Ignoto.

"Es ya costumbre de mis teorías más lúcidas deshacerse al día siguiente, quedar como pruebas de una combinación asombrosa de ineptitud y entusiasmo (o desesperación). Tal vez mi idea, una vez escrita, pierda la fuerza". La invención de Morel. Adolfo Bioy Casares.
Bajo el yugo de lo ignoto, incentivo de lo desconocido, valor en alza de lo anónimo, cómplice de lo ignorado, arremetía contra el pronóstico establecido el carácter, más aún la personalidad exultante del que existe requinto u oboe en la observación analizada del yo tridimensional, galante y triunfal como una marcha fúnebre, o una tocata y fuga despavorida de cualquier pentagrama. Los abisales métodos, pleonasmos del orgullo, metáforas del texto-viento que ululaba en un día de no lluvía cualquiera, meditaba acerca de los demás. Hipérboles del tedio, apóstrofes de la soledad, vagaban errantes como almas en pena, deambulando ausentes por la sinápsis de algún humano.
Hemos sido las abruptas pantomimas y las ridículas onomatopeyas de grillos en verano y saltamontes de campo a través. Hemos conocido también las maquiavélicas imposturas, y los rasgos asiáticos en cada uno de los arrozales que insertamos en prístinas portadas de delincuencia organizada.
Hemos coincidido en los pleonasmos y patíbulos, y entiendo a los jilgueros cuando ya ninguna melodía sale de su pico, enjaulados, corremos como comparaciones odiosas de unos y de otros sin nada en común. He aquí, aquello que volátil viene y se lleva lo cognoscible, el símil entre humanos y cuervos, cuervos y figuras lógicas, oblicuas, de repetición, cuervo-humano, humano-cuervo, y el graznido exiguo de la no comunicación.