La anécdota de las ventanas

Se abrieron por primera vez las ventanas,
y desde afuera asomó el rostro de una mujer, anciana ella,
y notando que eran unas muy tristes ventanas,
me dio el consejo de que nunca más volviera a preguntarme
el porqué de mis circunstancias;
tan solo agarre, me dijo, y en adelante pregúntese usted para qué.

Se abrieron por segunda vez las ventanas,
y desde afuera asomó el rostro de una mujer, madura ella,
y notando que eran unas muy tristes ventanas,
me recetó una palabra, según ella, mágica,
para que te invocara a mi lado cuantas veces pueda al día.
Agarre, me dijo, y hasta el día en que ella vuelva repita usted de este modo,
tanto al levantarse, antes de que lo gane el desgano,
como al ir por el camino, antes de que se le cruce el recuerdo,
y al volver agotado a casa, antes de acostarse y creer que la noche será interminable.

Entonces se cerraron las ventanas y volvieron a abrirse por tercera vez,
y desde afuera asomó el rostro de una mujer, moza ella,
y notando que eran unas muy tristes ventanas,
me entregó su vida entera,
con toda la belleza y el amor de que era dueña.

Y se abrieron por tercera vez las ventanas,
y desde afuera asomó el rostro de la realidad, eterna ella,
y notando que eran unas muy alegres ventanas,
me fue devolviendo el recuerdo de tu rostro,
mientras desesperándose mis labios te invocaban,
balbuceando una extraña palabra,
y unas cada vez más tristes ventanas parecían preguntarse
el porqué de todo.