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La brisa de la luna

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Nat Guttlein, 18 de Abril de 2020. Respuestas: 0 | Visitas: 513

  1. Nat Guttlein

    Nat Guttlein アカリ

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    Mujer
    Dominique se encontraba mirando, por aquel ventanal de bordes ya descascarados y vidrios de gran tamaño, la luna. Aquella que se escondía levemente por entre las nubes, y que parecía jugar a las escondidas con las popas de los árboles. Estaba en la escuela, mientras aún seguía de pie e ignorando todo el bullicio que a su alrededor se desenvolvía, un feroz rugido ahogándose en su estómago lo alertó. Con su mano izquierda, toco levemente aquel lugar, en donde una revuelta parecía suceder, bajo la camisa blanca que caracterizaba el uniforme escolar que en éstos momentos tenía puesto. Miró fijamente el paisaje en el cielo, aquel infinito que siempre solía recordarle al brillo en la mirada de su nana. Su abuela, era quien siempre lo había ilustrado en cuentos, en fábulas de criaturas bellas como la misma luna que ahora observaba, pero que al mismo tiempo, podían llegar a ser crueles y sin un dejo de piedad. Él seguía aún escuchándola, a pesar de que ella siempre se encontraba dormida, y más aún cuando como hoy, le tocaba quedarse hasta tarde en su colegio.

    Un hombro que dio contra el suyo, fue quien lo alertó. Sus tímpanos se ensordecieron, el sudor broto a lo largo de su nuca y el calor subió sutilmente por sus brazos. El olor dulce que siempre lo deleitaba, que lo conducía a lugares de los que él siempre se encontraba escapando, ahora mismo le inundaba las fosas nasales. Podía escuchar el latir de un corazón, y a medida que el vacío le ardía en la boca del estómago, los sonidos acompasados de varios de ellos, comenzaban a nacer y llegar a sus oídos. Muchos de ellos latentes, repartidos a lo largo de todo el lugar, los escuchaba y los sentía deslizarse dentro de sus tímpanos como cucarachas. Su corazón en cambio, ahora mismo era una bomba de tiempo que podía llegar a explotar y eso sí sería un problema. Ignoro aquel aroma que le llenaba la boca de baba, mordió su lengua y decidió continuar clavando la vista en el paisaje, luego, una vibración brotó del bolsillo de su campera, tomo su teléfono y vio un mensaje iluminando la pantalla de éste. Era de su primo David, quien le decía ahora mismo, que luego de entregarle unos informes al director, pasaría a buscar las listas que le había pedido, pasase en blanco sobre las cuotas de la cooperadora que se llevaba a cabo en la institución. Dominique leyó aquel mensaje repleto de emojis y stickers, y pudo distraer por unos momentos su mente, relajo los hombros y hasta respiro de mejor forma. Conocía a la perfección por qué su pariente, se detenía momentos de más en la sala del directivo.

    Después de una corta respuesta, puso su celular en el mismo lugar donde había estado minutos atrás. Luego de tomar asiento en una de las sillas, de las filas de lugares que poseía el gran salón de actos de la escuela, pudo terminar de llenar las ultimas hojas de las listas que tenía sobre su falda. Esto también en parte, lograba distraer un poco su mente. Sabía desde siempre, que David se lo pedía, por la rapidez y prolijidad en sus letras. Más bien entendía, que era un favor para que las maestras lo elogiasen. Ése día viernes era especial, no solo por el festival de música y cultura que se estaba por desarrollar, y del cual sus compañeros y compañeras tanto del salón como de los demás años, se encontraban preparando a unos cuantos pasos de él, sino en parte también, por lo que sucedería después. Todos los viernes, el patrón de la pizzería en donde Dominique ejercía labores en la cocina, lo solía dejar libre. Rodrigo, su jefe, insistía en que saliese y viviera una vida de adolescente, un poco parecida a la que había tenido él. Dominique solía escucharlo mientras picaba cebollas, contar las andanzas vividas de éste con sus amigos, con su banda de rock y con varias mujeres, que terminaban en una que otra aventura de una noche. Pero él por otra parte, prefería disfrutar esas noches, saliendo a correr. Era su dicha sentir el pasto bajo sus pies, mas sus pulmones llenándose de aire fresco y ver la noche estrellada casi acompañándolo en cada pisada. Él no se opuso a la propuesta de Rodrigo, puesto que a pesar de engañarlo con historias falsas en donde le relataba lo divertida que eran sus salidas a boliches, Dominique en cambio, aprovechaba ése tiempo, satisfaciendo además, aquel costado oculto y oscuro, el cual nadie más conocía. Ni sus padres, ni sus hermanas mellizas, sólo su abuela.

