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La belleza de la imperfección

Tema en 'Prosa: Obra maestra' comenzado por Borge, 9 de Agosto de 2021. Respuestas: 0 | Visitas: 428

  1. Borge

    Borge Poeta recién llegado

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    Hombre
    Había una vez un polo de Lacoste que vivía en un barrio adinerado de Madrid. Era el polo preferido de su dueño. Un par de veces a la semana lo sacaba a pasear por las calles más prestigiosas de la ciudad. La prenda se sentía ufana por ser la favorita, y, las demás prendas, sus compañeras, se sentían celosas de ella.

    Un buen día, la familia que vivía en la casa, decidió mudarse de barrio. El día anterior a la mudanza, el hijo pequeño —el dueño del polo— fue castigado por sus padres a tener que poner la lavadora para tener, para el día siguiente, toda la ropa que se iban a llevar, seca.

    Era un día de verano muy caluroso, y, en aquella hora en concreto, el sol proyectaba todos sus rayos hacia el balcón del muchacho. Tres horas después, aquel, viendo que la ropa estaba ya seca, se apresuró a descolgarla para poder doblarla y guardarla en la maleta. Poco a poco iba quitando las pinzas y descolgando las diferentes prendas (camisetas, calzoncillos, calcetines...), pero cuando llegó a un viejo pantalón, pensó: "qué pantalón más horrible, ¡qué feo! Tengo muchos más. Ya no lo quiero". De repente, todas las prendas que seguían colgadas, se quedaron petrificadas de lo que escucharon. Pensaban: "¿y si ya no nos quiere más a ninguna de nosotras?". El polo, la prenda más preciada del chico, sabedor de que le tenían en tanta estima, estaba calmado esperando confiado a que su dueño lo cogiese y lo guardase delicadamente en la maleta. Sin embargo, cuando el dueño fue a quitarle las pinzas que le sostenían, se fijó en un detalle: tenía un agujero. Seguramente se lo hizo el día anterior paseando por el parque cuando una rama se le enganchó. ¿Qué pensarían sus amigos al ver que iba con un polo agujereado? Eso no era propio de una persona de su estatus.

    — ¡Pedro, date prisa tenemos que irnos! —Dijo una voz de mujer desde el piso de abajo. "¡Ya voy mamá!" —gritó el chico. Y, dejando colgados a los viejos pantalones y al polo, cerró la puerta del balcón.

    Se hizo el silencio... El polo quedó petrificado… No podía creerlo. Era imposible… “No puede ser” —dijo para sí. “¡Tiene que haber sido una equivocación, un error! Sí…, eso es. Ha sido un error. Mi dueño volverá a por mí. Recordará que se ha olvidado de mí y me recogerá. ¡Soy su preferido!”. El polo volvió a recuperar la sonrisa. En ese momento, el viejo pantalón lo miró y le pregunto:

    — Amigo, ¿estás bien?

    — Perfectamente —dijo el polo.

    — ¿Seguro? —Preguntó el pantalón

    — Sí

    — ¿Eres consciente de la situación?

    — ¿Qué situación? Estoy esperando a que mi dueño vuelva a por mí. ¿Sabes? Nos vamos a mudar de barrio.

    — Entiendo… Tengo una mala noticia amigo mío… No quiero hacerte daño, pero creo que cuanto antes lo sepas será mejor: nuestro dueño no va a volver más.

    — ¡Dilo por ti viejo! —gritó el polo enfadado—, tú ya estás mayor, a ti nadie te quiere, ya no eres útil, pero yo soy joven todavía.

    — Cierto… Hacía mucho tiempo que esperaba este momento… Y es doloroso…, pero sabía que llegaría. A todos nos llega antes o después.

    — Es una lástima por ti viejo, pero todavía no ha llegado mi hora.

    — Entonces… ¿cómo explicas que estemos solos los dos aquí…?

    — ¡Ah! Un despiste, nada más. Pronto Pedro vendrá y me llevará con él.

    El anciano pantalón se quedo pensando: “pobre prenda… Todavía no está preparado para asumir la noticia. No puedo forzarle a entender, tendrá que ver la realidad él mismo…”.

    Pasaron los días…, algunos lluviosos, otros soleados, otros nublados…, y el dueño no volvía. Pronto empezaron a pasar las semanas…

    El anciano pantalón pensó que ahora era el momento de entablar conversación con el polo. La realidad se estaba imponiendo por su propio peso, y, ahora, el polo no tenía más remedio que asumir el doloroso hecho de que le habían abandonado.

