Inexistencia

Veo tus cabellos duros, arenosos, sucios.
Siento pena.
Veo tus ojitos ictéricos, perdidos, sin sentido.
Siento pena.
Veo tu naricita destilante, congestionada, sucia.
Siento pena.
Veo tu boquita seca, inmóvil, muda.
Siento pena.
Veo tu cuerpecito canijo, nimio, irrelevante.
Siento pena.
Miro alrededor, busco tu rostro y no lo encuentro.
Sólo llego a escuchar tu discurso millones de veces repetido,
Persiguiendo una limosna escurridiza
O tratando de vender un caramelo que te haga soñar con un pancito.
¿Tienes hambre? Te pregunto, no respondes.
Logro ver tu alma y siento rabia.
Observo tu aura pálida.
Veo tu rencor acumulado en el olvido.
Veo tu hambre de cariño que derriba de un zarpazo a tus recuerdos, los bonitos.
Imagino tu hastío peregrino.
Y logro ver tu cruz clavada con gusa y carestía
Y fija con estacas de lamento
En un calvario eterno y sin sollozos
Donde no hay Marías que te lloren
Ni hay soldados que te apaleen.
Estás solo.
En un mundo que por ti no siente nada
Al que no le importas.
Y al fin te entiendo.
Y entiendo tu violencia y odios apilados.
Y entiendo tu mirada sin sentido.
Y entiendo el sin sabor de tu destino.
Entiendo todo.
Lo que fuiste y quisiste, lo que eres y lo que no, y lo que nunca serás.
Ahora sé que no existes.
Que no hay nadie que dibuje tu alma en un camino.
No hay amigos, no hay un hado, solo te queda la poesía.
Siento pena, pues en mi tránsito por tus odios y rencores escondidos,
Por tus recuerdos apátrides e inertes,
Por tu inexistencia elemental,
Sólo vi tu alma yerma
Pero no vi a Dios.