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Jorge Luis Borges: Su espejo poético

Tema en 'Ensayos' comenzado por Carrizo Pacheco, 29 de Junio de 2019. Respuestas: 0 | Visitas: 2241

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  1. Carrizo Pacheco

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    JORGE LUIS BORGES:

    Su espejo poético
    Por: Ariel Carrizo Pacheco


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    Borges (1951)

    La obra de Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899 – Ginebra, 1986) ha generado una vasta biblioteca ensayística capaz de ramificarse a su vez en otras multiplicables colecciones de volúmenes. Para comenzar una breve reseña sobre este autor consagrado, es conveniente apartarse de esas resonancias críticas derivadas de los cuatro puntos cardinales, para dejarse conducir por las propias sensaciones y criterios decantados a través de los años. Que solamente sean los recuerdos del directo contacto con la literatura borgeana los que nos acompañen, libres de influencias externas, para volver a los anaqueles en busca de algunos pasajes ejemplares que expresen por sí mismos las ideas propuestas, como fragancias impregnadas en el intelecto de las emociones.

    Poesía, cuento y ensayo es el tríptico fundamental desde donde se propaga el arte de Borges hacia el avance del tiempo. Un esbozo sobre la primera de estas facetas, será el que a continuación pretenda resumir lo que nuestro evocado autor pergeñó poéticamente, como una síntesis de su talento tan expandido mediante sus frondosas derivaciones interpretativas.


    - SU POESÍA


    En 1918 Borges conoció en España a un lúcido círculo de intelectuales (Gómez de la Serna, Ortega y Gasset, Valle-Inclán, Cansinos Assens, Guillermo de Torre...) en el que se compartía un generoso manantial de posibilidades literarias. Fue así como, previamente a su libro inicial, realizó algunas publicaciones en revistas españolas de vanguardia (Tableros, Baleares, Grecia, Ultra), bajo el influjo de la corriente ultraísta (1). En 1921 –ya de nuevo en Argentina tras una estadía europea de siete años–, fundó con Eduardo González Lanuza, Francisco Piñero, su primo Guillermo Juan y su querida hermana Norah, la edición mural Prisma. Al año siguiente con Macedonio Fernández creó la revista Proa, que en 1924 refundaría junto a Ricardo Güiraldes y otros compañeros de letras. Sobre esta etapa Borges escribió en 1925: “…. amanecía el ultraísmo en tierras de América y su voluntad de renuevo que fue traviesa y novelera en Sevilla, resonó fiel y apasionada en nosotros. Aquella fue la época de Prisma, la hoja mural que dio a las ciegas paredes y a las hornacinas baldías una videncia transitoria (…) y de Proa, cuyas tres hojas se dejaban abrir como ese triple espejo que hace movediza y variada la inmóvil gracia del rostro que refleja. Para nuestro sentir los versos contemporáneos eran inútiles como incantaciones gastadas y nos urgía la ambición de una lírica nueva…” (2).

    Tras este breve repaso inaugural, pasaré a dar ciertos rasgos de cada uno de sus volúmenes de versos, distribuyéndolos en distintos acápites.


    I – FERVOR DE BUENOS AIRES


    En su primer poemario, Fervor de Buenos Aires –una edición de autor de trescientos ejemplares aparecida en 1923 con una portada que geométricamente ilustró Norah Borges (3)– se perfila en buena medida la esencia de sus futuras creaciones verseadas y prosaicas. Poco más de una treintena de poesías nos depara un refugio de pasadizos suburbanos. Los sueños, las calles, los naipes, las espadas, los jardines, los patios con aljibes, los sepulcros, el tiempo, los ocasos y las rosas, se presentan como bastiones de un conmovedor lirismo, trayendo desde la simpleza de cada significado un entretejido de posibilidades sensoriales. Citar estos versos es incorporarle valor a estos apuntes:

    - "Bellos son los sepulcros / el desnudo latín y las trabadas fechas fatales, / la conjunción del mármol y de la flor / y las plazuelas con frescura de patio / y los muchos ayeres de la historia / hoy detenida y única (...). / Esas cosas pensé en la Recoleta, / en el lugar de mi ceniza (4)." (La Recoleta).
    - "Quizá esa hora de la tarde de plata / diera su ternura a la calle, / haciéndola tan real como un verso / olvidado y recuperado..." (Calle desconocida).

    - "Cuarenta naipes han desplazado la vida. / Pintados talismanes de cartón / nos hacen olvidar nuestros destinos..." (El Truco).

    - "Haber sentido el agua / en el secreto del aljibe..." (El sur).

    - "El patio es el declive / por el cual se derrama el cielo en la casa (...) / Grato es vivir en la amistad oscura / de un zaguán, de una parra y de un aljibe. " (Un patio).

    - "La rosa, / la inmarcesible rosa que no canto, / la que es el peso y fragancia, / la del negro jardín de la alta noche..." (La rosa).

    - "El pastito precario, / desesperadamente esperanzado, / salpicaba las piedras de la calle / y divisé en la hondura / los naipes de colores del poniente / y sentí Buenos Aires..." (Arrabal; poema dedicado a su futuro cuñado, el escritor español Guillermo de Torre, uno de los fundadores de la editorial Losada).
    - "En la cóncava sombra / vierten un tiempo vasto y generoso / los relojes de la medianoche magnífica, / un tiempo caudaloso / donde todo soñar halla cabida (...). / Yo soy el único espectador de esta calle; / si dejara de verla se moriría..." (Caminata).

    - "... la espada valerosa de un rey / en el silencioso lecho de un río..." (Poema que pude haber escrito y perdido hacia 1922).

    Los seiscientos cuarenta y tres versos de Fervor de Buenos Aires fluyen libres de exigencias métricas y despuntes rimados. En el prólogo que hizo Borges para una edición de Emecé que reunió la totalidad de su obra poética, nos dice nostálgico: "Como todo poeta joven, yo creí alguna vez que el verso libre es más fácil que el verso regular; ahora sé que es más arduo y que requiere la íntima convicción de ciertas páginas de Carl Sandburg o de su padre, Whitman…".
    En otros poemarios sí recurriría a los cánones de la composición clásica, dejándonos un muestrario memorable. Curiosamente, en este inaugural libro suyo no aparecen sus típicos tigres y sus piezas de ajedrez como sí surgen en varios versos las confusas presencias de los espejos: "... como al cesar la luz / caduca el simulacro de los espejos / que ya la tarde fue apagando..." (La Recoleta), "Los daguerrotipos / mienten su falsa cercanía / de un tiempo detenido en un espejo..." (Sala vacía), "... cuando tú mismo eres el espejo y la réplica / de quienes no alcanzaron tu tiempo..." (Inscripción en cualquier sepulcro), "Falsa y tupida / como un jardín calcado en un espejo, / la imaginada urbe / que no han visto nunca mis ojos / entreteje distancias / y repite sus casas inalcanzables..." (Benarés), "Habré de levantar la vasta vida / que aún ahora es tu espejo: / cada mañana habré de reconstruirla..." (Ausencia), "Las alcobas profundas / donde arde en quieta llama la caoba / y el espejo de tenues resplandores / es como un remanso de la sombra..." (Cercanías), "El silencio que habita los espejos / ha forzado su cárcel..." (Atardeceres).

    También surgen rastros de los filos del coraje, esa otra temática crucial de su literatura, tal como hemos visto en la cita del Poema que pude haber escrito y perdido hacia 1922, o en La Recoleta ("Vibrante en las espadas y en la pasión...”), en Inscripción sepulcral ("... y a las lanzas del Perú dio sangre española...") o en Rosas (5) ("No sé si Rosas / fue sólo un ávido puñal como los abuelos decían...").

    Como contracara, las palabras amorosas se asientan en versos como éstos, en los que se advierte a su vez cierta conexidad, mediante la aparición de vocablos en común como mar, alma y hermosura: "Entre mi amor y yo han de levantarse / trescientas noches como trescientas paredes / y el mar será una magia entre nosotros..." (Despedida), "En qué hondonada esconderé mi alma (...). / Tu ausencia me rodea / como la cuerda a la garganta, / el mar al que se hunde..." (Ausencia), "En nuestro amor hay una pena / que se parece al alma. // Tú / que ayer eras toda la hermosura / eres también todo el amor, ahora..." (Sábados), "... yo fui el espectador de tu hermosura / durante un largo día..." (Trofeo).

    Por otra parte, la figura de la niña esperando en los balcones se reitera en Calle desconocida ("... tal vez una esperanza de niña en los balcones...") y Caminata ("En vano la furtiva noche felina / inquieta los balcones cerrados / que en la tarde mostraron / la notoria esperanza de las niñas....").

    Así opinaba Borges en 1964 de este libro de su juventud: “Los poemas de Fervor de Buenos Aires (…) están tan lejos (…). A veces todo un poema está cifrado en un error; si corregís el error, no queda nada. (…) Tal vez la idea de un joven poeta sea irresistible. (Esos poemas) son más fáciles de imitar. Para imitar los de ahora hay que saber escribir”. (6).

    En 1924 el escritor español Ramón Gómez de la Serna escribió en la Revista de Occidente una elogiosa reseña sobre este Fervor de Buenos Aires: "... Todo en este libro, escrito cuando el descendiente y asumidor de todo lo clásico ha bogado por los mares nuevos, vuelve a ser normativo, con una dignidad y un aplomo que me han hecho quitarme el sombrero ante Borges con este saludo hasta los pies".


    II – LA LUNA DE ENFRENTE


    Su segundo poemario, La luna de enfrente fue publicado en 1925 por la editorial Proa. Allí se ilumina un puñado de quince obras que suman trescientos ochenta y tres versos. La primera de ellas: Calle con almacén rosado, nos provoca una primera asociación de ideas con el primer cuento que escribió, El hombre de la esquina rosada, de 1927, pero recién retitulado así en 1935. Algunos de sus versos nos cuentan:

    "Es familiar como un recuerdo la esquina / con esos largos zócalos y la promesa de un patio (...) / Mis años recorrieron los caminos de la tierra y del agua / y solo a vos te siento, calle quieta y rosada, / almacén que en la punta de la noche eres claro...".
    En Cuaderno San Martín (1929) igualmente se baraja "... un almacén rosado como revés de un naipe..." (Fundación mítica de Buenos Aires), así como también "... es más grato el rosado firme de tus esquinas / que el de las nubes blandas..." (Elegía de los portones).

    En La luna de enfrente la poesía romántica asoma desde los poemas Una despedida ("Como quien vuelve de un perdido prado yo volví de tu abrazo..."), Amorosa anticipación ("... me darás esa orilla de tu vida que tú misma no tienes."), Casi Juicio Final ("He cantado a lo eterno: la clara luna volvedora y las mejillas que apetece el amor...") y Mi vida entera ("He querido a una niña altiva y blanca y de una hispánica quietud...").