    — Amigo —dijo el pantalón— ¿Estás bien?

    — No, no estoy bien. Me siento muy triste —contestó el polo.

    — ¿Por qué?

    — Porque Pedro no vuelve.

    — ¿Sigues manteniendo la esperanza de que volverá?

    — Sí, todavía hay en mí un rayo de esperanza. Pero…, pero…—titubeo el polo— ¿¡por qué me abandonaron!? ¡No lo entiendo! ¡Malditos humanos! ¡Los odio con todo mi ser!

    El polo había pasado de la incredulidad a la rabia.

    — Amigo, tranquilízate. Entiendo tu enfado y tienes todo el derecho del mundo a estar así.

    — Lo odio… Lo odio tanto…

    El polo rompió a llorar.

    — ¿Por qué me abandonó viejo pantalón, por qué?

    — Bueno… por la misma razón por la que me abandonó a mí. Ya no representamos lo mismo para él; yo, por viejo, y tú, por roto.

    — ¿Por roto? ¿Por un agujero? ¿Nuestra amistad por un agujero de nada?

    — ¿Amistad dijiste…? Ejem… Bueno… es duro, pero así es.

    — ¿Y qué haré ahora? ¿¡Quién me querrá!?

    — He oído historias acerca de las prendas cuando su dueño las abandona. Algunas pasan a tener otros dueños, otras, dicen que se reciclan…

    — Pero… si él no me quiso ya nadie más me querrá. ¿No lo entiendes? ¡Nadie me querrá!

    — ¿De dónde sacas eso?

    — ¡Está claro! Este agujero que tengo no gusta. Pero, quizás… si alguien me arreglase…

    El pantalón se quedo pensando…, le gustaba que el polo mantuviese una esperanza de que alguien pudiera volver a elegirle, pero no compartía el hecho de tener que estar perfecto, sin un solo rasguño, porque, al fin y al cabo, él estaba desgastado.

    — ¿Y no crees que alguien pueda aceptarte incluso con ese roto? —dijo el pantalón

    — ¿Quién querría? ¿Quién?

    — Yo creo que sigues siendo una prenda completamente válida —dijo el pantalón—, simplemente tienes tu imperfección como todas las prendas la tienen o la tendrán tarde o temprano.

    — Sí, pero cuando yo salía a pasear con Pedro, todos sus amigos iban perfectamente vestidos, con sus camisa, camisetas y polos inmaculados.

    — Quizás sea el barrio donde estamos, o quizás sea la gente con la que se junta… ¿Nunca viste a personas con ropa vieja, sucia o rota?

    — Sí he visto sí, pero esas prendas… y esa gente… Yo soy una prenda muy cara. ¡Cualquiera no puede llevarme a mí!

    — ¿Pero ves a dónde te lleva esa arrogancia tuya? Tú mismo estás discriminando a los demás cuando a ti no te gusta que te discriminen.

    — Yo solo necesito que me arreglen y entonces volveré a ser feliz. Simplemente necesito que me cosan este horrible agujero.

    — Entiendo, a mí también me gustaría verme más joven, pero eso no depende de nosotros. Quizás te convenga empezar a aceptar que ahora eres así, que el tiempo a todos nos pasa factura y que puedes ser perfectamente válido y bello aún teniendo un agujero. Es más, quizás más bello todavía...

    — ¡No! ¡Me niego! Yo solo quiero que me arreglen y haré todo lo posible para ello.

    Pasaron los días y el joven polo y el viejo pantalón siguieron colgados. Nadie venía a esa casa. El polo estaba completamente desesperado, ¿cómo podría conseguir que le arreglasen si nadie sabía de su existencia?

    Un día cayó una gran tormenta. El viento era tan fuerte que las dos prendas volaban literalmente en el aire. En aquel momento al polo se le ocurrió algo: se balanceó fuertemente para tratar de soltarse de las pinzas. “Pero ¿¡qué haces loco!?”—dijo el pantalón. “¡no pienso quedarme aquí!” —gritó el polo completamente desesperado. Era un acto completamente temerario, pues, a pesar de que una prenda no se daña con la caída, el polo no podría controlar dónde iba a ser esta. En la calle, justo debajo del tendedero, había un contenedor con restos de una obra. ¿Y si caía ahí? Iría directo al vertedero. O, ¿y si caía en la carretera y un coche lo pasaba por encima? Entonces quedaría completamente destrozado.

