La badila

Cuelga la badila inerte

a su clavo asida,

sin esperanza apenas

de que un fuego la abrase,

sin que unas manos la paseen lentamente

de la copa a la tarima

donde descansaba casi todo el invierno

sutil y plácidamente

acurrucando piernas

bajo la indiscreta “camilla”.

Ahora reluce a la pared pegada

sin que casi nadie

sepa su nombre,

sin que la toquen,

sin que sepan para que sirvió

hace apenas cincuenta años.

A mi me da pena Ella,

que no tenga memoria,

que sea como una sombra de árbol

que dio placer,

que solo tenga recuerdos en otros,

que su corazón,

de metal helado,

tenga un alma pequeña,

olvidadiza.

Que mantenga sus recuerdos

en las ascuas metida.

Que el alhucema la envuelva a puñados

como cuando se bañaba a los niños

y Ella, junto a la copa,

lo presidía.