    El poema El general Quiroga va en coche al muere otorga siete estrofas alejandrinas y asonantes que inmortalizan el sangriento final de uno de los personajes más discutidos de nuestra historia argentina; el riojano Juan Facundo Quiroga (1788 – 1835), apodado "El Tigre de los Llanos", quien dentro de su carruaje mal medita: "Yo, que he sobrevivido a millares de tardes / y cuyo nombre pone retemblor en las lanzas, / no he de soltar la vida por estos pedregales. / ¿Muere acaso el pampero, se mueren las espadas?".

    Otros alejandrinos se despliegan ya desde el asomo de su título: Versos de catorce, que terminan al unísono del libro con una confesión creyente: "Así voy devolviéndole a Dios unos centavos / del caudal infinito que me pone en las manos".


    III – CUADERNO SAN MARTÍN


    En 1929 se publicó en Proa un pequeño compendio de nueve poemas, Cuaderno San Martín, ganador del Segundo Premio Municipal de Poesía de Buenos Aires. Allí Borges continúa su misma línea inspirativa, matizándola con nuevas vetas temáticas como los malevos y la multiplicación de ciudadanas regiones: Palermo, el Barrio Norte, La Boca, Chacarita, Montserrat con su Paseo de Julio...

    El título de este libro hace referencia a la marca de unos conocidos cuadernos escolares, que rendían homenaje al Gral. José de San Martín, Padre de la Patria argentina. En esos cuadernos Borges escribió sus primeros versos.
    Su poema inicial es el que más ha trascendido entre los nueve: Fundación mitológica de Buenos Aires, nuevamente poseedor de métrica alejandrina asonante. Desde el pareado final emerge esta sentencia convencida: "A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires. / La juzgo tan eterna como el agua y el aire".

    En la Elegía de los Portones el poeta retrata las particularidades del barrio de Palermo, donde vivió durante su infancia hasta el traslado familiar a Europa, entre los años 1914 y 1921. Por aquellos tiempos era un suburbio orillero, cortado por el arroyo Maldonado. Del poema emergen hoy fantasmales evocaciones de compadres, muchachas, portones, mayorales, almacenes y carros. "Palermo del principio: vos tenías / unas cuantas milongas para hacerte el valiente / y una baraja criolla para tapar la vida / y unas albas eternas para saber la muerte…".

    Los Borges Acevedo (7) vivieron en una hermosa casona de dos plantas, sobre la calle Serrano (hoy Jorge Luis Borges), custodiada por un amplio jardín con su "palmera, la más alta de aquel cielo..." y el "molino colorado", en la manzana donde el autor imaginó la fundación mítica de su amada ciudad natal: "Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga".

    Un poema del libro rememora a su abuelo, Isidoro Acevedo, fallecido en su casa palermitana allá por el año 1905: "Así, en el dormitorio que miraba el jardín / murió en un sueño por la patria...". Ese pareciera ser el preámbulo del venidero desfile de versos mortuorios: La noche que en el sur lo velaron, Muertes de Buenos Aires (con sus personales frescos de los graves climas donde perviven los cementerios más importantes de la ciudad: el de "La Chacarita" y el de "La Recoleta") y Francisco López Merino, un joven poeta víctima de su suicidio. Es entre los versos de La Chacarita donde se asoma primerizamente uno de los íconos simbólicos de la poesía borgeana; el ajedrez: "Cúpulas estrafalarias de madera y cruces en alto / se mueven piezas negras de un ajedrez final por tus calles / y su achacosa majestad va cubriendo / las vergüenzas de nuestras muertes…". Y como cierre, el poema Barrio Norte (donde "apenas sí persiste la fe / en unos hechos distanciados que morirán..."), con sus cinco esquinas y los dos versos finales de este Cuaderno San Martín, dando su broche enlutado de magistral impacto: "Tu vida pacta con la muerte; / toda felicidad, con solo existir, te es adversa".


    IV – EL HACEDOR


    De 1960 es El hacedor, el cuarto poemario de Borges (editado por Emecé, con un comienzo de 23 relatos breves), de donde emergen con vigor artístico presencias ineludibles de su obra: El reloj de arena ("Por el ápice abierto el cono inverso / deja caer la cautelosa arena, / oro gradual que se desprende y llena / el cóncavo cristal de su universo..."), el Ajedrez ("Dios mueve al jugador, y éste a la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza / de polvo y tiempo y sueño y agonías", terceto final del segundo soneto), Los espejos ("Yo que sentí el horror de los espejos / no sólo ante el cristal impenetrable / donde acaba y empieza inhabitable, / un imposible espacio de reflejos..."), La luna ("Más que las lunas de las noches puedo / recordar las del verso: la hechizada / dragon moon que da horror a la balada / y la luna sangrienta de Quevedo…”), los tigres ("... desde una casa de un remoto puerto / de América del Sur, te sigo y sueño, / oh Tigre de las márgenes del Ganges...", de El otro tigre).

    Leopoldo Lugones (1874 – 1938), el máximo exponente argentino del modernismo, es el centro de las sentidas palabras dedicadas al inicio de este libro: "... Estas reflexiones me dejan en la puerta de su despacho. Entro; cambiamos unas cuantas convencionales y cordiales palabras y le doy este libro. Si no me engaño, usted no me malquería, Lugones, y le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío. Ello no ocurrió nunca, pero esta vez usted vuelve las páginas y lee con aprobación algún verso, acaso porque en él ha reconocido su propia voz, acaso porque la práctica deficiente le importa menos que la sana teoría. // En este punto se deshace mi sueño, como el agua en el agua. La vasta Biblioteca que me rodea está en la calle México (8), no en la calle Rodríguez Peña, y usted, Lugones, se mató a principios del 38. Mi vanidad y mi nostalgia han armado una escena imposible. // Así será (me digo) pero mañana yo también habré muerto y se confundirán nuestros tiempos y la cronología se perderá en un orbe de símbolos y de algún modo será justo afirmar que yo le he traído este libro y que usted lo ha aceptado. J. L. B. Buenos Aires, 9 de agosto de 1960" (9).
    La métrica del poemario es de una casi totalitaria complexión endecasílaba. Los cuartetos consonantes se imponen en dieciocho de los veintiocho poemas ofrendados. En su libro Borges (10), Adolfo Bioy Casares apunta estos comentarios: "Martes, 3 de enero (1961). Come en casa Borges. Me da el primer (y por ahora único) ejemplar de El hacedor: habrá más ejemplares dentro de diez o doce días; ni siquiera llevó el libro a su casa (…). Sábado 24 de junio (1961). Peyrou felicita a Borges por El hacedor. Borges: <Si es bueno será porque es un libro que se hizo solo. No tiene rellenos. Ninguna parte en él fue escrita con el propósito de formar un libro; el libro resultó de reunir páginas escritas por un impulso espontáneo>".

    Una particularidad en Borges (por cierto, no exclusiva de él, pero excluida en las obras de otros autores meticulosos), es no detener a veces el discurrir de sus parciales ideas dentro del esquema métrico de las estructuras escogidas. Es así como, de considerarlo necesario, no tiene reparos en pasar por alto los límites naturales de las pausas propias del verso, para no cercenar el mandato de su mensaje. El fin de una estrofa, por ejemplo, no especialmente puede implicar el uso del punto y aparte: "De esta ciudad de libros hizo dueños / a unos ojos sin luz, que solo pueden / leer en las bibliotecas de los sueños / los insensatos párrafos que ceden" y aquí, en efecto, cede el párrafo; pues termina este único serventesio (ABAB) entre el resto de cuartetos del Poema de los dones, para continuar en la siguiente estrofa: "las albas de su fin. En vano el día / les prodiga sus libros infinitos, / arduos como los arduos manuscritos / que perecieron en Alejandría...".

    Similares formas encabalgadas se dan en las estrofas 4ª, 5ª, 12ª y 13ª de El reloj de arena, así como en los primeros seis serventesios de Los espejos, en los dos primeros de La luna, en los dos tercetos del soneto La lluvia, en las cuatro estrofas del soneto A un viejo poeta... y los ejemplos continúan en Blind Pew, Ariosto y los árabes, Lucas XXII, Adrogué, y Arte poética (donde las rimas de cada cuarteto se dan entre las mismas palabras: “Mirar el río hecho de tiempo y agua / y recordar que el tiempo es otro río, / saber que nos perdemos como el río / y que los rostros pasan como el agua…”).

    La pulcra poesía se impregna hasta en los blancos espacios de este libro donde a su autor le bastan incluso un par de estrofas para retratar con certeza su propia esencia de Poeta: "Pensaba que el poeta es aquel hombre / que, como el rojo Adán del Paraíso, / impone a cada cosa su preciso / y verdadero y no sabido nombre" (La luna), "Como a todo poeta, la fortuna, / o el destino le dio una suerte rara; / iba por los caminos de Ferrara / y al mismo tiempo andaba por la luna." (Ariosto y los árabes).

    Como ante cierre de El hacedor, se suman cinco breviarios agrupados bajo el título Museo, apócrifamente atribuidos a otros hacedores inexistentes; una de las picardías favoritas de Borges. En el epílogo podemos leer: "Quiera Dios que la monotonía esencial de esta miscelánea (que el tiempo ha compilado, no yo, y que admite piezas pretéritas que no me he atrevido a enmendar, porque las escribí con otro concepto de la literatura) sea menos evidente que la diversidad geográfica o histórica de los temas. De cuantos libros he entregado a la imprenta, ninguno, creo, es tan personal como esta colecticia y desordenada silva de varia lección, precisamente porque abunda en reflejos y en interpolaciones".


    V – EL OTRO, EL MISMO


    Otro poemario señero del mismo tenor artístico, pero más voluminoso es El otro, el mismo (1964, Emecé). Setenta y cinco obras nos traen reflejos de un erudito manejo del idioma, de un caudal inspirativo que no deja de aferrarse a los matices típicos de su hacedor, quien en el prólogo confiesa sincero: "De los muchos libros de versos que mi resignación, mi descuido y a veces mi pasión fueron borroneando, El otro, el mismo es el que prefiero. Ahí están el Otro poema de los dones, el Poema conjetural, Una Rosa y Milton, y Junín, que si la parcialidad no me engaña, no me deshonran. Ahí están asimismo mis hábitos: Buenos Aires, el culto a los mayores, la germanística, la contradicción del tiempo que pasa y de la identidad que perdura, mi estupor de que el tiempo, nuestra substancia, pueda ser compartido. Este libro no es otra cosa que una compilación. Las piezas fueron escribiéndose para diversos moods y momentos, no para justificar un volumen. De ahí las previsibles monotonías, la repetición de las palabras y tal vez líneas enteras…”.