    Unos instrumentos comenzaron a sonar de golpe, sacando de su ensueño a Dominique. Unas trompetas, unas guitarras, unos bombos y un violín comenzaban a adquirir ímpetu a lo largo de toda la sala. Bañaban cada esquina del lugar con sus armonías. Él admiraba las cuerdas vibrando, el ritmo sordo con que los bombos llevaban el ritmo y lo elegante de aquel violín que ahora mismo se deslizaba por entre la comparsa. La risa de varios grupos que en el sector izquierdo del lugar, se oían, acortaban todo el momento. Dominique los fulmino con la mirada, el olor a porro, más los perfumes exagerados de aquel grupo de 6 que se reunía siempre en esa parte del lugar, le provocaba cierto aturdimiento. Atrás por otro lado, otros demás grupos de chicas reían de forma descocada, al mismo tiempo que se movían inquietas. Algunas saltaban, mientras que las demás, intentaban verse atractivas, al mismo tiempo que aleteaban sus pestañas postizas, hacia los chicos que se encontraban a su alrededor.

    Por otra parte, detrás de su asiento, estaban ubicados un par de muchachos, los reconocía por ubicarse en los bancos delanteros a su lugar en el salón de clases. El sonido agudo del juego que siempre se encontraba en sus celulares, hacía meses que había comenzado a clavarse odiosamente en su paciencia. Uno de ellos, Fabricio, además, poseía la costumbre de no sonarse la nariz y esnifar sus mocos sin ninguna premura una y otra vez. Todos los sonidos, se complotaban para que él comenzara a creer, que el lugar se las había arreglado para ser una total cuna de lobos. El calor de los calefactores, más los diferentes aromas que se extendían y chocaban, daban de lleno contra las mejillas de Dominique. Sus huesos le pesaban, la cabeza le latía y sus papilas gustativas estaban comenzando a expulsar, aquel característico sabor metálico que estaba acostumbrado a saborear. El morder su lengua o el apretar con sus palmas, ambas pantorrillas, se había vuelto un juego de tontos. Sentía los pensamientos arder, al mismo tiempo que las ideas que llovían cuan bolas de fuego, le ordenaban, le exigían con palabras severas, detener el suplicio que había comenzado hace rato. Parecía que aquel subconsciente, que siempre lo molestaba, ahora mismo estaba a su lado y le susurraba con voz de Ninfa, que terminase con aquel martirio. Dominique no podía, las lágrimas no caían en sus ojos pero si, en lo más adentro. Sabía muy bien, que desatar aquello que rugía en su interior desde los 11 años, podría ser su condena. Lo entendía, porque era lo que veía frente al espejo, cada vez que decidía tranquilizar ese hambre voraz que noche a noche, lo atrapaba, que lo sostenía del cuello y apretaba todos los músculos de su cuerpo, dejándolo sin fuerzas.

    Sentía como una fiebre trepaba ahora por cada fibra de su ser, su pecho temblaba, algo le presionaba el vientre y empujaba cuan cuchillo furioso. Los sonidos a su alrededor, eran una niebla que le segaba la vista. Bajo sus ojos, ya no sentía el poder en su propio cuerpo, sus manos hormigueaban y los pies le ardían. Dominique cayo de golpe al piso, cuando abrió nuevamente los ojos ,se encontró sobre el frío suelo, y al levantar su mano derecha, cayó en la cuenta de que aquella estaba pisando algo húmedo y pegajoso, al enfocar mejor sus pensamientos y ver con claridad, el hedor nauseabundo le informo que se trataba de su propio vomito. Entre tantos gritos que solapaban su mente, una lluvia de risas cayó sobre él. Todos a su alrededor, parecían omitir sonidos que se asemejaban al graznido de un pato y lo envolvían cuan murciélagos. Sus rostros se deformaban, los dientes eran de otros tamaños y sus mandíbulas se rompían al mismo tiempo que vibraban. De pronto, una mano se apoyó sobre su hombro. Él supo de quien se trataba, conocía aquel olor dulce, pero también supo que ahora mismo, el control ya no regia en lo que sucedería a continuación.

