Juicio nulo

“Indefensión”,
se escuchó desde
algún lugar
no determinado.
“Casación,
juicio nulo”.

La voz
del errante de Ítaca
convocó ipso facto
a la corte de los dioses,
quienes apenas percatándose
de la estridencia del momento,
se encontraron nuevamente
ocupando sus curules juzgadoras.

El errante habló otra vez,
con voz tan grave
que perpendicularizó el espacio:
“Los dioses,
en su sed de condenar humanos,
han inobservado las reglas
rectoras desde antiguo:
Prohibido juzgar
sin defensa,
derecho único irrenunciable;
en nombre del condenado apelo
y asumo su defensa”.

De pronto el condenado,
traído por portentos superiores,
ocupaba la silla del acusado.

Los dioses murmuraron,
se armó el barullo,
brincando entre miradas
de desconcierto.

Y el errante habló,
dirigiéndose al dios
que se sentaba más alto,
ese mismo que le había condenado
tantos siglos atrás:
”Resuelve, supremo,
que eso te toca”.

El dios cuyo nombre
inicia con la última de las letras,
no podía esconder
la ira desbordada,
ante la insolencia de aquel humano
que abogaba por otro;
su rostro ardía como la hoguera
y sus ojos decapitaban
cuanto observaba.

Aún así,
ese dios encolerizado
abrió su boca,
y su voz
se quebró sin disimulo:
“Razón goza el apelante,
juicio nulo,
formúlense de nuevo los cargos,
téngase por apersonada la defensa”.

- G. Arroyo, 14/Agosto/2011 -