    Esta aclaración justifica el primer poema –Insomnio, fechado en “Adrogué, 1936” (es decir, 28 años antes que el libro) y exponente reflector de una enumeración de puros rasgos borgeanos–, que no incluye una de sus recurrencias más asociadas a su firma: los atrapantes laberintos, sí presentes en los “espiralados” recodos de estos venideros poemas: Del infierno y del cielo, Poema conjetural, Poema del cuarto elemento, Página para recordar al Coronel Suárez, vencedor de Junín (su bisabuelo), Mateo, XXV, 30, Un poeta del siglo XIII, Baltasar Gracián, Texas, Los enigmas, El forastero, Spinoza, Elegía, A una moneda, Otro poema de los dones y Buenos Aires (II).
    Cuarenta y cinco son los sonetos que predominan en El otro, el mismo; dos de ellos consecutivos y con el mismo título: Buenos Aires. El segundo termina con uno de los pasajes más citados de la poética borgeana: “No nos une el amor sino el espanto; / será por eso que la quiero tanto”.

    Hay quince cuartetos endecasílabos que se adentran en la mitológica pulsación del Tango: “¿Dónde estarán? pregunta la elegía / de quienes ya no son, como si hubiera / una región en que el Ayer pudiera / ser el Hoy, el Aún y el Todavía (…) // Esa ráfaga, el tango, esa diablura, / los atareados años desafía; / hecho de polvo y tiempo, el hombre dura / menos que la liviana melodía…”. El tango es otra de la premisas que cada tanto reverberan en las páginas de Borges. Tal es así que le ha dedicado varias páginas, entre ellas Ascendencias del tango, en su libro El idioma de los argentinos, de 1928, y un estudio histórico interpretativo incluido dentro de su volumen de ensayos Evaristo Carriego, de 1930, a partir de su reedición de 1955.

    La presencia de los espejos brilla en veintidós poemas, cinco de ellos asociados a la profundidad existencialista que emana la propia imagen reflejada: “… En el espejo de esta noche alcanzo / mi insospechado rostro eterno…” (Poema conjetural, dedicado a su ancestro Francisco de Laprida -11-). “… Ociosamente / mira su cara en el cansado espejo. / Piensa, ya sin asombro, que esa cara / es él…” (Camden, 1892), “… el rostro que se mira en los gastados / espejos de la noche no es el mismo…” (El instante), “… se afeitará después ante un espejo / que no volverá a reflejarlo / y le parecerá que ese rostro / es más inescrutable y más firme / que el alma que lo habita…” (El forastero), “… con la tarde un hombre vino / que descifró aterrado en el espejo / de la monstruosa imagen, el reflejo / de su declinación y su destino…” (Edipo y el enigma).

    Como mensajes subliminales, surgen de los versos también las espadas, entre títulos y contenidos de las venas gramaticales de quince poesías; verbigracia: Un sajón, A quien ya no es joven, A una espada en York Minster, España y A un poeta sajón.

    En menor medida salen a relucir los afilados cuchillos en Poema conjetural, El Tango y Los compadritos muertos; e incluso podemos ver El puñal toledano que Borges ha ocultado “en un cajón del escritorio…”, lamentándose de su orfandad de sangre: “… quiere matar, quiere derramar brusca sangre (…) // Tanta dureza, tanta fe, tan impasible o inocente soberbia, y los años pasan, inútiles.” (12).

    Todos estos "talismanes" reiterados con fidelidad, son mensajes figurativos que nos brindan una rica gama de posibilidades, sobrepasando la textualidad de cada obra.


    VI – PARA LAS SEIS CUERDAS


    Para las seis cuerdas (Emecé, 1965) reúne los versos de once de las milongas que Borges compuso mayoritariamente con el músico Ástor Piazzolla (1921 – 1992).

    Sencillos y precisos se adentran estos octosílabos en los temas que al autor lo han cautivado a partir de su temprano descubrimiento de la mitología porteña. Desde el prólogo nos advierte: “En el modesto caso de mis milongas, el lector debe suplir la música ausente por la imagen de un hombre que canturrea, en el umbral de su zaguán o en un almacén, acompañándose con la guitarra (…). He querido eludir la sensiblería del inconsolable “tango-canción” y el manejo sistemático del lunfardo, que infunde un aire artificioso a las sencillas coplas…”.

    En uno de los poemas de su próximo libro, al preguntarse: “¿Qué será Buenos Aires?”, Borges ensaya una serie de respuestas entre las cuales aparece: “esa racha de milonga silbada que no reconocemos y que nos toca…” (Buenos Aires).

    Para las seis cuerdas de la guitarra nacieron estas historias de emociones porteñas. Como demostrativas pinceladas aquí van algunas estrofas:

    - “Traiga cuentos la guitarra / de cuando el fierro brillaba, / cuentos de truco y de taba, / de cuadreras y de copas, / cuentos de la Costa Brava / y el Camino de las Tropas.” (Milonga de los hermanos, con música de Piazzolla).

    - "Según su costumbre, el sol / brilla y muere, muere y brilla / y en el patio, como ayer, / hay una luna amarilla..." (¿Dónde se habrán ido?, musicalizada por Gustavo Leguizamón bajo el título No hay cosa como la muerte).

    - “Siempre el coraje es mejor, / la esperanza nunca es vana; / vaya pues esta milonga, / para Jacinto Chiclana.” (Milonga de Jacinto Chiclana, con música de Piazzolla).

    - “Ahora está muerto y con él / cuánta memoria se apaga / de aquel Palermo perdido / del baldío y de la daga.” (Milonga de don Nicanor Paredes, con música de Piazzolla).

    - "... habrá un cajón y en el fondo / dormirá con duro brillo, / entre esas cosas que el tiempo / sabe olvidar, un cuchillo..." (Un cuchillo en el Norte).

    - "El hombre, según se sabe, / tiene firmado un contrato / con la muerte. En cada esquina / lo anda acechando un mal rato." (El títere, con música de Piazzolla).

    - "¿A qué cielo de tambores / y siestas largas se han ido? / Se los ha llevado el tiempo, / el tiempo que es el olvido." (Milonga de los morenos, musicalizada por Julián Plaza con el título Milonga de marfil negro).

    - "Milonga para que el tiempo / vaya borrando fronteras; / por algo tienen los mismos / colores las dos banderas." (Milonga para los orientales).

    - "Un acero entró en el pecho, / ni se le movió la cara; / Alejo Albornoz murió / como si no le importara." (Milonga de Albornoz, con música de José Basso).

    - "Manuel Flores va a morir. / Eso es moneda corriente; / morir es una costumbre / que suele tener la gente." (Milonga de Manuel Flores, con música de Aníbal Troilo).

    Que el recurso de utilizar nombres en las canciones ha sido del agrado de Borges, queda demostrado con este comentario de Bioy Casares: “Domingo 19 de abril (1959)… Me recomienda el tango Tres amigos (13). Habla después de la inmortalidad de quienes son recordados únicamente por una pieza de música, tal vez por una milonga o una zamba. Dice: <Qué lindos esos nombres que quedan vinculados a músicas: la zamba de Vargas, la milonga de Morales. Es una inmortalidad muy linda. Inexpugnable…” (14).

    En tres de los venideros poemarios aparecen otras milongas: Milonga del forastero (Historia de la noche), Milonga de Juan Muraña (La cifra), Milonga del infiel y Milonga del muerto (Los conjurados).


    VII – ELOGIO DE LA SOMBRA


    Llega el espacio para el próximo título, Elogio de la sombra (1969, Emecé). Aquí encontramos varios pasajes de un marcado clima inglés, un oráculo de enumeraciones (destacándose en Las cosas, las que "Durarán más allá de nuestro olvido; / no sabrán nunca que hemos existido"), la cosmogonía de Israel, los custodiados anaqueles de libros que custodian nuestra ignorancia, el lector que sincero confiesa: "que otros se jacten de las páginas que han escrito; / a mí me enorgullecen las que he leído" (Un lector), el apócrifo evangelio que termina con un simple "Felices los felices", Heráclito, Joyce por partida doble, el gauchesco Ricardo Güiraldes, Stevenson, el laberinto de "... rectas galerías / que se curvan en círculos secretos / al cabo de los años...", el "culto al coraje", su cautivante Buenos Aires. Precisamente sobre Buenos Aires, una de las obras más extensas del libro, hay un reportaje en el que se recita este poema con un intercalado de comentarios que el poeta iba improvisando. Transcribiré estos breves fragmentos: "<¿Qué será Buenos Aires? (...). Es un gran árbol de la calle Junín que, sin saberlo, nos depara sombra y frescura>. Borges: Bueno, yo he pensado después que es un error. Porque el árbol tiene que sentir algo. Que es imposible que una rosa, por ejemplo... no pueda pensar: en colores o en fragancias, pero tiene que sentir algo. El árbol y la rosa tienen que corresponder a alguna pasión, digamos secreta...”. Continúan otros tramos del poema: <Es la mano de Norah, trazando el rostro de una amiga que es también el de un ángel.> Borges: Bueno, es que Norah siempre retrata a sus amigas y las angeliza, digamos, si vale el neologismo. / <Es mi enemigo, si lo tengo>. Borges: Sí. Yo no creo tener ningún enemigo. La gente es tan buena conmigo, o tan indulgente... No, yo no tengo enemigos. Por eso digo "si los tengo". / <Es la persona a la que le desagradan mis versos (a mí me desagradan también)>. Borges: Bueno, eso desde luego (...). Porque yo no sé si esos versos pueden leerse fácilmente de un tirón... Usted ha demostrado que sí. Son quizá demasiado largos los párrafos. Pero tenían que serlo para que fueran explícitos. Quiere decir que yo no encontré la forma que hubiera convenido: una forma más breve. Son demasiado explicativos, tal vez. Pero sin embargo, si han salido bien, no importa que sean explicativos, que sean palabreros." (15).

    Es característico en Borges forjarse a sí mismo como un personaje irradiador de su literatura, a tal punto que leerlo muchas veces equivale a imaginarlo escribiendo esas palabras. Su imagen ceremoniosa, sus gestos cubiertos de celebridad, su ceguera y la elegancia apoyada en los tallados bastones de sus años últimos, poseen su propio peso diseminándose en el caudal de sus letras.

    Me detendré ahora un poco, con su representatividad, en los versos de Junio, 1968. Allí implícitamente se retrata de este modo: "El hombre que está ciego, / sabe que ya no podrá descifrar / los hermosos volúmenes que maneja / y que no le ayudarán a escribir / el libro que lo justificará ante los otros...".

    El último poema que da nombre al libro, ya emplea la primera persona: "Vivo entre formas luminosas y vagas / que no son aún la tiniebla (...) // Esta penumbra es lenta y no duele; / fluye por un manso declive / y se parece a la eternidad. / Mis amigos no tienen cara, / las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años, / las esquinas pueden ser otras, / no hay letras en las páginas de los libros. / Todo esto debería atemorizarme, / pero es una dulzura, un regreso." (Elogio de la sombra). Estos versos nos retrotraen un poco al famoso: "Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta declaración de la maestría / de Dios, que con magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche." (Poema de los dones, del ya citado El hacedor).