    Las luces de los focos que recubrían lo alto del techo del salón, se apagaron. Aquella única claridad que lograba entrar, era la de afuera, la que emitía la misma noche. Los rayos nocturnos se difuminaban, por entre los enormes tres ventanales que se ubicaban a lo largo del sector derecho del lugar. Un sonido gutural indico, que la puerta principal había sido cerrada. El mango de esta se encontraba totalmente deformado, como si una mano con fuerza sobrehumana hubiese decidido dejar sus huellas allí. Los cuerpos corrían en frenesí, lo único que se detectaban eran las pantallas de los teléfonos, y como estas parecían luciérnagas moviéndose y revoloteando de aquí para allá. Muchos gritos se arrastraban por entre las cortinas, sobre las paredes y llegaban a Dominique. De pronto, algo pesado cayo en el lugar en donde se encontraba sentado, un chico que sostenía fuertemente su guitarra contra su pecho. Después de que todos se detuviesen, y de escuchar una exclamación ahogada, una luz de linterna alumbro al sector de donde había provenido el quejido. Un charco de sangre se esparcía por debajo del instrumento, para luego mostrar el torso del joven a un lado, tirado y deformado, más su cabeza a unos cuantos centímetros, aun salpicando vorazmente, chorros de sangre. Algunos corrían e intentaban patear las puertas restantes. En la oscuridad un par de ojos de fuego, continuaban eligiendo su próxima cena.

    Mientras Fabricio corría precipitadamente, intentando convencer a su amigo de golpear el vidrio de la ventana frente a ellos, unos pies arrastrándose por encima del mueble a su derecha, hicieron que mirara en esa dirección. En un abrir y cerrar de ojos, y mientras observaba a su compañero alejarse llorando, vio por el reflejo de éste, como el rojo, ahora negro en contraste con la poca luz, chorreaba de su rostro. Toco para ver si aquello frente a sus ojos era real. Su nariz no estaba, solo podía ver la carne roja de sus músculos totalmente destrozada. Su voz no salía y los labios se inundaban de baba mezclada con bilis. Antes de poder gritar, unas fuertes manos tomaron sus hombros, para luego y de un solo saque, romperlos. Los dientes se clavaban, y sus miembros caían, el dolor y la agonía fueron sus últimos recuerdos.

    Las personas trotaban a paso ligero sin poder detenerse a respirar, solo se sentían capaces de gritar a sus aparatos celulares. Dominique no escuchaba nada más que varios pulmones ensancharse, venas jugosas deslizándose entre arterias y corazones pulsando sangre. El éxtasis le vibraba entre la mandíbula y sus dientes apetitosos. La noche recién comenzaba.

    David se conducía por las escaleras. Luego de haber escuchado, aquellas palabras que jamás creía iba a escuchar de la persona que tanto anhelaba su corazón, volvía a secarse las lágrimas que sin permiso caían de su rostro. Él, su amor, tendría un bebé. Aquella noticia, además de confirmarle todas las mentiras de las que había sido preso, también le hacían caer en una realidad que quizás y por necedad, no quería afrontar. Pero también entendía bien, que un hombre casado, no siempre es totalmente sincero cuando te confiesa entre las sabanas, su homosexualidad, y menos aún con un anillo de casamiento en su mano izquierda. Mientras bajaba muy lentamente, por los últimos escalones, buscaba fuerzas para no caer en el llanto, su pecho le pesaba y sentía los ojos hinchados. Mientras arreglaba su imagen maltrecha, decidió escribirle a su primo, sabía bien que ésa noche su jefe solía dejarlo libre, y lo convencería de ahogar sus penas en alcohol, aunque a decir verdad no creía que Dominique tuviese penas y menos amorosas. Ahora que lo pensaba, no conocía ningún aspecto "humano" por así decirlo, de aquel muchacho. Simplemente que amaba escuchar The Doors en los recreos y casi todo el tiempo, entrenar, y pasar tiempo con su abuela, era un chico demasiado introvertido. A medida que doblaba en la derecha, ingresando en la entrada de la escuela, vio que no se encontraba nadie allí. En la bandeja de entrada, solo se hallaba un cartel en el cual se leía,"Encargado de cerrar: Director Piccarelli". David pensó y recordó, todos los planes que había formulado en su cabeza la noche anterior, para en ese mismo instante, no estar leyendo el cartel, sino, pasando tiempo con el señor Piccarelli, o mejor dicho entre sus piernas.

