Horizontes

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En esa variedad de yeguas muertas, como un trueno recorren tus relámpagos el sonido y el iris de los páramos,
angustiados y arrieros de la mácula ingente de la luna, cuando cae por tu rostro otra mejilla,
otra lágrima, espejo transeúnte, por cañadas y oteros, pastos y derroteros,
manos con herradura que no tienen final, te agarran por la sombra sin pisar sus muñecas.
Esa persecución de junco y viento, otrora balanceo entre alambiques,
amordaza la arteria de los ríos cuando es el sol quien duerme en el desván ardiente sin ovillos.
Juntos fuimos, seremos olvidados, bajo el manto febril de tus sudores,
sobre la mesa vacua y sin astillas, y dentro del ocaso que resucita acaso el fulgor de la capilla.
La capa de pintura ya no rige con su tonalidad los desperdicios,
el cadáver del blanco,
el resurgir de arena convertida en un monstruo sin boca y sin caricias,
depilado a cuchilla por el mar, herido por el bálsamo tan locuaz y apetente
de ese pez que se ahoga entre las dunas, tan desierto de luz y de mandíbulas,
alimento, eslabón, estalactita, de lo que los cimientos, pilares y columnas
sujetan bajo el haz de escurridizas, insurgentes imágenes autóctonas
en este continente que se adueña de los depredadores, como el filo transparente, sinuoso y cristalino
que mi ventana otea, lejano y circundante, con mis manos calladas.​