    En este volumen poco voluminoso –de veinticuatro poesías y ocho relatos– se siente la madurez inspiradora como un resplandeciente amanecer del sombrío ocaso.

    En Borges, Adolfo Bioy Casares (1914 – 1999, Premio Cervantes 1990), apunta esta anécdota: “La madre de Borges, exaltada en su orgullo por el hijo y deslumbrada por su talento, me lee <Juan, I, 14>, el primer poema de Elogio de la sombra. <No parece escrito por un hombre>, me dice, como si estuviera dispuesta a creer que un Dios escribe a través de su Georgie. <Elogio de la sombra me explica es el elogio de la ceguera.> Cada cual está en su mundito, hasta la estupidez: yo que me creo tan próximo a Borges, no había entendido el título(16).



    VIII – EL ORO DE LOS TIGRES


    El oro de los tigres (1972, Emecé), reúne una cuarentena de títulos (nueve de ellos, sonetos y siete de breve prosa), que son continuidad contundente de los antecesores poemarios. El extenso poema inicial evoca a Tamerlán (1336 1405), el conquistador turco-mongol: "Cuando nací cayó del firmamento / una espada con fines talismáticos; / yo soy, yo seré siempre, aquella espada...".

    El segundo título con su amplio alcance retroactivo –El pasado– asienta una enumeración histórica, tan propia de esa erudición que Borges ha elegido para moldear su obra. Comienza con la envenenada muerte de Sócrates, pasa por Roma, sigue con los piratas de Hengist y así continúa con un hilado de personajes y sucesos especialmente elegidos para conformar el clima enciclopédico de este poema endecasílabo: reyes, jinetes del desierto, Las mil y una noches, Snorri, Shopenhauer, Whitman... para concluir con esta sentencia: "El ilusorio ayer es un recinto / de figuras inmóviles de cera / o de reminiscencias literarias / que el tiempo irá perdiendo en sus espejos".

    La siguiente entrega consta de seis tankas (dice el autor en una nota al final del libro: "He querido adaptar a nuestra prosodia la estrofa japonesa que consta de un primer verso de cinco sílabas, de uno de siete, de uno de cinco y de dos últimos de siete. Quién sabe cómo sonarán estos ejercicios a oídos orientales. La forma original prescinde asimismo de rimas"). Las palabras clave de estas estructuras son: luna, jardín, espada, tigre, lluvia y hombre. El sexto tanka vuelve al lamento de haber esquivado en la vida el rumbo valeroso de su genealogía militar: "No haber caído, / como otros de mi sangre, / en la batalla. / Ser en la vana noche / el que cuenta las sílabas".

    Del resto del poemario (intercalado con algunos relatos cortos) quedan motivos de análisis que superan las posibilidades de extensión previstas para esta reseña. Sí hay que, mínimamente, mencionar las líneas dedicadas al romántico poeta Jhon Keats (1795 1821) –un soneto que incluye: "Fuiste el fuego. En la pánica memoria / no eres hoy ceniza. Eres la gloria."–, a El gaucho, Al triste, a El mar, Al primer poeta de Hungría, a La tentación, que nos retrotrae al ya mencionado El general Quiroga va en coche al muere (del libro La luna de enfrente), A Islandia, A un gato, Al coyote, Al idioma alemán y a El oro de los tigres.

    La fungible presencia de la arena se filtra entre los versos de Cosas: "Las pisadas de arena que la ola / soñolienta y fatal borra en la playa", El mar: "El incesante mar que en la serena / mañana surca la infinita arena", Hengist quiere hombres: "Acudirán de los confines de la arena...", East Lansing: "... arenas amarillas del poniente...", Al coyote: "Durante siglos la infinita arena / de los muchos desiertos...".

    Recordemos que uno de sus volúmenes de cuentos es El libro de arena (1975, título tomado de uno de los relatos que lo componen), más allá de otros poemas previos como El reloj de arena (de El hacedor).

    El recurso de la enumeración regresa cautivante en el mencionado Cosas, donde a la velocidad de la luz podemos pasar distintas imágenes y recuerdos propios o ajenos, por encima de imposibilidades temporales y físicas. Una de esas evocaciones se origina en la infancia de Jorge Luis: "La tortuga en el fondo del aljibe." Su casa natal estaba provista de dicha conjunción, explicada de este modo por él mismo: "... en el fondo del aljibe supe después que había una tortuga para purificar el agua. Cuando se alquilaba o compraba una casa en aquella época, me dijo mi madre que se preguntaba si había tortuga y entonces le contestaban: <Sí, esté tranquilo, señor, hay una tortuga>. Porque se pensaba que la tortuga era una especie de filtro que se comía los insectos, y no se pensaba que la tortuga a su vez no sólo no purificaba las aguas, sino que efectivamente las impurificaba (...) y mi madre y yo hemos bebido agua de tortuga durante años, y como todo el mundo lo hacía no sentíamos asco. En cambio ahora no me gustaría beber agua de tortuga, ¿no?" (17).

    En el poemario Elogio de la sombra hay un bello soneto de casi idéntico título, Las cosas, y similar factura enumerativa.

    Las frases amorosas del El arrepentido, no tan habituales en los trazos de Borges, se conjugan al inicio, al medio y al concluir, con versos de contundente síntesis: "Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir. // Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo. // Me duele una mujer en todo el cuerpo."

    Otro poema que se destaca por su sencilla crudeza es 1929. Todo un relato psico-ambiental comenzado en una pieza de inquilinato, con mates, ardores de úlcera, afeitada frente al espejo, lectura de diario, vendedores en la calle, burlas de muchachada y una heladería, otrora almacén, donde en un lejano ayer el protagonista, a punta de cuchillo, tuvo "la dicha de ser hombre y ser valiente"; las mismas palabras que escribió en Alguien le dice al tango (con música de Piazzolla): "Despreocupado y zafado, / siempre mirabas de frente. / Tango que fuiste la dicha / de ser hombre y ser valiente".


    IX – LA ROSA PROFUNDA


    En 1975 se publicó en Emecé por primera vez La rosa profunda, título en español del último poema del libro: The Unending Rose.

    Una veintena de sonetos (no todos endecasílabos) prepondera sobre el resto de poesías (dieciséis más), clasificables como romances y versos blancos. Cuenta Adolfo Bioy Casares desde su voluminoso libro póstumo Borges (18), que uno de los sonetos: En memoria de Angélica, está dedicado a una niña de cinco años, sobrina nieta de Borges (hija de su sobrino Luis), trágicamente fallecida en 1974 al caer en una piscina: "¡Cuántas posibles vidas se habrán ido, / en esta pobre y diminuta muerte, / cuántas posibles vidas que la suerte / dará a la memoria o al olvido!".

    El primer soneto del libro, Yo, es tan autorreferencial como el sexto, Soy: "... soy los contados libros, los contados / grabados por el tiempo fatigados; / soy el que envidia a los que ya se han muerto. / Más raro es ser el hombre que entrelaza / palabras en el cuarto de una casa". Este final de Yo bien podría continuar con el comienzo de Soy: "Soy el que sabe que no es menos vano / que el vano observador que en el espejo / de silencio y cristal sigue el reflejo / o el cuerpo (da lo mismo) del hermano...".

    Nuevamente la ceguera será un tema presente, como visibles sombras de invisibilidad estampadas en ciertos versos de este poemario. El autor comenta al final del prólogo: "Al recorrer las pruebas de este libro advierto con algún desagrado que la ceguera ocupa un lugar plañidero que no ocupa en mi vida. La ceguera es una clausura, pero también es una liberación, una soledad propicia a las invenciones, una llave y un álgebra". Es así como nos llegan las luces escondidas en estos oscuros pasajes: "... la tiniebla / requiere ojos que ven..." (Cosmogonía), "... ya cumplidos mis setenta años / y sellados mis ojos..." (Una mañana), "... mujer que no he visto." (Brunanburth, 937 A.D.), "Los días y las noches limaron los perfiles / de las letras humanas y los rostros amados; / en vano interrogaron mis ojos agotados / las vanas bibliotecas y los vanos atriles..." (El ciego II), "Pienso que si pudiera ver mi cara / sabría quién soy en esta tarde rara." (Un ciego), "Estoy ciego. He cumplido los setenta..." (1972), "... me buscas y es inútil estar ciego..." (Al espejo), "Mis libros (que no saben que yo existo) / son tan parte de mí como este rostro / de sienes grises y de grises ojos / que vanamente busco en los cristales." (Mis libros), "Soy ciego y nada sé..." (The Unending Rose").

    Y al recorrer las páginas también se despiertan evocaciones: Alfonso Quijano, el hidalgo, Simón Carvajal, el tigrero, Proteo, el egipcio, Jano, el bifronte, La cierva blanca de un sueño, con su imperfección métrica salvada en esta nota aclaratoria: "Los devotos de una métrica rigurosa pueden leer de este modo el último verso: <Un tiempo más que el sueño del prado y la blancura>. / Debo esta variación a Alicia Jurado." El verso que clausura el soneto alejandrino tiene quince sílabas: "unos días más que el sueño del prado y la blancura".

    Entre los versos blancos de Inventario y Talismanes hay una concordancia estructural de enumeraciones concluidas en punto y aparte al siguiente objeto. Sin embargo, en Inventario, la acumulación de lo corriente se realza con el propósito final: "Al olvido, a las cosas del olvido..." (catre, sillón de ruedas, plancha, brasero...) "... acabo de erigir este monumento...". En cambio, en Talismanes los valiosos objetos y recuerdos (una primera edición dinamarquesa de la Edda Islandorum, una espada guerrera, un globo terráqueo del filósofo José Ingenieros, varios diplomas, togas de doctorados, "el amor o el diálogo de unos pocos") se desvalorizan con este mensaje concluyente: "Ciertamente son talismanes, pero de nada sirven contra la sombra que no puedo nombrar, contra la sombra que no debo nombrar".


    X – LA MONEDA DE HIERRO


    La moneda de hierro (1976, Emecé), es otro compendio con predominio de sonetos –dieciocho, para ser más exacto, sobre un total de treinta y cuatro poemas–. Uno de ellos está dedicado a un notable escritor; uno de sus amigos y compatriotas de comunes antepasados (19): "Manuel Mujica Lainez, alguna vez tuvimos / una patria –¿recuerdas?– y los dos la perdimos." (A Manuel Mujica Lainez).