    Luego de un suspiro profundo, dirigió su mirada hacia el salón de actos. La puerta contenía mamparas que permitían ver hacia el interior. Se sorprendió al ver la oscuridad que por allí se esparcía. Tomo la manija de ésta, pero no abrió. Llevo sus manos a su nariz, puesto que un olor extraño provenía de allí, lo sentía deslizándose por debajo de la entrada. Recordó, aquella entrada secreta ubicada debajo del escenario, que el director le había mostrado tiempo atrás. Corrió aun con el impulso latiéndole en el pecho. Entro por el salón que estaba detrás del lugar, y luego ingreso por una puerta de madera antigua, que lo condujo por un pasillo oscuro. Repleto de repisas con libros inundados en telarañas, el moho brotaba por todas las paredes. Mientras caminaba .pudo percibir varias lauchas que prefirió ignorar, ya que nada lo detendría de llegar a su destino. Cuanto más tardaba, con más objetos se tropezaba, su inquietud ahora le apretujaba las sienes. Al llegar a una escalera, que daba a una puerta que se encontraba arriba, decidió subirla. A medida que intentaba dar con los escalones, recordó que tener acceso hacia el escenario, era algo que habían implementado años atrás las primeras personas que habían habitado la institución. Cuando al fin pudo sentarse sobre el suelo de madera, un cuerpo dio de lleno contra su pecho. Saco su celular y lo alumbro. Grito en seco, al mismo tiempo que cubría sus labios con sus manos, sin importarle lo sucias que estaban. A medida que más alumbraba, más caía en la cuenta de que estaba temblando de pies a cabeza. Lo sabía además, por la manera en que la luz de su celular revotaba. La imagen cruda frente a sus ojos, parecía podrirle las fosas nasales.

    Un violín con una cabeza insertada entre las cuerdas, dio contra su tobillo. Más allá, se encontraban los pies para los micrófonos, con las chicas del club de música, empalados en ellos, o más bien, sus cabezas. La sangre comenzaba a largar olores, que mezclados con la calefacción, dieron paso a que David dejara sobre el suelo, su almuerzo en forma de vómito. Luego de recobrar la postura varios segundos después, corrió hacia el lugar en donde sabia estaba ubicada la toma corriente, que encendía todas las luces. Solo algunas personas, conocían el código que éstas necesitaban para activar o desactivar los focos. Mientras iban encendiéndose una por una, titilando, el rastro de cuerpos, de manos, de pies y de cualquier otro órgano que contuviese un cuerpo humano, brillaban sobre todo el piso. Las manos marcadas en las paredes, más las líneas deformes de rojo carmesí treparse por éstas, iban adquiriendo contraste. De pronto, y mientras David aún seguía en shock, una voz aguda comenzó a gimotear. Corrió hacia el sector de dónde provenía y pudo ver que se trataba de una chica de primer año, era Ruth, la reconocía porque siempre se encontraban en el taller de carpintería.

    Mientras los ojos ciegos de ella, miraban hacia la nada, su única mano sana intentaba sostener algo. David la tomo. A medida que intentaba decirle que pediría ayuda, podía observar como de la mitad de sus piernas, solamente quedaban rastros de venas y tendones. Luchaba por ordenar a su respiración mantener la compostura, y batallaba con las náuseas que le golpeaban por dentro. No entendía lo que sucedía, solamente que salvaría a esa muchacha. De pronto y mientras intentaba calmar sus manos, que éstas no temblasen tanto y así poder trazar un número en el teclado de su teléfono, recordó a Dominique. Sus lágrimas caían, no podía pensar en siquiera encontrarlo en medio de aquel manojo de cuerpos. Tirado en el suelo, destruido, arruinado por una especie de bestia que aun desconocía. Cuando el tono de la policía dio contra su oído, la voz de la muchacha comenzó a quebrarse en chillidos inentendibles. Intentaba arrastrarse lejos, con lo que quedaba en la deformidad de sus extremidades aún. Luchaba por moverse. David no entendía, solo podía repetirle que mantuviese la calma, ignoraba lo rota que sonaba su voz.

