La alemana. Último capítulo.

Ese día no se estaba diferenciando en absoluto de ninguno de los tres anteriores. Había realizado las higienes de un par de pacientes en el hospital y les había servido sus dosis de pastillas de nuevo. No me sentía bien. Había tomado sopa y cerveza fría, lo que hacía que el estómago estuviera matándome desde el almuerzo.

Al entrar en la habitación, lo vi todo. El cuerpo de clara se ubicaba sobre la cama empapada de sangre goteante a través del colchón.

De la jeringa de 20, casi vacía, que descansaba en el suelo, portando una sustancia blanca, deducí que la causa del espectáculo nacía de las intensas ganas de Clara por probar el efecto del propofol. La jeringa se desenganchó de la vía, que ella misma se había cogido en el brazo izquierdo, permitiendo así la salida a chorro de sus fluídos hemáticos.

El efecto del propofol le impidió despertarse, y siguió perdiendo sangre hasta lucir ese espantoso tono violeta que le invadía el cuerpo entero. Ya no sale más líquido de la vía, así que en su vasos no queda ni una gota ya de nada.

Al darme cuenta que los líquidos recubrían el cuarto, me quité los zapatos manchados de mis pies y los tiré a la lavadora. Luego abrí la nevera, cogí la última cerveza que nos quedaba y me senté en el sofá, como cada día después del curro. Encima de la mesa, había un montón de material médico. Distinguí debajo de unos papeles una batea y empecé a llenarla con todo el material necesario para cogerme una vía.


Fin