Jaque mate.

He tenido muchas novias,
a lo largo de mi vida.
De todas ellas, guardo un canasto florido.
Y no se echan a perder, las rosas ni las margaritas.


No sé por qué algunas acabaron


por las calles, dando gritos.
Lo importante es que no me lastimaron.
Ni me llevaron a la horca. Afortunadamente,
sé escapar de las emboscadas, por astucia.





No soy tímido... Sonrío, y en un abrir y cerrar de ojos,


alzo mi espada. Brilla, bajo la luz de la Luna...
Las damas se cubren el rostro,
con un velo islámico; y cual serpientes hipnóticas,
danzan, moviendo el vientre, en oleajes sinuosos.





Me llaman el Jeque. Me llaman el Jaque.


El Jacques Yves-Cousteau, de los submarinos
y batiscafos. El sumergible, que no dirigible.
No es Zeppelin, ni tiene forma de melón gigante.
Me besan, y me animan a proseguir en el lecho marino.


Buscando tortugas Ninja, que aprenden artes marciales,


instruidas por la rata, el maestro Astilla.
He llegado a severas conclusiones.
Austeras definiciones, que me acompañan.
Pues todo se basa en los Recuerdos, y retengo,





en mi cabeza, una gran memoria.

 

Gracias, Bristy. Lo mismo digo.
Últimamente, sin embargo, me he fijado en otro ajedrecista singular.
Se trata del ingenioso hidalgo Vincent Keymer, de origen alemán.
El cuál reconoce que es duro el compromiso, y por consiguiente, no hay necesidad de adoración.