    De pronto, cuando su cuerpo quedó laxo sobre el suelo, una convulsión comenzó a atravesarla. Mientras él luchaba por salvar aquella vida, su teléfono cayo. Presionaba violentamente su pecho, la sostenía en brazos y le suplicaba a una completa extraña, que se sostuviera de la poca vida que sabía, le quedaba. Supo el momento exacto en que su corazón se resignó. Deposito su cuerpo, mientras aun apoyaba su frente en la de ella. No entendía, no entendía nada solo lloraba. Lagrimas cálidas bañaban sus mejillas, gritos ahogados se desprendían de su garganta y solo un sonido detuvo su suplicio, aquel que ahora mismo lo rodeaba.

    Una corriente casi minúscula de aire, corrió por debajo de él y trepo sobre su espalda. Miro hacia el lugar del cual provenía la brisa, la criatura que ahora mismo admiraban sus ojos, era la misma que lo apreciaba a él. Quieto, de pie y con un aura tan pacífica que llevaba a la inquietud, luego de unos segundos, entendió de quien se trataba. Su voz salió sin pedir permiso.

    -Dominique.

    Un ser extraño, de una belleza aterradora, y con el rostro de su primo, le clavaba la mirada. Poseía algunos rasgos característicos de los de un hombre, pero sabía que no lo era. Aquel ser, que fijaba ambos ojos, uno de color verde y otro azul, en él, poseía detrás de su figura, unas nueve colas que se desprendían como llamas de fuego. Sobre su cabeza sin embargo, se encontraban un par de orejas, que aun así se inmiscuían entre todo aquel cabello color negro, que se deslizaba tan largo que llegaba al piso. Parecía sedoso con la luz recorriendo cada mechón. Ese rostro tan perfecto, ahora mismo parecía acallar todo. Las voces de la chica ahora muerta, la de sus pensamientos y hasta los sonidos dándose alrededor. El cuerpo firme de la bestia, se podía vislumbrar bajo la ropa. Si, la ropa que le pertenecía a su primo. La remera negra, su cargo color verde musgo y su campera gris, ahora solamente poseían manchas deformes. Se adherían a su cuerpo sin premura, y trepaban por toda aquella figura que se mantenía de pie, estática.

    Poseía una cierta paz rodeando su rostro, admitía que le recordaba a la de Dominique. Era Dominique. Aun mirándolo como un demonio, aquel que había provocado todo lo que ahora mismo se cernía a su alrededor. Aquella mirada y quietud, volvían a enterrar todas las dudas habidas y por haber, que de su mente provenían. Solamente a su mejor amigo, era a quien veía. Cuando el viento de la noche, volvió a sorprenderlo, en un acto que no vio pasar frente a sus ojos, aquella criatura con el rostro de su primo, se encontraba de pie frente a la entrada.

    Dominique lo miro. Ese par de ojos que parecían ahora, faros de luz, contrastaban con aquella que emitía la enorme luna llena que por la ventana se inmiscuía. Se veían todas las emociones que aquel rostro no le confería, desplegándose en total mutismo.

    David solamente pudo llorar, respirar profundo y entender que aquella noche, en medio de todos aquellos cadáveres, sería la última vez que lo vería. No lo culpaba, se culpaba a él mismo por no haber intentado saber más sobre su mejor amigo, pero una mirada hacia aquel ser que ahora mismo se asemejaba a un ángel, acallo todo. Lo que pensaba, lo que dudaba, todo en lo que había creído, lo que atesoraba. Entendía, que a pesar de no volverlo a ver, tarde o temprano, volvería a reír junto con Dominique, con el Dominique que sus recuerdos le enseñaban.
     
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