IHOP

En un lugar de frontera
lleno de camiones
y de camioneros
y de mercancías,
también humanas,
yo trabajaba en una cadena
de restaurantes 24/7.

Éramos dos blancos,
un negro,
y docenas de mexicanos.

Aguanté como un jabato
y me enteré de lo que valía,
como se suele decir,
un peine:
el mundo real.

Podrían haberme
partido la crisma,
pero no lo hicieron.

Podría haberme dado
un puto infarto
llevando platos
de huevos con bacon.

Creo que les gustaba mi acento
y no querían más víctimas
de las justas y necesarias.

Aquellas camareras
eran diosas
hechas para sobrevivir.

(Y menudo templo
de culitos
teníamos al lado).

El turno de noche
me mostró la senda
del eterno perdedor.

Comprendí que el destino
puede ser un local
de carretera.

Llegaba a casa a las 7 am
y descargaba la arrugada
montaña de propinas
sobre la mesa de la cocina.

Ella contaba billetes
como un mafioso,
antes de salir
a ganar dinero de verdad.

Me di el lujo
de ser pobre
por un tiempo.

La vida no va en serio;
la vida
viene a por nosotros,
pierdas
o dejes
de ganar.