    Otro soneto –ya incluido en el anterior número de Eco y Latido– es El remordimiento, con su confesión impactante por lo exagerada: "He cometido el peor de los pecados / que un hombre puede cometer. No he sido / feliz. Que los glaciares del olvido / me arrastren y me pierdan despiadados...". Indudablemente, si tomamos estas palabras como autorreferenciales, estaremos siendo receptores de una falsía. Sobradas muestras existen de la presencia de felices ráfagas satisfactorias iluminando la vida de Borges, más allá de que en un mundo plagado de injusticias, ningún ser sensible puede alcanzar la felicidad absoluta. Y el Arte siempre ha sabido desarrollar su potencial más profundo en el campo de la desdicha. En A Johannes Brahms nos dice: "Soy un cobarde. Soy un triste...". Los rítmicos juegos del corazón, también sabemos, sí le vetearon de sinsabores el alma: "Qué no daría yo por la memoria / de que me hubieras dicho que me querías...", (Elogio del recuerdo imposible). Su universo literario, sin embargo ha sido su refugio de entretenida justificación existencial, dentro del cual hasta las pinceladas negativas se abonanzaron con bellos matices artísticos. "¿De qué apagado espejo (...) / había surgido el hombre gris y grave / que me impone su antaño y su amargura...?" (La pesadilla).

    Dijo el poeta en una entrevista de 1983: "Toda obra humana es deleznable, pero su ejecución no lo es. Y escribir, desde luego, da placer. Menos que leer, pero en fin, sería un grado menos para mí; yo siento más placer leyendo que escribiendo..." (20). Y en el prólogo de Los conjurados escribió: “Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso. No hay poeta, por mediocre que sea, que no haya escrito el mejor verso de la literatura, pero también los más desdichados… / J. L. B., 9 de enero de 1985”.

    Por último, un breve compendio de versos podrá dar un mejor panorama de este libro cuyo título coincide –deliberadamente; manteniendo su hábito desde Elogio de la sombra– con el último poema:

    - "De hierro las dos caras labran un solo eco. / (…) En la sombra del otro buscamos nuestra sombra; / en el cristal del otro, nuestro cristal recíproco." (La moneda de hierro).

    - "Detrás del simulacro te adivino, / oh joven capitán que fuiste el dueño / de esa batalla que torció el destino: / Junín, resplandeciente como un sueño...": Coronel Suárez, poema dedicado a su bisabuelo. Como ya se ha visto en otros poemarios, la familia es uno de los baluartes donde se afianza el orgullo del poeta. En La moneda de hierro hay otros vestigios consanguíneos: "La espada de aquel Borges no recuerda / sus batallas..." (La suerte de la espada).

    - "Te hemos visto morir sonriente y ciego. / Nada esperabas ver del otro lado." (A mi padre).

    - "Fue muchos hombres. Fue el cantor y el coro; / por el río del tiempo fue Proteo..." –Hilario Ascasubi (1807 1875)–.

    - "... Para el niño que he sido, / el Perú fue la historia que Prescott ha salvado. / Fue también (...) el mate / de plata con serpientes arqueadas..." Aquí estos versos de El Perú nos retrotraen a su anterior poemario, La rosa profunda: "Un mate con un pie de serpientes que mi bisabuelo trajo de Lima." (Talismanes). Asimismo, en el cuento El otro, integrante de El libro de arena, vuelve a mencionar el mismo recipiente curioso: "... mate de plata con pie de serpientes que trajo del Perú nuestro bisabuelo...".

    - "Hay una cerradura que me espera... / (...) Alguna vez empujaré la dura / puerta y haré girar la cerradura" (Una llave en East Lansing). Más adelante, en El ingenuo podemos leer: "Me asombra que una llave pueda abrir una puerta", y en su libro de 1981 La cifra hallaremos este verso: "si hago cerrar la terca cerradura..." (Eclesiastés I, 9), y este otro: "la breve llave que nos abre una casa…” (Shinto).

    - "Ya vio partir la nave que labrarán / con uñas de los muertos." (En Islandia el alba), que, desde su causal de mitología nórdica, nos evoca este poema de El oro de los tigres: A Islandia, "... de la nave que los dioses temen, / labrada con las uñas de los muertos", y se reiterará en el próximo poemario: "la nave que Alguien o Algo construye / con uñas de los muertos..." (Islandia), al igual que en el cuento Veinticinco de agosto de 1983, de su libro La memoria de Shakespeare (21): "la nave hecha con las uñas de los muertos...".

    - "El más pródigo amor le fue otorgado, / el amor que no espera ser amado." (Baruch Spinoza).

    - "¡Cuántas cosas distintas! Una mitología / de sangre que entretejen lo hondos dioses muertos..." (México).

    - "Cabrera y Carvajal fueron mis nombres. / He apurado la copa hasta las heces. / He muerto y he vivido muchas veces. / Yo soy el Arquetipo. Ellos, los nombres.” (El conquistador).

    - "Siempre lo cercó el mar de sus mayores, / los sajones, que al mar dieron el nombre / ruta de la ballena..." (del poema Herman Melville, donde el mar inunda los versos nueve veces).

    - "La luna de las noches no es la luna / que vio el primer Adán (...) / Mírala. Es tu espejo." (La luna, con dedicatoria a María Kodama).


    XI – HISTORIA DE LA NOCHE


    El siguiente poemario, Historia de la noche (1977, Emecé), al igual que los venideros, tiene la misma destinataria: "Por todas estas cosas dispares, que son tal vez, como presenta Spinoza, meras figuraciones y facetas de una sola cosa infinita, le dedico a usted este libro, María Kodama. J. L. B. Buenos Aires, 23 de agosto de 1977".

    Este volumen originariamente se intitularía: Adán es tu ceniza, pero por sugerencia de Carlos Frías, director de ediciones de Emecé, Borges optó por el definitivo Historia de la noche. Ambos títulos surgen de poemas integrantes de esta obra.

    La artística obsesión por los espejos reluce en un soneto autorreferencial: "Yo, de niño, temía que el espejo / me mostrara otra cara o una ciega / máscara impersonal que ocultaría / algo sin duda atroz..." (El espejo).

    La referencia a la tortuga que mencioné en el apartado de El oro de los tigres, viene a colación entre la lectura del soneto Buenos Aires, 1899: "El aljibe. En el fondo la tortuga". Nótese de paso la reiteración de Buenos Aires como tema lírico que requiere ser reversionado a través del tiempo. Ya puede verse desde su primer poemario, Fervor de Buenos Aires, o en títulos como Fundación mítica de Buenos Aires y Muertes de Buenos Aires (en Cuaderno San Martín), o los cuatro homónimos Buenos Aires (dos sonetos en El otro, el mismo, y los enumerativos versos ciudadanos barajados en Elogio de la sombra y La cifra).

    El primer poema del libro, que versa sobre la Biblioteca de Alejandría, prefija un fascinante ideal para la idiosincrasia borgeana: "... Dicen que los volúmenes que abarca / dejan atrás la cifra de los astros / o la arena del desierto. El hombre / que quisiera agotarla perdería / la razón y los ojos temerarios..." (Alejandría, 641 A. D.).

    El segundo título nos transporta en un parpadeo de sueños a la preciosa Granada española. Alhambra: "Grata la voz del agua (...) / grato a la mano cóncava / el mármol circular de la columna...".

    Y la tercera entrega nos sumerge en uno de los predilectos remansos literarios de Borges; Las mil y una noches: "Dicen los árabes que nadie puede / leer hasta el fin el Libro de las Noches. / Las Noches son el Tiempo, el que no duerme. / Sigue leyendo mientras muere el día / y Shaharazad te contará la historia." (Metáforas de las Mil y Una Noches). En el siguiente título, Alguien, se encierra un tributo narrativo a la tradición oral capaz de ir forjando las historias desde anónimas voces recopiladas: "El hombre habla y gesticula (...). No sabe (nunca lo sabrá) que es nuestro bienhechor. Cree hablar para unos pocos y una monedas y en un perdido ayer entreteje el Libro de las Mil y Una Noches".

    La letra de la Milonga del forastero impone una difusa relación con El forastero de El otro, el mismo. Más allá del adjetivo en común, las historias corren por sintonías distintas. El duelo de puñales en la milonga y el duelo nostálgico en el romance, pero los finales confluyen en el manto del olvido: "Por esa prueba vivieron / toda su vida esos hombres; / ya se han borrado las caras, / ya se borrarán los nombres." (Milonga del forastero). "... esta ciudad de Buenos Aires / que para el forastero de mi sueño / (el forastero que he sido ya bajo otros astros) / es una serie de imprecisas imágenes / hechas para el olvido." (El forastero). En el siguiente libro, La cifra, El forastero (nuevamente emerge este título), es un ciego poeta peruano.

    Sin dudas, los mayores picos de emotividad surgen de los versos que relatan su visión de sí mismo: "No quiero ser quien soy. (...) / Ni siquiera soy polvo. Soy un sueño / que entreteje en el sueño y la vigilia / mi hermano y mi padre, el capitán Cervantes..." (Ni siquiera soy polvo). "... En esa música / yo soy. Yo quiero ser. Yo me desangro." (Caja de música). En Things that might have been nos dice: "Pienso en las cosas que pudieron ser y no tuve...", y entre ellas particularmente conmueven dos: "El amor que no compartimos" y el inesperado cierre del poema con su hondo respaldo de significancias existenciales: "El hijo que no tuve".

    En La espera, una metáfora encierra todo el tiempo de su vida: "en mi pecho, el reloj de sangre mide / el temeroso tiempo de la espera". Allí también se manifiesta un claro paralelismo con un famoso tango: "sombras que se alargan y regresan...". El verso del tango dice: "sombras que se alargan en la noche del dolor..." (Niebla del Riachuelo, 1937, letra de Enrique Cadícamo (22); estrenado en una película de 1937, La fuga, que Borges reseñó favorablemente). No hallé en toda la obra del poeta otra coincidencia con algún otro verso de amplia repercusión popular. En el haiku 13 de su siguiente poemario, La cifra, curiosamente vuelve a recurrir a esa misma imagen: “Bajo la luna / la sombra que se alarga / es una sola”.

    Otros pasajes memorables: "Yo temo ahora que el espejo encierre / el verdadero rostro de mi alma." (El espejo). "Soy el que sabe que no es más que un eco, / el que quiere morir enteramente. / Soy acaso el que eres en el sueño." (The thing I Am). Y la representación más vívida se asienta en el argumento visual de Un sábado, con sus secuencias de cotidiano paso por el tiempo y espacio destinado: "Un hombre ciego en una casa hueca / fatiga ciertos limitados rumbos / y toca las paredes que se alargan (...) / Está solo y no hay nadie en el espejo (...) / se ha tendido en la cama solitaria (...) / En voz alta repite y cadenciosa (nótese la curiosa combinación de dos adjetivos entre un verbo) / fragmentos de los clásicos y ensaya / variaciones de verbos y epítetos / y bien o mal escribe este poema".

