en 'Prosa: Cómicos' comenzado por Khar Asbeel, 17 de Agosto de 2021. Respuestas: 0 | Visitas: 368

  1. Khar Asbeel

    Khar Asbeel Poeta fiel al portal

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    Solo contaba con treinta apretados minutos para ir, comer y volver.

    Llego, transpirando por el rencor del sol y el medio trote al local de comida rápida; la opción más cercana existente a su claustrofóbico lugar de trabajo.

    Era el típico sitio que tenía más de fonda que de restaurante, con un menú reducido a tres o cuatro opciones, pero que subsistía gracias a las amas de casa perezosas, los críos siempre hambrientos de comida sin nutrientes o los empleados con prisa, como el mismo.

    Se sentó exhalando un fuerte resoplido. Adentro hacía más calor que afuera y todo parecía teñido con un acre color de descontento, de abulia, casi agresión. Algo mareado por el exceso de trabajo, la falta de sueño y el hambre, no veía rostros, sino borrones difusos y abstractos que se metían comida en un agujero. “La vida es asquerosa —razono— Metes pedazos de plantas y animales muertos por un orificio, los masticas y después de un tiempo, los expeles por otro orificio, en una presentación irreconocible y asquerosa”

    “Odio mi vida. Los odios a todos” grazno a su fuero interno, que estaba aún de peor humor que él.

    Había dos meseras en ese tendejón, ambas jóvenes pero muy contrastantes. Una de ella, con bastantes kilos de más, enormes tetas y desbordantes nalgas, se movía con una celeridad que contrastaba con su oronda presencia. La otra, esbelta y con una preocupante carencia de curvas, era parsimoniosa y casi lenta, moviéndose de forma fantasmal entre las mesas. Ya lo habían atendido las dos en su oportunidad, pero ahora, aun cuando no estaba especialmente lleno el local, parecía que su presencia era translúcida… ¡Ninguna se acercó a tomar su orden!

    Miro su reloj y vio como un buen bocado de minutos había sido arrancado de su horario de descanso. Bufo de nuevo, se limpió el sudor de la frente con una servilleta y espero. Nada.

    De repente, su cuerpo le hizo recordar que necesitaba combustible y descanso. Poco a poco entro en una especie de sopor malsano, que lo hizo sentir flotar entre nubes malolientes de color amargo. Con los ojos abiertos empezó a soñar con lo bien que se sentiría estar muerto, cómodamente comprimido en un ataúd, pudriéndose bajo la tierra sin ninguna preocupación.

    -“¡Ah, hermoso, muy hermoso!”-

    Un ruido irritante (nada más irritante que la risa ajena) lo saco del trance. Un grupo de colegialas con diminutas faldas a cuadros entro causando algaraza. La gordita se lanzó presurosa a atenderlas, haciendo rebotar sus enormes ubres… ¡Las atendió antes que él, que tenía un cuarto de hora sentado ahí, mosqueándose como mierda en la banqueta!

    Mordiéndose la rabia, trato de llamar la atención de la mesera flaca, que se encontraba cómodamente recargada en la barra, con una mirada soñadora, casi orgásmica, seguro pensando algo que es necesario censurar en esta crónica. No se movió, ni siquiera lo miro, aun cuando agitaba con fuerza su brazo e incluso le lanzo un agudo silbido. Como si no existiera.

    -“¡Malnacidas, hijas de puta!” -murmuro, sintiendo como un ansia homicida crecía con vigor dentro de él.

    ¿Cómo no podían notarlo, si…?

    La pregunta se quedó suspensa… ¿Y si no lo veían porque simplemente no podían?… ¿Y si estaba realmente muerto, como en su sueño lucido y era un fantasma, que, como condena para sus múltiples y mediocres pecados, se encontraba condenado a repetir la misma rutina odiosa y castrante de sus últimos años?… ¡No, por favor, no!

    Se levantó de la desgastada y vetusta silla, transpirando con más fuerza y con los ojos saltones y enrojecidos. Paseo la mirada de un lado a otro… Si, definitivamente nadie lo mirada… ¡Estaba muerto!… Y eso no era lo malo… ¡Lo peor es que no podía descansar ni desaparecer diluyéndose en un gélido y acogedor vacío!

    -“¡Oiga viejo, quítese del paso!” - oyó a sus espaldas. Otra estudiante de preparatoria lo empujo groseramente dirigiéndose al grupo que causaba estragos en la mesa del rincón. Aunque esto lo molesto, no impidió dar un fugaz vistazo a un rosado pezón huérfano de sostén gracias a la camisa ampliamente desabotonada de la insolente.

    “Un momento” – razono- “Me vio, me toco… ¡Estoy vivo!”

    Sonrió ampliamente y hubiera lanzado al mundo una carcajada triunfal si no fuera porque en el viejo y sucio de grasa reloj que se tambaleada sobre la pared del fondo vio que su hora de asueto ya estaba por expirar y solo tenía cinco minutos para volver a la oficina.

    Salió disparado, sintiendo como las punzadas del hambre eran más agudas e implementes, maldiciendo la vieja fonda y sus meseras, los clientes que la frecuentaban, las colegialas obscenas, la calle, el sol, su trabajo, un perro que paso caminando…

    “¡Los odio a todos!” – es el grito que, según una leyenda local, se oyó cierto día de mucho calor y escasa empatía, por todo el largo ancho de la obtusa ciudad.


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    #1

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