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La cacería del marqués y la aventura del bastardo

Tema en 'Clásica no competitiva (sin premios)' comenzado por José Ramón Muñiz, 5 de Agosto de 2016. Respuestas: 1 | Visitas: 303

  1. José Ramón Muñiz

    José Ramón Muñiz Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    4 de Agosto de 2016
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    Género:
    Hombre
    “Si el Romancero cabalgase de nuevo”

    Los montes dejó el ocaso,
    cuando ya el anochecer
    avisaba al horizonte,
    y el horizonte al marqués.
    No tardaron los monteros,
    habiendo de recoger,
    y a los perros convocaron,
    porque cosa fue de ley.
    Y, porque el sol se ponía,
    siguiéronlo, que el corcel,
    por los caminos, sin prisa,
    la noche sintió al volver.
    Mientras, el marqués escucha
    un romance, que es merced
    que los romances se canten
    cuando el sol se va a poner.
    El muchacho que lo canta
    es un joven y es doncel,
    que la barba no le crece,
    pues no le habrá de crecer.
    Siguió el camino al castillo,
    y los monteros tras él,
    al regresar de la caza,
    que es cazador el marqués.
    Con los monteros los perros,
    porque son fieles también,
    que no cabe en esta tierra,
    con el señor no ser fiel.
    Y, porque el sol se ponía,
    lo siguen, pero el corcel,
    de una víbora asustado,
    al suelo lo hizo caer.
    El mozuelo que cantaba
    acudió con rapidez,
    que está sano, por ventura,
    su señor, el buen marqués.
    Y porque lo vio prudente
    y premiar su buen hacer,
    el halcón le ha regalado,
    aunque cazaba con él.
    Bien agradece el muchacho
    el regalo del marqués,
    que, con verse así premiado,
    siente que es poco ser fiel.
    Entre los monteros todos
    subido lo han al corcel,
    porque el buen señor se queja
    que tiene mancado un pie.
    Y, porque el sol se ponía,
    lo siguen, en el corcel,
    que por la brida el muchacho
    sabe sujetarlo bien.
    El mozuelo que cantaba
    vuelve a cantar otra vez,
    porque su canto entretenga
    el dolor que pueda haber.
    Y porque lo vio prudente,
    tras premiar su buen hacer,
    quiere regalarle el sacre,
    pues es el mozo tan fiel.
    –Sabed, señor, por ventura,
    que bien lo habéis de saber,
    que ha de ser agradecido
    el que os sabe ser tan fiel.
    Y pues es justo que al noble
    se le haya de complacer,
    no sabrá decir que nones
    quien os debe tanto, a fe.
    Pero, pues es vuestro sacre,
    que otros mejores tenéis,
    el halcón es suficiente
    en pago de tal merced.
    Y no es que quiera ofenderos,
    mi señor y buen marqués,
    sino todo lo contrario,
    porque es bueno hacer el bien.
    –Dices bien, y yo por eso
    me quiero empeñar también
    en regalarte ese sacre
    en pago de tal merced.
    Tú, como sabes, soy noble,
    y noble es hacer el bien
    con quien dineros no tiene,
    pero cumple su deber.
    Y pues me da Dios su hacienda
    y tan próspero me ve,
    el sacre yo te regalo
    y has de quedarte con él.
    No tardaré en tener otro,
    que me ha de dar un doncel
    que bellos halcones ceba,
    y que es como tú cortés.
    No rechaces el regalo,
    porque no es cosa que, a fe
    parezca bien al que da
    y al que lo quiere ofrecer.
    –Decís bien, dijo el muchacho,
    y es un honor que podré
    mostrar a mi pobre madre
    el regalo del marqués.
    El joven, llegado a casa,
    a su madre hizo saber
    los sucesos de la caza
    y el regalo del marqués.
    –Decid lo que os pasa, madre,
    que os veo triste, a la vez
    que me miráis con tristeza
    y a mí llorando me veis.
    Decidme, a qué tanto llanto
    cuando es bueno ese marqués
    que, tras dar un halcón bello,
    un sacre me da después.
    –No es nada al fin, mi pequeño,
    sino que me emocioné,
    recordando los amores
    que me unieron al marqués.
    Que después de tanto amarle,
    tuve un bastardo con él,
    y el que nunca le dio nada
    dos aves viene a ofrecer.
    –Por vos madre el sentimiento
    mayor daño me ha de hacer,
    que no ya por los temores
    de ir a enfrentarme con él.
    Que si sangre suya tengo,
    no es de hacerme gran merced
    que dos aves me regale
    y con ello todo esté.
    Que, si es en verdad mi padre,
    mis derechos yo no sé,
