II

Cada día que pasa,
Solo me demuestra que estoy más cerca de no encontrar la felicidad;
De madrugada,
Cuando las sombras nos sofocan,
Me sumerjo en una huida incansable y peregrina,
Pero el oscuro de mi alma,
No es suficiente para ocultar la sombra de mis ojos.

Las verdades que me conocen y señalan,
Están ahí,
Rezagadas por las mentiras de los días incrédulos,
Pero expectantes,
Marcan el compás de mis tropiezos… y callan.

Yo no tengo la culpa de querer ser feliz,
De querer sentir el frio mármol del atardecer besando mis pies,
Minutos antes de entregarme al ocaso.

Es inútil eludir la tristeza de mis dedos al escribir mi nombre,
Cada letra de ella me causa un dolor eterno,
Una esperanza vana y febril que hace tartamudear mi lento recordar,
El lento marchitar de una danza que nunca empieza
Que nunca termina,
Y que a pocos
Me hace renunciar a la felicidad
Y a que estoy vivo
Y que ya no puedo seguir manipulando las letras de la eternidad, realidad impertérrita, de una irrealidad sumamente aterradora.

Necesito la soledad de un trago para seguir con esto,
Debo seguir huyendo de la euforia y correr el riesgo de un suicida,
Que encuentra debajo de un suave terciopelo, el canto de las sirenas; y así partir entumecido, al centro del universo…

Necesito sentir la embriaguez y ser normal para poder vivir con este dolor intransferible y de gran congoja, no recuerdo el momento en que caí, vivo y casi sediento de muerte, tal lobo estepario alimentándose de su propia sangre.

Las hojas caen del verano y la sobria llovizna, hace que divague,
Que no quiera mirar más allá de mis meditaciones,
Que no quiera regresar a la rutina de mi búsqueda;

Estoy cansado pero como nunca caigo en una débil fragua sin yunque;
¡No soy feliz!…

 

Bello, divinidad de letras excelentes.