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La abjuración imposible

Tema en 'Poemas sociopolíticos y humanitarios' comenzado por carlos lopez dzur, 13 de Diciembre de 2008. Respuestas: 2 | Visitas: 914

  1. carlos lopez dzur

    carlos lopez dzur Poeta que considera el portal su segunda casa

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    a José María Heredia (1803-1839)

    Cuando se diga inmigrante, que se piense
    en tí, José María. Con ese pensamiento
    me conmuevo. Con la imagen tuya
    y tus metáforas de vida, intensas
    y caudalosas como El Niágara.
    La amnistía no destruye lo que eres.
    La abjuración no existe. Acaso es un recurso
    que te regresa con el vigor de más amor
    y fervor por la patria. Nostalgia.

    No es sólo viajar lo que cambia la vista
    del paisaje, no. El mundo inicial se lleva
    dentro; se afianza en la memoria
    como equipaje querido, necesario,
    como raíz de sangre y alimento.

    Y dijeron que regresas porque abjuras
    y tiras a la jodida los motores: ideales.
    Te neutralizará con su poder, según los regidores,
    un pacto mendaz, que tu firma refrenda.
    Eso creen falsamente. Que te desarman
    y acallantan, con ello, tu labor emancipante.
    No entienden que, aún en reposo, educas.
    Nunca está desarmada tu palabra.

    Que autoricen la amnistía no es sujetarte a silencio.
    Simplemente, regresas a la patria, santiaguino
    aunque no haya regreso ni abjuración ni nada.
    Ha sucedido, sin embargo, que tomas un respiro
    y descansas. Un alto de viajero, José María.
    Un alto que no es abjuración. Ya es imposible.
    Tu sola sombra es combate. Tu presencia
    tarde o temprano, inspira, enardece.

    ¡Qué error cometen! quienes no saben
    qué es nostalgia ni qué es lucha y exilio.
    ¡Qué miopía para no saberte
    el inmigrante que besa su destino
    como rayo de sol, siempre alumbrante!
    como digno ejecutor de ministerios.

    No me imagino que se abjura del modo
    en que dijeran, no que vendas tu paso
    por cinco naciones del planeta
    siendo que en todas estuvo el sentir
    del combatiente, precozmente
    activo, despejado, maduro...

    Tu abjuración no existe, bien lo dijo
    Martí, que te llama José del Alma.
    O es la ausencia suya, ¿menos valiosa
    que la tuya? ¿O es Bolívar, menos edificante?

    Pocos niños nacen con tanta luz
    y, desde los 8 años, tienes la edad
    de la cubanidad naciente.
    Con ese pensamiento me conmuevo
    cuando estoy con nostalgia y encuentro
    nombres para tu ausencia y tu regreso.

    Imagino tu paso por Santo Domingo,
    luego la tutela del canónigo Correa
    y de tu primo Caro. Te imagino sin tu parentela;
    a veces amistoso, a veces añorante y tierno.
    Pocos niños, a los trece años, descollan
    en latín, traducen a Horacio, conversan
    en francés y escriben versos con modelos
    clásicos; pocos, Martí también fue uno,
    tu tocayo; gentes hay que anticipan pensamientos
    con que llenan cuadernos manuscritos
    y forman hitos históricos y suman
    hemisferios, estrellas, universos.

    Cuando se diga inmigrante, estés en Venezuela,
    o México, patria adoptiva, Boston o La Florida,
    Santiago o Pensacola, recordaré
    a tu padre liberal, y tu visión ante el Teocalli
    de Cholula y el compromiso de ingreso
    desde las Milicias Nacionales de Matanzas
    a la Conspiración Soles y Rayos;
    el Caballero Racional que hay en tí
    no abjura del ideal bolivariano, toda
    la América Libre, de Cuba al Sur,
    de México a Caracas. No olvido ésto.
    Con ese pensamiento me conmuevo.

    Pocos jóvenes son así, comprometidos.
    En estos días de erranza, son contados
    los viajeros con ambición crecida, ideal
    para lo bueno. Estudiosos, como tú,
    José María, flor de apóstol, flor de rayo
    y soles de Santiago, pocos y selectos.

    De regreso a México, me entero,
    que traduces a Scott, a Moore,
    Tyler, Ducis, Chenier, Alfieri, Voltaire;
    tú, voz de mútiples acentos, políglota,
    viajero, siempre alerta, apasionado.

    ¿Y quién, cuando has sido perseguido,
    y arriesgado todo, podrá decirte,
    abjura, véndete, sólo porque te aflige
    la nostalgia de Cuba, de repente?