    Otro tema destacado es Las causas, donde la breve descripción de cuarenta y seis aconteceres desemboca en esta reflexión desbaratadora de casualidades: "Se precisaron todas esas cosas / para que nuestras manos se encontraran". Símil idea a la que había expuesto en el sexto poema próximo pasado; La espera: "Antes que llegues / un monje tiene que soñar con un ancla, / un tigre tiene que morir en Sumatra, / nueve hombres tienen que morir en Borneo". Al hacer mención más adelante, en el acápite XIII de Los conjurados, a los dos poemas homónimamente denominados La trama, se advertirá el retorno de la misma idea.

    Los treinta y un poemas de Historia de la noche cuentan con un epílogo que nos revela: "Un volumen de versos no es otra cosa que una sucesión de momentos mágicos. (...) De cuantos libros he publicado, el más íntimo es éste. Abunda en referencias librescas; también abundó en ellas Montaigne, inventor de la intimidad. (...) ¿Me será permitido repetir que la biblioteca de mi padre ha sido el hecho capital de mi vida? La verdad es que nunca he salido de ella, como no salió nunca de la suya Alonso Quijano. J. L. B. Buenos Aires, 7 de octubre de 1977".


    XII – LA CIFRA


    Sobre La cifra (1981, Alianza Editorial), su penúltimo volumen poético, ha dicho Borges en una entrevista de 1983: "Me parece quizás el mejor de mis libros de versos (...) estoy más cerca de él; los otros están un poco lejos y parecen escritos por otra persona. Por lo pronto son versos más sencillos. Me parece que es un libro más espontáneo, no ha sido escrito en función de ninguna teoría. Creo que las teorías son perjudiciales, aunque pueden ser un estímulo también." (23).

    Integrado por cuarenta y cinco títulos seis de ellos prosaicos–, La cifra nos conduce por caminos de un filosófico encanto, oscilante entre la inteligente sencillez y el hallazgo de algunos novedosos matices dentro de la órbita literaria de nuestro reseñado autor, quien por ese entonces ya había sido galardonado con el Premio Cervantes y era uno de los más renombrados candidatos al Nobel.

    Como inscripción inicial, estas palabras vuelven a traernos la femenina presencia destinada de sus últimos años: "La dedicatoria de un libro es un acto mágico. También cabría definirla como el modo más grato y más sensible de pronunciar un nombre. Yo pronuncio ahora su nombre, María Kodama". A continuación se ubica el prólogo, donde define su arte verseado en una sola frase: "Mi suerte es lo que suele denominarse poesía intelectual".

    Las religiones le han deparado a Borges una abstracta materia de estudio, principalmente de tenor ensayístico. El primer poema de este libro dedicado a la andaluza ciudad de Ronda, comienza así: "El Islam, que fue espadas / que desolaron el poniente y la aurora..." y tras larga enumeración continúa: "... es aquí en Ronda, / en la delicada penumbra de mi ceguera, / un cóncavo silencio de patios, / un ocio del jazmín / y un tenue rumor de agua, que conjuraba / memorias del desierto". Y el Islam vuelve mencionado dentro de la segunda entrega –el primer título de esencia absolutamente narrativa– El acto del libro: "¿Acaso es más extraña esta fantasía que la predestinación del Islam que postula un Dios...?". En The Cloisters leemos: "... cuando estaba cerca el Islam". En poemas como España (de El otro, el mismo), El mar (de El oro de los tigres), o De la diversa Andalucía (de Los conjurados), el Islam también está presente. Lo mismo sucede en su anterior obra Historia de la noche con Leones ("... en patios del Islam..."), o en los versos inaugurales de ese volumen, donde aparece la mención islámica en la evocación del incendiario de la Biblioteca de Alejandría: "... yo, aquel Omar que sojuzgó a los persas / y que impone el Islam sobre la tierra / ordeno a mis soldados que destruyan / por el fuego la larga Biblioteca..." (Alejandría, 641 A. D.), y será también este primer poema el que evoque al primer hombre a partir del impulso de su primer verso: "Desde el primer Adán que vio la noche...". Este puntapié inicial repercutió en Las causas ("La frescura del agua en la garganta / de Adán...) y en Adán es tu ceniza ("Adán, el joven padre es tu ceniza."); poemas que, mediante la adánica sangre conductora se relacionan con éstos, presentes en La cifra; el libro que ahora nos ocupa: Beppo, dedicado a su célebre gato blanco (¿De qué Adán anterior al paraíso (...) / somos los hombres un espejo roto?), Al adquirir una enciclopedia ("... aquí el primer Adán y Adán de Bremen..."), Dos formas del insomnio ("... de las auroras que vio Adán..."), La dicha ("El que abraza a una mujer es Adán. La mujer es Eva. / Todo sucede por primera vez."), Infierno, V, 129 ("... desde aquel Adán y su Eva / en el pasto del Paraíso").

    Cuando un tema, o un personaje, se filtra en la inspiración de Borges, resurge cada tanto una y otra vez, hasta instalarse en el recuerdo de sus lectores como un matiz imborrable de su autoría. En el poema Aquél, retoma su relato autobiográfico, en donde se considera como "... un poeta menor del hemisferio / austral". Al igual que en el citado Things that might have been de Historia de la noche, hace referencia a su inexistente paternidad al decir que es "un cuerpo que no deja un hijo...". Luego continúa mencionando sus características en palabras clave como ceguera, vejez, fama, endecasílabos, enciclopedias, Edimburgo, Ginebra, Buenos Aires, Oriente (su espíritu viajero es infatigable), monedas, un reloj de arena... para concluir viéndose como "... alguien que en una tarde igual a tantas otras, / se resigna a estos versos".

    En el poema El hacedor (título homónimo a su poemario de 1960), concluye en que él en realidad no es más que un conjunto de imágenes afines "... que baraja el azar y nombra el tedio. / Con ellas, aunque ciego y quebrantado, / he de labrar el verso incorruptible / y (es mi deber) salvarme". Nótese como con un solo adjetivo: incorruptible, define sin el recurso de la falsa modestia utilizado en otras ocasiones, la opinión que le inspira su obra.

    En Yeastrdays sigue con su línea autorreferencial, y en estos versos: "Soy y no soy. Mi verdadera estirpe / es la voz que aún escucho, de mi padre...", hallamos el eco de este otro pasaje: "... La mojada / tarde me trae la voz, la voz deseada, / de mi padre que vuelve y que no ha muerto." (La lluvia, de El hacedor).

    El único soneto de La cifra es El ápice, en donde no hay salida ante la fugacidad que nos consume, y en donde la advertencia incluye hasta los sagrados emblemas de dos religiones: "... No te salva la agonía / de Jesús o de Sócrates ni el fuerte / Siddharta de oro que aceptó la muerte / en un jardín, al declinar el día. / Polvo también es la palabra escrita / por tu mano o el verbo pronunciado / por tu boca...". La conclusión es tan drástica como desconcertante: "Tu materia es el tiempo, el incesante / tiempo. Eres cada solitario instante". Por un lado todo nos lleva a prever que el mensaje final nos dejará al borde de la desaparición instantánea, ya que nada podrá salvarnos; pero si en vez de ser una pequeña suma de parcialidades somos la faceta incesante del Tiempo (cada uno de sus instantes), estaremos fundidos en una tergiversación entre lo fugaz y lo eterno.

    En un poema dedicado a El sueño, pese a no estar desubicada, resulta audaz el empleo de la palabra pastilla; la píldora que curiosamente puede "borrar el cosmos y erigir el caos".

    En Epílogo se alza un tributo a la amistad que desde joven unió a Jorge Luis con el escritor Francisco Luis Bernárdez (1900 – 1978): "Ya cumplida la cifra de los pasos / que te fue dado andar sobre la tierra, / digo que has muerto. Yo también he muerto". Toda vida puede sintetizarse en cifras; los tiempos, las acciones, son numéricas; felizmente ignoramos el estado de esa contabilidad vital que nos encripta, pero reflexionando solemos estimar una somera proximidad indeseada. Su supiésemos que hasta nuestros pasos ya están contados, mucho más valoraríamos cada uno de los que de allí en más emprenderíamos. Concluye el homenaje: "Francisco Luis, del estudioso libro, / ojalá compartieras esta vana / tarde conmigo, inexplicablemente, / y me ayudaras a limar los versos".

    Es La cifra (la última entrega poética de La cifra, y en cuyo interior no se menciona la palabra cifra), el broche perfecto de la idea recién expuesta: "No volverás a ver a la clara luna. / Has agotado ya la inalterable / suma de veces que te da el destino. / (...) "Vivimos descubriendo y olvidando / esa dulce costumbre de la noche. / Hay que mirarla bien, puede ser la última".

    Curiosamente hay un verso en común entre estos dos temas: La prueba y Elegía. El primero comienza: "Del otro lado de la puerta un hombre / deja caer su corrupción...". El segundo concluye: "Del otro lado de la puerta un hombre / hecho de soledad, de amor, de tiempo, / acaba de llorar en Buenos Aires / todas las cosas".

    Otra relación es la que Borges señala en la nota de El tercer hombre: "Esta página, cuyo tema son los secretos vínculos que unen a todos los seres del mundo, es fundamentalmente igual a la que se llama El bastón de laca". En ese poema dirige su atención "al tercer hombre que se cruzó" con él "antenoche (...) nunca sabré su nombre (...) / Sé que ha mirado lentamente la luna (...) / He ejecutado un acto irreparable, / he establecido un vínculo...". La historia de El bastón de laca, en cambio, evidencia la conexión entre el escritor y "el artesano que trabajó el bambú y lo dobló para que mi mano derecha pudiera calzar bien en el puño. / No sé si vive aún o ha muerto (...) / Algo sin embargo nos ata (...) / No es imposible que el universo necesite este vínculo".

    Otros tramos filosóficos de La cifra se dan en el Anverso y Reverso de Poema, con su curioso modo de meterse en el afuera y el adentro de los sueños. El olvido se va evaporando de la realidad del recién despertado; el mismo que mientras dormía era otro; no quizás por haber variado su esencia, sino por sus distintas circunstancias existenciales. Por ello, "Recordar a quien duerme / es imponer a otro la interminable / prisión del universo / de su tiempo (...) / Es revelarle que es alguien o algo / que está sujeto a un nombre que lo publica / y a un cúmulo de ayeres...". Más adelante llega el poema El sueño, en donde "La noche quiere que esta noche olvides / tu nombre, tus mayores y tu sangre...", y más atrás Descartes y su mundo es el núcleo expansible del sueño del "único hombre en la Tierra".

    Uno de los títulos que se lee con mayor intriga es Eclesiastés I, 9, y hace referencia al siguiente pasaje bíblico: "Lo que ha sido, eso mismo será. Y lo que se ha hecho, eso mismo se hará; y no hay nada nuevo debajo del sol". Vayamos a algunos versos que mejor nos ilustren esta idea: "No puedo ejecutar un acto nuevo, / tejo y torno a tejer la misma fábula, / repito un repetido endecasílabo, / digo lo que otros me dijeron...". Borges aclara en la nota de este poema: "En el versículo de referencia algunos han visto una alusión al tiempo circular de los pitagóricos. Creo que tal concepto es del todo ajeno a los hábitos del pensamiento hebreo".

