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La bibliotecaria

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Pedro Olvera, 19 de Enero de 2023. Respuestas: 5 | Visitas: 443

  1. Pedro Olvera

    Pedro Olvera #ElPincheLirismo

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    Trato de recordar su nombre pues algunas (o varias) veces me lo han mencionado, pero solo puedo recordar la impresión que me producían esos ojos suyos debajo de unas gafas absurdas que parecían de utilería de teatro ambulante. Eran unos ojos minúsculos, hundidos en un rostro donde todo era pequeño. Su voz se desprendía de unos labios apretados y desaparecía a los pocos centímetros, se disolvía en el ruido de la calle o en el aletear de una mosca, si me conceden la exageración de tantos años. El recuerdo de la bibliotecaria, tan precario y difuso, apenas vivo, vagamente humano, es tan nítido como si en este momento la tuviera enfrente.

    Era sumamente amable conmigo, aunque en varias ocasiones me echó de la biblioteca. Si yo no atendía las dos primeras y de por sí inaudibles advertencias, ella se colocaba detrás de mis encorvados lomos, y me musitaba cerca del oído: Jovencito, qué pena: es hora de cerrar. Y el zumbido de avispa de su voz estallaba como un petardo dentro de algún paisaje narrativo en mi mente del que me costaba regresar. Empero, de vuelta a la realidad de ese desolado y sombrío templo rural del saber, me ponía en pie, acomodaba los libros consultados en el carrito, y me despedía de la bibliotecaria con una sonrisa apenas trazada sin hostilidad.

    Era ese momento cuando la bibliotecaria se levantaba las gafas sobre la frente y me miraba por un instante: sus ojos acuosos revelaban las horas que había pasado persiguiendo las colas de las líneas hasta amontonar párrafos, capítulos, cantidades ingentes de libros apilados donde su mirada había ardido hasta volverse un ígneo rescoldo. Sí, ella amaba los libros, y por tanto lo sabía. Lo sabía y me lo gritaba con su mirada: Perro astuto, sé que te robas mis libros. Pero no era un reproche, era casi un destello de piadosa dulzura que en nada me hacía sentir culpable por menoscabar al Estado de sus más olvidados tesoros.

    De esto hace ya largo tiempo; ahora quizás lo veo a través del tamiz de los años, de la imposibilidad del retorno que deforma al pasado al recordarlo. Entonces yo escribía sonetos ridículos, e imaginaba que robar libros era algo heroico, tan romántico como rescatar del olvido a un Fitzgerald que no podía competir con la demanda del Álgebra de Baldor o el Diario de Ana Frank; revivir las Hojas de hierba o Las flores del mal que languidecían ante el manido esplendor de Cien años de… O, probablemente, todo era un delirio mío: ella, la insignificante bibliotecaria, nunca imaginó que yo utilizaba mi pila de libretas trucadas para sustraer, uno a uno, los tomos lastimosamente virginales de esa biblioteca de pueblo casi siempre vacía.

    La última vez que la vi fue la primera vez que entablé una conversación real con ella. Había ya tomado mi mochila de los estantes, había guardado en ella mis libretas que ocultaban en su corazón hueco el Pálido fuego, de Nabokov, había agradecido el servicio con mi rictus sonriente, y aguardaba que la bibliotecaria se levantara las gafas y demorará un segundo antes de decir: Vuelva pronto, jovencito. Pero no ocurrió. En cambio, me pidió que aguardara un momento, se esfumó detrás de su escritorio para luego volver arrastrando trabajosamente una caja de cartón repleta de libros.

    Quisiera que me hiciera el favor de llevarse los libros que guste de esta caja, joven. Algunos llevan aquí treinta años y nadie los ha leído. Me han ordenado que seleccione los que tengan hongos, porque son peligrosos para las colecciones, pero todos estos están bien. Todavía pueden salvarse. No recuerdo si en aquel entonces me vinieron estas ganas de llorar, o quizá solo sentí que había recibido una colección de papiros rescatados directamente de la biblioteca de Alejandría. Supongo que solo atiné a preguntar: ¿No los necesitan más? Y ella habría respondido: Nunca lo han hecho.