    No, tú no abjuras en rigor. Sólo descansas
    un momento porque el cansancio es intenso
    y necesitas un poco de amor y en Cuba
    te amarán los que siempre te han amado.
    Regresa, José María. Tú dí cualquier
    palabra. Dí un lugar común del viajero cansado:
    «Hoy necesito un descanso».
    Mañana... ya veremos.

    02-03-1985 / Indice: EHE

    _____

    José María Heredia es, como poeta, uno de los precursores del Romanticismo literario en América. Vivió en Santo Domingo, Cuba, Caracas (Venezuela), México, España y tres o cuatro ciudades de los EE.UU.. Se consideraba cubano, de padres liberales, y participó en una conspiración boliviariano, Soles y Rayos para independizar a Cuba. Mientras vivió en México apoyó el liberalismo y la lucha independentista. El poema lo inspira un momento en que la nostalgia por volver a Cuba, después de mucha ausencia, lo tienta al firmar una abjuración a sus ideas separatistas y liberales. De hecho, firmar esa petición de amnistía, no comprometía su pluma porque siguió su obra poética sin claudicar, aunque no ya tan intensamente periodística; circunstancialmente, murió antes de surgir una fuerte ola de resistencia anticolonial que no brotará hasta 1868, con el Grito de Yara, y unas abortadas rebeliones de Narciso López.
     
    #1
    Última modificación: 14 de Diciembre de 2008
  2. Tuti

    Tuti Poeta veterano en el portal

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    Gracias Carlos por despertar mi curiosidad literaria e histórica por un personaje del que no sabía absolutamente nada...me gustaría que me recomendases una buena biografía sobre él.

    Un gran abrazo desde este desconocimiento por un personaje que hoy descubro interesante en tus palabras hechas poesía.!
     
    #2
  3. carlos lopez dzur

    carlos lopez dzur Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Gracias, Tuti, por leer mi poema. Sin duda, te gustará leer la obra completa de Heredia (primo de un poeta francés del mismo nombre). Pero el cubano es el que murió a los 35 años en 1839. Conozco toda la poesía de Heredia por una edición reciente de Leonardo Padura Fuentes, titulada «José María Heredia: La Patria Y La Vida» (Ediiciones Unión, 2003); creo que Amazon y otras librerías virtuales la tienen; la colección más completa sobre él es la de María Lacoste que publicó en La Habana en 1938 «Poesías, discursos y cartas de José María Heredia». Sólo he podido consultarla en la Biblioteca. Es una edición muy vieja y no se presta.

    Heredia es un poeta muy estudiado en México y los EE.UU. en universidades de los EE.UU.. De hecho tiene una placa, con su rostro en metal, en una roca de las Cataratas del Niágara y muchos poetas gringos le han traducido ese poema.

    Manuel García Garófalo Mesa tiene un trabajo sobre la «Vida de JMH en México» y Ellijah Clarence Hills y Julio del Toro han publicado artículos académicos sobre la vida de Heredia en los EE.UU.