    En Buenos Aires, cuando un conglomerado de recuerdos pretéritos nos hace añorar más allá de nuestra extemporaneidad, este verso nos instala en una reflexión impactante: "Sé que los únicos paraísos no vedados al hombre son los paraísos perdidos...". Esa mirada interna hacia la ciudad del pasado, vuelve a reiterarse al inicio de La fama: "Haber visto crecer a Buenos Aires, crecer y declinar. / Recordar el patio de tierra y la parra, el zaguán y el aljibe...". Pareciera que pese a los años transcurridos la misma lírica de Fervor de Buenos Aires continuase indemne.

    Desde luego, más temas vivifican las hojas de este poemario: la catedral de Chartres y la catedral tipográfica de Schiavo, la rosa verdadera que Blake ha inspirado, La trama universal, el romance en el infierno dantesco, lo que las aguas del Rhin nos dejan y nos llevan como el tiempo, la sencilla predisposición de Los justos (los garantes del buen mundo), el ángel guardián, el Poeta, que se alimenta "de todas las cosas", Juan Muraña hecho milonga tras su canto de vida silenciado en la muerte, el espía espiando su conciencia, el degollador que a diario degüella sus rústicos días, las antiguas cosas que un beso reanima, diecisiete haikus extendiendo sus brevedades, la aislada idiosincrasia de Inglaterra, la cultura oriental que el occidental precisa, en fin; una serie de particularidades que también conforman la cifra de un infinito que en realidad no existe.


    XIII – LOS CONJURADOS


    El último libro de versos que el ingenio de Borges alumbró es Los conjurados (1985, Alianza Editorial); obra siempre dispuesta, como las anteriores, a ser circular fuente de otros libros de tiempos dispares. Los conjurados cuenta con veintinueve poemas y diez breves narraciones aventándose como un abanico de mágicas cartas. Una docena de esas poesías se ciñen a la presión del soneto, y otra particularidad presente en este volumen radica en que tanto Piedras y Chile, como Un lobo, César y Midgarthormr, ya habían sido publicados el año anterior dentro del libro Atlas (24).

    Un párrafo hay que apartar para La trama (25); esos versos así llamados del mismo modo que aquellos otros de La cifra. Iguales en el título y similares en el contenido. Una selección de aconteceres y cosas. Leemos La trama en Los conjurados: "No hay una sola de estas cosas perdidas que no proyecte ahora una larga sombra y que no determine lo que haces hoy o lo que harás mañana". Leemos en La cifra sobre La trama: "Es el gran árbol de las causas / y de los ramificados efectos (...) / El universo es uno de sus nombres. / Nadie lo ha visto nunca / y ningún hombre puede ver otra cosa". En 1982 encontraremos más fragmentos de esa trama inconmensurable (la misma que secretamente incluye además estas frases que trazo para unirlas a la trama de quien las lea): "Un cúmulo de polvo (...) / Es una parte ínfima de la trama que llamamos la historia universal o el proceso cósmico. (...) / Tal vez... no sea menos útil para la trama que las naves que cargan un imperio o que la fragancia del nardo".

    Llamativo resulta que esta vez el poeta no haya recurrido al especial encanto de la rosa, como tantas veces lo ha hecho en anteriores libros (La rosa profunda, entre ellos) y en estos pasadizos del que nos ocupa: "... la rosa (...) ha soñado que a lo largo de los veranos, o en un cielo anterior a los veranos, hay una sola rosa..." (Alguien sueña), "... Incesantemente / la rosa se convierte en otra rosa..." (Nubes I), "Quiero volver a las cosas comunes: / el agua, el pan, un cántaro, unas rosas..." (Góngora), "Tal vez en la tiniebla una espada, / acaso hubo una rosa..." (Piedras y Chile).

    Otra preponderancia de Los conjurados es el río sagrado y corriente: "Las aguas que no saben que son el Ganges..." (La trama), "... junto al perpetuo Támesis, / que fluye como fluye ese otro río, / el tenue tiempo elemental" (Reliquias), "Somos el río y somos aquel río que se mira en el río..." (Son los ríos), "... a orillas de tu Ródano, que fluye fatalmente como si fuera ese otro y más antiguo Ródano, el Tiempo..." (Elegía), "Somos el tiempo, el río indivisible..." (Elogio de un parque), "Ha soñado el Ganges y el Támesis, que son nombres del agua..." (Alguien sueña), "... va dejando sus rastros en la margen / de este río sin nombre que ha saciado / la sed de su garganta y cuyas aguas / no repiten estrellas..." (Un lobo), "... el río Berna (...) el número preciso de veces que verás aquel río" (Sueño soñado en Edimburgo), "López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil..." (Juan López y John Ward), "A nuestros pies un vago Rhin o Ródano" (Ceniza), "... Más lejana / que el Ganges me parece la mañana / o la tarde en que fueron" (Piedras y Chile).

    Como metafórico sinónimo de río está el artificial espejo que a su vez tiene en la espada un sosias de filo y reflejo: "... los espejos que copian la ficción de las cosas" (La joven noche), "Son los espejos de esa tarde eterna..." (La tarde), "Ha soñado esos dos curiosos hermanos, el eco y el espejo. Ha soñado el libro, ese espejo que siempre nos revela otra cara. Ha soñado el espejo en que Francisco López Merino y su imagen se vieron por última vez (...) Ha soñado la vida de los espejos." (Alguien sueña), "... la vigilia / del incesante espejo, repitiendo / cada expresión / de cada rostro humano..." (Elegía de un parque), "... El reflejo / de tu cara ya es otro en el espejo..." (Nubes I), "... el cristal de un espejo que te aguarda..." (Haydé Lange), "No lo asombró ver su cara / repetida en el espejo..." (Milonga del infiel).

    El rastro de las espadas; esas que sus mayores empuñaron con el mismo ímpetu con que él asió la pluma, acicala estos versos de Los conjurados: "... la conversión de Guthrum por la espada..." (Cristo en la Cruz), "El nombre de la espada de Hengist" (La trama), "En aquel cielo están el pez, la aurora, / la balanza, la espada y la cisterna" (La tarde), "Aníbal es la espada de Melkart (...) hemos condescendido a la espada. Tuya es la espada ahora, romano; la tienes clavada en el pecho" (Fragmentos de una tablilla de barro descifrada por Edmund Bishop en 1867), "Ha soñado la espada, cuyo mejor lugar es el verso" (Alguien sueña), "... de la espada y del mar..." (Sherlock Holmes), "... en la otra estaba la espada..." (El hilo de la fábula), "... No sabía que esa espada... / era el talismán que le fue dado / para alcanzar la página que vive / más allá de la mano que la escribe..." (Enrique Banchs), "... las azules / espadas que partieron de Noruega..." (Haydé Lange), "Tal vez en la tiniebla hubo una espada..." (Piedras y Chile).

    Siguen en procesión por las páginas de este libro leves rastros de curiosidades que, pudiendo en general pasar desapercibidas, poseen cierta atracción capaz de detener las miradas atentas a las sobrias señales que Borges ha deslizado de una vez y para siempre:

    - La crucifixión de Cristo; extensamente reflexionada y sentida en el primer poema, impacta con tanta intensidad que reaparece en el segundo: "Fue en Israel cuando la loba clavó en la cruz la carne de Cristo..." (Doomsday). Del mismo modo, el tercer poema, César, repercute en el cuarto: "El alivio que habrá sentido César en la mañana de Farsalia, al pensar: Hoy es la batalla" (Tríada).

    - El décimo título: Elegía (idéntico al 17º de La cifra y al 25º de La rosa profunda) abarca un texto de 1984 que recuerda a uno de sus amigos de juventud, el ginebrino Maurice Abramowicz (1901 – 1981): "Tuyo es ahora, Abramowicz, el singular sabor de la muerte, a nadie negado, que me será ofrecido en esta casa o del otro lado del mar, a orillas de tu Ródano..." (el 14 de junio de 1986 se cumplió su segunda profecía). Este tributo continúa de inmediato en otra prosa que concluye conmovida: "Esta noche me has dicho sin palabras, Abramowicz, que debemos entrar a la muerte como quien entra a una fiesta." (Abramowicz).

    - Encontraremos mencionada la ciudad maya Uxmal (México), dueña de monumentales restos arqueológicos, en Elegía de un parque, La suma y Alguien sueña. Borges la visitó en 1981.

    - En Sherlock Holmes hay tres versos que desentonan con el resto de alejandrinos, por su ruptura de hemistiquios, e incluso por su incomodidad métrica: "... y que muere en cada eclipse de la memoria...", "... su rara suerte discontinua de cosa trunca", "... convalecer en un jardín o mirar la luna".

    - El verso inaugural de la silva El lobo es el mismo que la concluye: "Furtivo y gris en la penumbra última".

    - Retorna plenamente la descripción de su ceguera en On his Blindness: "Al cabo de los años me rodea / una terca neblina luminosa / que reduce las cosas a una cosa / sin forma ni color. Casi una idea".

    - El soneto dedicado al poeta Enrique Banchs (1888 – 1968) (26), el autor de La urna concluye con un elogio resonante: "... nos ha dejado cosas inmortales".

    - En Todos los ayeres, un sueño reaparece el Juan Muraña de la milonga oída en La cifra: "Naderías. El nombre de Muraña, / una mano templando la guitarra...". Juan Muraña también es el título y protagonista de un cuento de El informe de Brodie (27).

    - La Milonga del muerto es un tributo a los soldados argentinos de la guerra en las islas Malvinas: "Lo he soñado mar afuera / en unas islas glaciales. / Que nos digan lo demás / la tumba y los hospitales. // Los sacaron del cuartel, / le pusieron en las manos / las armas y lo mandaron / a morir con sus hermanos. // Su muerte fue una secreta / victoria. Nadie se asombre / de que me dé envidia y pena / el destino de aquel hombre".

    - El último poema del que el libro ha tomado su nombre, es una reseña de índole muy próxima a la prosa, dedicada a la historia fundacional de los cantones suizos: "... El hecho data de 1291. / Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan diversas religiones y que hablan en diversos idiomas (...) / Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades (...) / Los cantones ahora son veintidós. El de Ginebra, el último, es una de mis patrias. / Mañana serán todo el planeta. / Acaso lo que digo no es verdadero; ojalá sea profético." En este punto final se cierra la vasta escritura de Jorge Luis Borges. Profética es su última palabra literaria, animada por un fascinante misticismo que se enlaza con el comienzo del libro: "Cristo en la cruz".