    pero el daño que os aflige
    habrá de pagarlo a fe.
    –No quieras, pequeño mío
    ir a enfrentarte con él,
    que sabe luchar a espada
    y no hay valor como el de él.
    Siempre fue muy corajudo,
    y, pues corajudo fue,
    supo luchar en la guerra
    y tener contento al rey.
    Llegóse el mozo al castillo
    por hablar con el marqués,
    y el marqués, porque lo aprecia,
    salió por hablar con él.
    –Buenas noches, mi vasallo,
    el que, si herido en el pie
    pudo verme, me ha ayudado
    a subir en el corcel.
    –No muy buenas, señor mío,
    que no son buenas, marqués,
    después que dijo mi madre
    las cosas que os contaré:
    que el caso es que la gozasteis,
    y que supisteis también
    de vuestro lecho apartara,
    si pareció menester.
    He de decir que es malvado,
    y es terrible, como sé,
    que la pobre, sin marido,
    fue la amante de un marqués.
    –La verdad he de decirte,
    pues que soy hombre cortés,
    y hubo un tiempo en que la amaba,
    porque es cierto que la amé.
    Muchas veces en sus brazos
    me besó y yo la besé,
    porque las pasiones mozas
    fáciles son de encender.
    –Y, pues eres hijo mío,
    grandes bienes te daré,
    si no es este marquesado,
    que a tu hermano dejaré.
    –Yo dejo, señor, el feudo,
    que quiero servir al rey,
    pues en las guerras la gente
    gana su nombre también.
    Solo os pido que a mi madre,
    pues la amasteis, la cuidéis,
    pues ella quedará sola,
    y muy pronto partiré.
    –Mira que la guerra es dura,
    bravos los hombres del rey,
    y el camino de la corte
    es largo para ir a pie.
    Si no sabes con la espada
    defenderte, no hay quehacer
    que yo menos te aconseje,
    pues nada podrás hacer.
    –Sabré servir de escudero
    a los hombres cuya grey
    combate ya en la batalla,
    y, de a poco, creceré.
    –La muerte te estás buscando
    y no te permitiré
    que vayas tú a la batalla,
    siendo mi sangre también.
    –La sangre también la tuve
    al momento de nacer
    y no me quiso por hijo,
    siendo mi padre, el marqués.
    Montaraz es el muchacho,
    pues quien le dice cortés
    que no quiera los peligros,
    se lo dijo por su bien.
    Y es la vida del guerrero
    dura vida y es de ley
    que no mande a un hijo un padre
    a las guerras que hace el rey.
    –La guerra es la única llave
    para un consuelo tener
    y que alivie mi pobreza
    si mi sangre es de marqués.
    Y, si sangre noble tengo,
    no es mucho más la del rey,
    para que jamás me dejen
    allí combatir por él.
    –Cuida bien de ser incauto,
    pues en el combate habré
    de decirte que hay peligros
    que te harán desfallecer.
    –La fortaleza la saco
    de mi pecho, que es merced
    que, al luchar con valentía,
    se crezca el pecho también.
    –Mal haces al decir eso,
    que no es cosa buena, a fe,
    querer entrar en las lides
    sin de la guerra saber.
    No son pocas las heridas
    que en el cuerpo se le ven
    al guerrero, si desnudo
    acaso se le ha de ver.
    Que me hirieron en la guerra
    mil veces, si no son cien,
    y cerca la muerte tuve
    y hube así de padecer.
    Y la sangre he derramado
    por el capricho de un rey
    que lucha contra los moros
    por sus tierras proteger.
    –Podrás, si lo quieres, padre,
    presumir como marqués
    de la sangre de un bastardo,
    porque al moro mataré.
    Y no temo los peligros,
    pues que no es noble temer,
    y el valor que a mí me llena
    predice en mi pecho el bien.
    –Poco sabes de la guerra,
    que no es prudente querer
    combatir en la batalla
    sin buenas armas tener.
    Nada sabes de la espada
    y no tienes ni el arnés
    que de armadura te sirva,
    y la armadura es de ley.
    –Me bastará con las armas
    que me quiera dar el rey,
    y a los moros, por infieles,
    el cuello les segaré.
    Orgulloso del bastardo,
    que osado lo ve el marqués,
    para que a la guerra vaya
    le dará las armas él.
    Y contento del muchacho,
    una carta escribe al rey,
    porque quiere que lo acoja
    como a quien la da su fe.
    Y porque le da su escudo,
    le da su espada también,
    y hasta el yelmo y la coraza
    que lucirá en su corcel.
    Nunca tanto imaginara
    el mozuelo, que lo ve
    y a la lucha se dispone
    por el servicio del rey.
    Pero lo mira gustoso