    NIÁGARA

    Templad mi lira, dádmela, que siento
    En mi alma estremecida y agitada
    Arder la inspiración. ¡Oh! ¡cuánto tiempo
    En tinieblas pasó, sin que mi frente
    Brillase con su luz...! Niágara undoso,
    Tu sublime terror sólo podría
    Tornarme el don divino, que ensañada
    Me robó del dolor la mano impía.
    Torrente prodigioso, calma, calla
    Tu trueno aterrador: disipa un tanto
    Las tinieblas que en torno te circundan;
    Déjame contemplar tu faz serena,
    Y de entusiasmo ardiente mi alma llena.
    Yo digno soy de contemplarte: siempre
    Lo común y mezquino desdeñando,
    Ansié por lo terrífico y sublime.
    Al despeñarse el huracán furioso,
    Al retumbar sobre mi frente el rayo,
    Palpitando gocé: vi al Oceano,
    Azotado por austro proceloso,
    Combatir mi bajel, y ante mis plantas
    Vórtice hirviente abrir, y amé el peligro.
    Mas del mar la fiereza
    En mi alma no produjo
    La profunda impresión que tu grandeza.
    Sereno corres, majestuoso; y luego
    En ásperos peñascos quebrantado,
    Te abalanzas violento, arrebatado,
    Como el destino irresistible y ciego.
    ¿Qué voz humana describir podría
    De la sirte rugiente
    La aterradora faz? El alma mía
    En vago pensamiento se confunde
    Al mirar esa férvida corriente,
    Que en vano quiere la turbada vista
    En su vuelo seguir al borde oscuro
    Del precipicio altísimo: mil olas,
    Cual pensamiento rápidas pasando,
    Chocan, y se enfurecen,
    Y otras mil y otras mil ya las alcanzan,
    Y entre espuma y fragor desaparecen.
    ¡Ved! ¡llegan, saltan! El abismo horrendo
    Devora los torrentes despeñados:
    Crúzanse en él mil iris, y asordados
    Vuelven los bosques el fragor tremendo.
    En las rígidas peñas
    Rómpese el agua: vaporosa nube
    Con elástica fuerza
    Llena el abismo en torbellino, sube,
    Gira en torno, y al éter
    Luminosa pirámide levanta,
    Y por sobre los montes que le cercan
    Al solitario cazador espanta.
    Mas ¿qué en ti busca mi anhelante vista
    Con inútil afán? ¿Por qué no miro
    Alrededor de tu caverna inmensa
    Las palmas ¡ay! las palmas deliciosas,
    Que en las llanuras de mi ardiente patria
    Nacen del sol a la sonrisa, y crecen,
    Y al soplo de las brisas del Océano,
    Bajo un cielo purísimo se mecen?
    Este recuerdo a mi pesar me viene...
    Nada ¡oh Niágara! falta a tu destino,
    Ni otra corona que el agreste pino
    A tu terrible majestad conviene.
    La palma, y mirto, y delicada rosa,
    Muelle placer inspiren y ocio blando
    En frívolo jardín: a ti la suerte
    Guardó más digno objeto, más sublime.
    El alma libre, generosa, fuerte,
    Viene, te ve, se asombra,
    El mezquino deleite menosprecia,
    Y aun se siente elevar cuando te nombra.
    ¡Omnipotente Dios! En otros climas
    Vi monstruos execrables,
    Blasfemando tu nombre sacrosanto,
    Sembrar error y fanatismo impío,
    Los campos inundar en sangre y llanto,
    De hermanos atizar la infanda guerra,
    Y desolar frenéticos la tierra.
    Vilos, y el pecho se inflamó a su vista
    En grave indignación. Por otra parte
    Vi mentidos filósofos, que osaban
    Escrutar tus misterios, ultrajarte,
    Y de impiedad al lamentable abismo
    A los míseros hombres arrastraban.
    Por eso te buscó mi débil mente
    En la sublime soledad: ahora
    Entera se abre a ti; tu mano siente
    En esta inmensidad que me circunda,
    Y tu profunda voz hiere mi seno
    De este raudal en el eterno trueno.
    ¡Asombroso torrente!
    ¡Cómo tu vista el ánimo enajena,
    Y de terror y admiración me llena!
    ¿Dó tu origen está? ¿Quién fertiliza
    Por tantos siglos tu inexhausta fuente?
    ¿Qué poderosa mano
    Hace que al recibirte
    No rebose en la tierra el Oceano?
    Abrió el Señor su mano omnipotente;
    Cubrió tu faz de nubes agitadas,
    Dio su voz a tus aguas despeñadas,
    Y ornó con su arco tu terrible frente.
    ¡Ciego, profundo, infatigable corres,
    Como el torrente oscuro de los siglos
    En insondable eternidad...! ¡Al hombre
    Huyen así las ilusiones gratas,
    Los florecientes días,
    Y despierta al dolor...! ¡Ay! agostada
    Yace mi juventud; mi faz, marchita;
    Y la profunda pena que me agita
    Ruga mi frente, de dolor nublada.
    Nunca tanto sentí como este día
    Mi soledad y mísero abandono
    y lamentable desamor... ¿Podría
    En edad borrascosa
    Sin amor ser feliz? ¡Oh! ¡si una hermosa
    Mi cariño fijase,
    Y de este abismo al borde turbulento
    Mi vago pensamiento
    Y ardiente admiración acompañase!
    ¡Cómo gozara, viéndola cubrirse
    De leve palidez, y ser más bella
    En su dulce terror, y sonreírse
    Al sostenerla mis amantes brazos...!
    ¡Delirios de virtud...! ¡Ay! ¡Desterrado,
    Sin patria, sin amores,
    Sólo miro ante mí llanto y dolores!
    ¡Niágara poderoso!
    ¡Adiós! ¡adiós! Dentro de pocos años
    Ya devorado habrá la tumba fría
    A tu débil cantor. ¡Duren mis versos
    Cual tu gloria inmortal! ¡Pueda piadoso
    Viéndote algún viajero,
    Dar un suspiro a la memoria mía!
    Y al abismarse Febo en occidente,
    Feliz yo vuele do el Señor me llama,
    Y al escuchar los ecos de mi fama,
    Alce en las nubes la radiosa frente.

    Aquí el poema «El Niágara» de José M. Heredia y Heredia.

    http://www.los-poetas.com/c/here1.htm

    [​IMG]
     
    #3
    Última modificación: 14 de Diciembre de 2008

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