    XIV – COROLARIO


    Borges ha desarrollado un ecosistema literario propio donde cada hábitat se mantiene eficazmente interrelacionado como una sólida red de artificios nacidos de la naturaleza. Cada frase, cada verso con su interminable soplido de posibilidades basadas en sus palabras y en lo que ellas ocultan, conforman una realidad paralela cuya verosimilitud proviene de la personalidad borgeana, probadamente verídica, más allá de sus ribetes de personaje surgido de un fantástico relato de su propia elucubración. Desde la primera línea de Fervor de Buenos Aires hasta la última de Los conjurados, ha proliferado una obra única subdividida en tramos hacedores de la trama. Borges reiteradamente ha dicho que cuando se disponía a crear una obra, sabía cuál sería su comienzo y cuál su fin; el medio conector de esos extremos luego iría emergiendo durante el ejercicio literario. El cálido principio de su vida ha sido en Buenos Aires, así como el afligido término acaeció en Ginebra, donde hizo el prólogo de su último libro, de directa connotación helvética. Fue su destino el gran autor que le marcó ciertos hechos primordiales, como esos extremos unidos por el rumbo existencial de su libre albedrío.

    Su espejo poético nos ofrece visiones de filosóficos matices artísticos. Cada una de sus obras contribuye a acrecentar una unidad que a su vez se suma a una corriente literaria universal, de muy remoto comienzo e impredecible fin.

    De las lecturas, incómodas o plácidas, el tiempo nos deja sensaciones difusas y algunas imágenes contundentes que sintetizan la esencia de un autor en particular, digno de nuestro beneplácito, rechazo o indiferencia. Quien sin apuros y atento se asome a la órbita de Borges, saldrá con la convicción de que su literatura posee una originalidad que lo sostiene desde una base filosófica concentrada en los reiterados “talismanes” que lo han elegido como a un natural representante.

    Como despedida de esta reseña, poco dificultoso nos resultaría visualizar bajo una noche bañada de luna, un río rodeando un bifurcado laberinto de espejos y libros con suelo de arena, custodiado en su par de accesos por un tigre dorado y dos espadas en cruz. En el centro, desde arriba bien puede observarse al poeta empuñando su bastón, sentado frente a un tablero de ajedrez con sus piezas mármol aguardando su destino. Sobre la mesa circular, un reloj de arena va deshaciendo el tiempo, mientras que en el núcleo del tablero (epicentro exacto del laberinto), sólo una mirada ciega es capaz de escudriñar la infinita cosmovisión de un aleph que enseña hasta su propio misterio indescifrable.

    Ariel Carrizo Pacheco


    Notas:

    (1) El ultraísmo se caracterizó por estos puntos señalados por el propio Borges en una nota publicada en 1921 por la revista Nosotros: “1 - Reducción de la lírica a su elemento primordial: la metáfora. 2 - Tachadura de las frases medianeras, los nexos y los adjetivos inútiles. 3 - Abolición de los «trebejos ornamentales», el confesionalismo, la circunstanciación, las prédicas y la nebulosidad rebuscada. 4 - Síntesis de dos o más imágenes en una, que ensancha de ese modo su facultad de sugerencia…” Y para ejemplificar este movimiento, este poema de Borges, publicado en la revista Grecia, 09/1920: “Rusia - La trinchera avanzada es en la estepa un barco al abordaje / con gallardetes de hurras / mediodías estallan en los ojos / Bajo estandartes de silencio pasan las muchedumbres / y el sol crucificado en los ponientes / se pluraliza en la vocinglería / de las torres del Kremlin / El mar vendrá / nadando a esos ejércitos / que envolverán sus torsos / en todas las praderas del continente / En el cuerno salvaje de un arco iris / clamaremos su gesta / bayonetas / que portan en la punta las mañanas”.

    (2) Continúa diciéndonos en estos interesantes apuntes literarios: “Hartos estábamos de la insolencia de palabras y de la musical imprecisión que los poetas del 900 amaron y solicitamos un arte impar y eficaz en que la hermosura fuese innegable como la alacridad que el mes de octubre insta en la carne y en la tierra. Ejercimos la imagen, la sentencia, el epíteto, rápidamente compendioso…” (Prólogo de J. L. Borges al poemario de Nora Lange: La calle de la tarde, Buenos Aires, Ediciones J. Samet, 1925).

    (3) Sobre Norah Borges, talentosísima pintora, nos cuenta su hijo Miguel: “A diferencia de su mediático hermano (Jorge Luis), nunca concedió entrevistas, ni apareció en televisión, ni siquiera una vez apareció en público. Las instituciones oficiales no la reconocieron y los círculos académicos la mantuvieron ajena” (Apuntes de familia. Mis padres, mi tío, mi abuela, de Miguel de Torre Borges, Alberto Casares Editor, Buenos Aires, 2004). En 1977 Norah ilustró un muy pequeño y casi desconocido compendio poético de su hermano intitulado Adrogué. Así rememoraba el poeta esa plácida localidad bonaerense: “Durante los años de mi infancia pasábamos los veranos en Adrogué, a unos quince o veinte quilómetros al sur de Buenos Aires. Allí teníamos residencia propia: una vasta construcción de una planta, con terrenos, dos cabañas, un molino de viento y un peludo ovejero marrón. Adrogué era entonces un remoto y apacible laberinto de casas de veraneo rodeadas por verjas de hierro, con parques y calles que irradiaban de las muchas plazas. Impregnado por el ubicuo aroma de los eucaliptos”.

    (4) En el camposanto de la Recoleta (considerado por su importancia monumental e histórica uno de los tres cementerios más importantes del mundo) se encuentra el panteón de la familia Borges. De allí lo expresado en el poema: “el lugar de mi ceniza”. Pese a ello, desde hace treinta y dos años sus restos reposan en el cementerio Plainpalais, de Ginebra, la ciudad donde falleció.

    (5) Juan Manuel de Rosas (1793 – 1877): gobernador de la provincia de Buenos Aires entre 1835 y 1852. Militar, controvertido caudillo que estuvo al frente de la Confederación Argentina.

    (6) Cita del libro Borges, de Adolfo Bioy Casares, p. 1038. Grupo Editorial Planeta S.A.I.C., Ediciones Destino S.A., Buenos Aires, octubre de 2006.

    (7) Acevedo es el apellido de la madre de Jorge Luis y Norah (Leonor Fanny, 1901 – 1998): Leonor Rita Acevedo Suárez (1876 – 1975), señora de Jorge Guillermo Borges Haslam (1874 – 1938), abogado y profesor de psicología. Norah en 1928 se casó con el escritor español Guillermo de Torre (1900 – 1971) y tuvieron dos hijos, que actualmente residen en Buenos Aires: Luis Guillermo y Miguel de Torre Borges. Jorge Luis se casó en 1967 con Elsa Astete Millán; tres años después se separaron. En 1986 contrajo enlace con María Kodama.

    (8) Jorge Luis Borges fue director de la Biblioteca Nacional argentina, entre 1955 y 1973.

    (9) Estas mismas palabras (escritas en 1960) fueron incluidas también como introducción en ediciones posteriores de Leopoldo Lugones; obra ensayística de 1955 que Borges escribió con la colaboración de Berta G. Edelberg.

    (10) Borges, op. cit., ps. 711 y 728.

    (11) Francisco Narciso de Laprida (1786 – 1829), abogado y diputado sanjuanino que presidió el Congreso de Tucumán donde fue declarada la independencia argentina, el 9 de julio de 1816.

    (12) Este texto, El puñal, ya había sido incluido por Borges en su libro de ensayos Evaristo Carriego, y (aparte del prólogo) es la única obra prosaica dentro de El otro, el mismo.

    (13) En Tres amigos (letra y música de Enrique Cadícamo) se evoca: “Dónde andarás Pacho Alsina… / Dónde andarás Balmaceda… / Yo los espero en la esquina / de Suárez y Necochea…”. Y la calle Suárez es la que le rinde homenaje a un bisabuelo de Borges, el Cnel. Manuel Isidoro Suárez (1799 – 1846); héroe de la batalla de Junín.

    (14) Borges, op. cit., p. 481.

    (15) Entrevista de 1979 realizada por Antonio Carrizo en su programa radial La vida y el canto, y transcripta en el libro Borges, el memorioso (Fondo de Cultura Económica, 1982).

    (16) Borges, op. cit., p. 1279.

    (17) Cita de la entrevista que César Fernández Moreno le realizó a Borges el 26/12/1966 para la revista Mundo Nuevo Nº 18, publicada en París en diciembre de 1967.

    (18) Borges, op. cit., p. 1492.

    (19) Entre los antepasados directos que Borges y Mujica Lainez tenían en común, se encuentra Don Juan de Garay, fundador de Buenos en 1580.

    (20) Borges entrevistado por Mario Goloboff el 17 de agosto de 1983 (primera publicación: 15/08/1999, diario Clarín, Buenos Aires).

    (21) La memoria de Shakespeare, de Jorge Luis Borges, 1983.

    (22) En la reseña Enrique González Tuñón: El alma de las cosas inanimadas, publicada en el Nº 7 de la revista Síntesis (Buenos Aires 12/1927), Borges adjetiva a Cadícamo (1900 – 1999) y a Contursi (1888 – 1932) como talmudistas.

    (23) Op. cit. – Entrevista publicada en Clarín.

    (24) Atlas, un libro de viajes en colaboración con María Kodama. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1984.

    (25) La trama es también el título de un relato breve de El hacedor.

    (26) Sobre Banchs, Borges también ha escrito: “La urna es un libro contemporáneo, un libro nuevo. Un libro eterno, mejor dicho, si nos atrevemos a pronunciar esa portentosa o hueca palabra. Sus dos virtudes esenciales son la limpidez y el temblor, no la invención escandalosa ni el experimento cargado de porvenir. Un libro cuyo valor fundamental es la perfección puede ser menos comentado que un libro que muestra los estigmas de la aventura o del mero desorden… / La urna ha carecido, asimismo, del prestigio guerrero de las polémicas. Enrique Banchs ha sido comparado a Virgilio. Nada más agradable para un poeta; nada, también, menos estimulante para su público (…) / Tal vez no quiere fatigar el tiempo con su nombre y su fama. Tal vez –y ésta será la última solución que propongo al lector– su propia destreza le hace desdeñar la literatura como un juego demasiado fácil. / Es grato imaginar a Enrique Banchs atravesando los días de Buenos Aires, viviendo una cambiante realidad que él sabría definir y no define: hechicero feliz que ha renunciado al ejercicio de su magia.” (Enrique Banchs ha cumplido este año sus bodas de plata con el silencio, revista El Hogar, 25-12-1936).

    (27) El informe de Brodie, de Jorge Luis Borges, Emecé, Buenos Aires, 1970.


    (Ensayo publicado en la edición Nº 4 de la Revista ECO Y LATIDO, 2018).
     
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    Última modificación: 23 de Abril de 2022

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