    El pantalón no estaba de acuerdo con ese acto. Él, a pesar de que estaba en la misma situación, pensaba que tarde o temprano alguien llegaría a esa casa y les donarían. Pasado ya tanto tiempo, y siendo un sabio anciano, asumía por completo que no volvería a vestir a Pedro ni probablemente a nadie de ese lujoso barrio.

    — ¡Detente! —le gritó. ¡Es demasiado arriesgado!

    — ¡Me da igual! ¡Si no puedo vestir a nadie que es para lo que estoy hecho, entonces mejor que me destrocen!

    Un trueno retumbó por toda la calle. La lluvia y el viento golpeaban fuertemente a las prendas.

    — Pero… ¡escúchame! —gritaba el pantalón- ¡Si te destrozan entonces sí que no podrás vestir a nadie! ¡He conocido prendas como tú, con imperfecciones y que pudieron vestir a sus dueños y estos les aceptaron! ¡Todavía tienes mucho que ofrecer!

    En su desesperación el polo seguía moviéndose. Ya había conseguido zafarse de una de las dos pinzas.

    — ¡Nunca nadie me querrá! Gritó el polo.

    — ¡No es cierto, solo tú no te quieres a ti! ¡Escúchame por favor! Sé que has esperado mucho. Han pasado demasiados días para ambos, pero piensa por un momento… ¿Has agotado todas las posibilidades? ¿Crees que merece la pena correr el riesgo de lo que vas a hacer? La espera está siendo dura, pero solo es eso: una espera. Tarde o temprano alguien vendrá y nos recogerá. Dentro de 5, 10, 20 años quizás hayas vivido tantas aventuras que te sorprenderás al recordar lo que estás intentando en este momento.

    El polo dejó de zarandearse. Se quedó pensativo... De repente, rompió a llorar y las mangas cayeron hacia abajo en señal de rendición y abatimiento.

    — Está bien… Ya paro…

    La tormenta cesó. Y se hizo el silencio… Nada más que silencio…

    Volvieron a pasar los días. Algo fue cambiando en el polo. Poco a poco fue aceptando su situación, fue recuperando la esperanza. Los días le eran duros colgado de allí, pero junto con la ayuda del pantalón intentaban darles un sentido. Colgados de la cuerda veían la vida de los vecinos tras los cristales del edificio de enfrente. También veían a la gente pasear por un parque cercano. Ambos se inventaban historias de la gente y de la ropa que llevaban. Además, durante este tiempo, ambos pudieron saber de la vida del otro y pudieron hacerse amigos.

    Después de meses de larga espera, por fin llegaron nuevos inquilinos.

    — ¡Nuevos inquilinos! Gritó el polo. Por fin podremos vestirlos.

    — No te impacientes—dijo el pantalón—. Todavía no sabemos si ellos son para nosotros.

    Los nuevos inquilinos eran una familia: 3 hijos, mujer y marido. Pero no fue ninguno de ellos los que advirtieron de las prendas. Fue, como no, la criada de ellos la que se percató. Sacó las prendas del tendedero y las observó. En seguida percibió que no eran prendas para esa familia. La criada tenía buen corazón, así que decidió donarlas a una ONG…

    Habían pasado ya varios meses desde que aquella mujer donara las prendas a una conocida ONG. El polo y el pantalón estuvieron durante días viviendo en la oscuridad de una caja de cartón y oyendo ruidos y golpes. Finalmente, algo se abrió y la luz del sol recorrió todas sus costuras. Habían llegado a África…

    Junto con otras muchas prendas donadas, fueron llevadas a un poblado, y, dentro de él, a su vez, fueron entregadas a una familia.

    Una niña de unos 8 años abrió la caja. Estuvo trasteando en ella y dijo: “mío” y agarró al polo con todo el entusiasmo del mundo. El dibujo del cocodrilo le hacía mucha gracia. Se quitó la parte de arriba y se vistió con la nueva prenda. El polo estaba impresionado, ¡con qué energía le había cogido su nueva dueña! “Amigo pantalón nos vemos más tarde, ¡espero que tengas suerte con tu nuevo dueño!”— dijo el polo mientras la niña se iba corriendo.

    Pasaron los días y el polo se sentía feliz. La niña le había enseñado el río, las montañas, otros poblados..., lo había lavado en el río con sus propias manos y no en esa dichosa lavadora que tanto odiaba..., y lo que es mejor: allá a donde fuera iba con él.

    Pasó el tiempo y de aquel triste polo no quedó nada prácticamente. Sentía que su lugar era aquel, que allí se le valoraba y quería mucho más. No importaba si estaba roto, sucio u olía mal. Se le quería igual. Sin embargo, a pesar de lo mucho que había avanzado en su propio proceso de aceptación, el polo, aún seguía tenido una espinita clavada: el agujero. Por alguna extraña razón, no terminaba de aceptar esta parte de él. Sin embargo, pronto vería que su defecto era una bendición.