    Me parece que usted estudia Literatura, ¿o no?, preguntó la bibliotecaria. No me atreví a responderle que no, que yo era un estudiante de Derecho que fingía estudiar Derecho, que al derecho y al torcido lo aborrecía a cabalidad. Solo me encantan los libros, respondí. De buena gana habría yo añadido: y más sin son robados, pero entonces no era un cínico borracho. Y apenas tenía diecinueve años, es decir todos los libros por delante.

    Lléveselos todos si puede, o de a poco en sus vueltas, me recomendó. Fue entonces que le pregunté cuántos años llevaba trabajando en la biblioteca de ese pueblo, uno de los tantos que había saqueado heroicamente mientras mis padres me imaginaban con la toga de Cicerón acusando a Catilina. No había yo nacido cuando la bibliotecaria ya organizaba ficheros y se peleaba con el sistema Dewey. Me preguntó si no estaba interesado en sacar una credencial de préstamo, pero le respondí que no tenía fiador. Y le pregunté su nombre…

    Pero no lo recuerdo, juro. Tomé la caja de libros, me la llevé a la Casa del Universitario como pude, y nunca más he vuelto a poner un pie en esa biblioteca. Algunos años después me topé en fulana cantina con una de las muchachas que prestaba su servicio escolar en ese sitio amado de mi memoria; se acordó de mí más de lo necesario, y luego de contarle las soporíferas hazañas del Robín Hood de los textos, me relató que la bibliotecaria también le había regalado libros poco antes de que el cáncer de páncreas la borrara del mapa. Dejó dos hijos, entonces todavía niños, dijo mi amiga. Y, sorbiendo su cerveza, varias veces repitió el nombre de la bibliotecaria, pero sigo sin poder recordarlo.
     
    #1
    Última modificación: 19 de Enero de 2023
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  2. marlene2m

    marlene2m Miembro del Jurado Miembro del Equipo Miembro del JURADO DE LA MUSA

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    Gentes común que mancan
    con sus acciones y aunque no se les recuerden por sus
    nombres, son testimonio de inspiración de los que tuvieron el
    privilegio de conocerle .
    un placer pasar por tu obra .
    Saludo.
     
    #2
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  3. Luis Libra

    Luis Libra Atención: poeta en obras

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    Yo también soy un desastre para recordar nombres, pero sí, hay personas que se nos quedan muy gratamente en la memoria y su recuerdo siempre nos saca una pequeña sonrisa. También se te da muy bien la narrativa. Mis felicitaciones y abrazos, amigo.
     
    #3
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  4. Alizée

    Alizée ⊙ Humαlıen ⊙ ༻✦༺ ♡ WɩꙆt Aᖾωᥲ ♡ ∞ ֎

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    Apreciado Amigo y Poeta @Pedro Olvera . Sangre, deseaba llegar a comentarte esta afectiva y efectiva prosa, rica en detalles y decirle al protagonista robatero haha, no conocía sus habilidades en ese rubro, del adolescente, hasta ese punto. Aunque si, su pasión por la lectura porque todo en él lo manifiesta. Se cincela en la memoria la calidez y forma en que se nos trata, creo que siempre tendrá más de esencia de la persona, causa más impacto y sobreviven al tiempo sus efectos, su actuar que su nombre propio... Algunas de tus frases la identifican, la hacen única, marcan y a mi me hacen eco:
    Era sumamente amable conmigo
    un destello de piadosa dulzura
    Quisiera que me hiciera el favor de llevarse los libros que guste de esta caja, joven.
    Ha sido grata la lectura, abundante y generosa. Gracias por compartir conmigo tu Arte del Alma. Ya sabes que te saludo con enorme afecto mi tribu, con admiración y deseándote lo mejor de lo mejor en este año 2023 y subsecuentes
     
    #4
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  5. Sasha.

    Sasha. Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Me ha encantado,esa forma cromatica del sentir y las lineas de tiempo que contornean un mundo en tu escrito.
    Saludos poeta.
     
    #5
  6. Hannah Alarcón G.

    Hannah Alarcón G. Poeta asiduo al portal

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    Que hermoso encontrarse con gente digna de recordar por bellas acciones (aún que no por nombre ).
     
    #6

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