    su padre, el señor marqués,
    que a las banderas lo manda
    como lo manda la ley.
    Y con llantos lo despide
    su madre, que triste ve
    que va ala guerra el muchacho
    como otrora fue el marqués:
    –Piensa en los santos del cielo
    y muestra a la Virgen fe,
    sabiendo que, tras la muerte,
    hay una vida después.
    –Tranquila, madre, tranquila,
    que son cosas que ya sé,
    porque lo dicen los curas
    que predican tanto bien.
    –Piensa en la gloria y la patria,
    y, dispuesto ya a vencer,
    no muestres jamás clemencia,
    que así lo supo yo hacer.
    –Tranquilo, padre, tranquilo,
    que cosas son que ya sé,
    que lo dicen los soldados
    que sirven a nuestro rey.
    Llamó a todos sus soldados,
    con airado gesto, el rey,
    cansados de tanta guerra
    en el nombre de la fe.
    –Si me decís que son tantos
    los que habremos de vencer,
    coraje os pido en la lucha,
    que la victoria tendré.
    Allí se le acercó un mozo
    y, queriendo hincar e pie,
    se le puso de rodillas
    para decirle después:
    "Señor, a serviros vengo,
    y he de servir, porque sé
    que la sangre de mis venas
    hierve por serviros bien.
    Decir podéis que soy mozo,
    y que soy mozo lo sé,
    mas no faltará el coraje
    al hijo de un buen marqués."
    Con un ánimo orgulloso
    lo miró contento el rey,
    que a sus hombres lo presenta
    con un gesto muy cortés.
    –Mirad todos, si, cansados,
    miedo tenéis de perder,
    a este joven al que envía
    de sus tierras el marqués.
    Que con su armadura viene
    y montado en un corcel
    en el que llega valiente
    para dar las cartas de él.
    Mirad al joven muchacho,
    que con mirarlo sabréis
    el valor de su linaje,
    pues en el rostro se ve.
    Como su padre es valiente,
    como valiente es su rey,
    y si el ánimo no falla,
    sacaré provecho de él.
    Se sorprenden los guerreros
    por lo joven que lo ven,
    que no más de los catorce
    debe el mancebo tener.
    Los soldados se sorprenden,
    que es cosa de sorprender
    que siendo el muchacho un mozo
    venga a la guerra también.
    –Casi un niño nos parece
    el muchacho del marqués,
    mas si a la guerra se viene
    por hombre lo he de tener.
    Y que nuestro vino beba
    que le hagan la merced
    de compartir nuestros panes
    con quien tan joven se ve.
    El muchacho que los mira,
    los saluda muy cortés,
    y en su tienda lo ha invitado
    quien es su señor y rey.
    –No ha de faltarme en la guerra
    el valor y lucharé,
    que el cuerpo pide el combate,
    aunque acaso moriré.
    Si he de morir no me importa,
    porque Dios sabe hacer bien,
    y un lugar tendrá en el cielo
    el que defiende su ley.
    Mas si la muerte no quiere
    alcanzarme de esta vez,
    la gloria espero gallardo
    de servir a mi buen rey.
    El rey lo miró risueño
    y, recordando al marqués,
    le respondió complacido
    al caballero cortés:
    –Mañana habrás ocasiones
    de cerca la muerte ver
    y de probar tu bravura
    y demostrar tu valer.
    –Por eso que estáis diciendo
    os han de llamar buen rey,
    que el ánimo moderado
    os lleva a tan buen hacer.
    Honrado siento mi pecho,
    porque sin ningún desdén
    en las tropas que combaten
    como un padre me acogéis.
    –Como un padre al hijo acoge
    os tengo yo que acoger,
    porque sois el primogénito
    de mi amigo el buen marqués.
    –No, señor, no el primogénito,
    que no habré nunca de hacer
    el mal de mentir a un padre
    y menos de hacerlo a un rey,
    porque, nacido bastardo,
    aquí me manda el marqués,
    para que en la guerra muera
    o digno me haga ante él.



    2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
    "Poemas para Mael y Jimena"
     
    #1
    A jmacgar le gusta esto.
  2. jmacgar

    jmacgar Poeta veterano en el portal

    Se incorporó:
    13 de Diciembre de 2011
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    Hombre
    Excelente romance, en la línea de los clasicos contadores de batallas y aventuras épicas, que en este caso tiene además un componente humano singular.

    Me ha gustado mucho; lo mejor que te puedo decir es que no se me ha hecho largo a pesar de su extensión.

    Mi felicitación y un cordial saludo.
     
    #2

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