    Un día, estando su portadora caminando por un sendero al borde de un barranco, vio una mariposa revolotear, quiso cogerla entre sus manos, pero el insecto era rápido. Persiguiendo a la mariposa al límite del barranco tropezó con una rama incrustada en la tierra. La niña cayó por el barranco, pero en la caída se golpeó con un saliente que a la vez que la salvó, la dejó inconsciente. Cayó la noche y el poblado estaba preocupado por la niña. El viejo pantalón oyó la conversación de los padres angustiados porque la niña no aparecía. “espero que ambos estén bien”—pensaba para sus adentros... El hermano, el portador del pantalón, fue el último que habló con ella, contó que la había visto dirigiéndose hacia el barranco. Todo el poblado se dirigió hacia allí. Enseguida vieron a la niña inconsciente en el saliente, pero rescatarla no iba a ser tarea fácil: había que bajar a donde ella. “Yo bajaré”—dijo el hermano mayor, dueño del pantalón— Se ató con una cuerda que era sostenida entre varios hombres y lo bajaron a pulso. Llegó hasta a su hermana: “Nasha, despierta. Nos vamos a casa. Despierta.” La niña no despertaba. “tranquilo amigo mío—dijo el pantalón al polo— os sacaremos de aquí”. El chico levantó con fuerza a su hermana y la abrazó contra su cuerpo. Hizo el gesto con la mano para que los subieran, pero la inercia del movimiento de la cuerda hizo que se empotrara contra la pared del barranco clavándose una afilada piedra en su espalda. El chico gritó del dolor y su hermana se le escurrió de sus brazos. La niña empezó a caer lentamente. Todo el mundo miraba la escena aterrada, veían cómo poco a poco la niña iba descendiendo y alejándose del cuerpo de su hermano. Parecía el final... El hermano en un gesto desesperado lanzó su mano para cogerla y.… casualidades de la vida..., sus dedos penetraron a través del agujero del polo. La niña quedó suspendida en el aire agarrada por su hermano. Gracias a Dios, el agujero había posibilitado la sujeción. Ambos fueron subidos. Inmediatamente, la niña fue trasladada en un vehículo junto con su hermano al hospital más cercano, que estaba a unas cuantas horas en coche. Durante el trayecto había empezado a recuperar el conocimiento para la alegría de todos. El polo y el pantalón se miraron. Ambos estaban completamente sucios y rotos.

    — ¿Sabes qué amigo? —dijo el polo.

    — Dime amigo mío —contestó el pantalón.

    — Nunca me alegré tanto como hoy de ser imperfecto. Si no hubiese sido por este “defecto” mío, mi amada niña hubiese muerto. Ya no me importa este agujero, ni mi suciedad, ni vestir a la gente de clase alta; me di cuenta de que los peores juicios estaban en mí, y que si Pedro no me aceptó cuando me rompí es porque solo me quería por lo que representaba para él, pero no me quería por lo que soy. Los que me quieren como soy me aceptan con o sin agujeros, con o sin manchas, con o sin marca de Lacoste. Me alegro de veras de que me rompiese aquel día, porque de no ser por ese agujero nunca me hubiera alejado de la gente que no me conviene y nunca me hubiera acercado a la gente que sí. Pensé que estaba hecho con un propósito que es vestir a hombres adinerados, y pensé que cuando me rompí mi vida no tendría ya sentido, pero curiosamente tiene ahora más sentido que nunca. No estamos hechos para, no estamos determinados, no tenemos destino. Nuestros defectos pueden convertirse en nuestras virtudes.

    El anciano pantalón quedó en silencio sorprendido de la sabiduría de aquel joven polo. Ni él mismo lo hubiese dicho mejor. Desde luego que todo por lo que había pasado había sido una gran lección de vida.

    — Me alegro mucho por ti –dijo el pantalón— creo que esta experiencia te ha hecho madurar y valorar las cosas realmente importantes de la vida. Enhorabuena.

    — Pero todavía me queda algo muy importante que no he dicho.

    — ¿El qué? —dijo el anciano extrañado.

    — Que si no hubiera pasado por todo esto no te hubiese conocido, y si no te hubiese conocido no hubiera aprendido todo lo que he aprendido de ti. Tú has sido mi guía, pero, sobre todo, un leal amigo. Y eso… eso sí que vale oro.
     
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