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La carta de Perséfone

Tema en 'Prosa: Amor' comenzado por Xinda, 25 de Octubre de 2020. Respuestas: 4 | Visitas: 1930

  1. Xinda

    Xinda Poeta recién llegado

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    LA CARTA DE PERSÉFONE


    México, D.F., 30 de noviembre de 1995.


    I

    Dime, corazón mío, si volverás a llevarme a la fuerza, a la manera antigua que fundó mitos y rituales de rapto, al estilo griego, para recordar que siempre estaremos ligados a nuestro ser primitivo, a nuestro amor y al destino. ¿O es que no recuerdas que así nos quisimos?... Entonces recordaré nuestro mito.

    Caminé con el deseo de probar las granadas, las que mi madre me había prohibido; escuché decir a mi hermana, que me seguía: <<No hay peras allí, ¿a dónde vas?>>; continué sin contestarle y al fin tomé una granada del árbol; había comido la primera semilla cuando la escuché gritar: <<¡Mira!>>, giré, y observé adonde apuntaba; no muy lejos se levantaba una polvareda de oro y plata, y se escuchaban los cascos de caballos pisoteando la hierba húmeda, aunque no se veía ninguna caballería; mi hermana corrió hacia mí, se aferró a mi pierna, y dijo: <<¿Quién viene?>>; no pude contestar, la polvareda nos había cercado al pie del granado; el polvo de oro y plata cayó, escuchamos que alguien bajó de un carro y pasos, sentimos una presencia helada frente a nosotras, un casco apareció, la presencia se lo quitó, y él y su caballería aparecieron.

    -¿Por qué nos acorralan? -pregunté.

    -Te vas conmigo -Esa fue su respuesta.

    -¡¿Por qué?! -contesté.

    -Porque te quiero -El dulzor de la semilla regresó a mi boca y el viento del deseo llenó mi pecho.

    -¡Pero ésta no es manera! -le dije.

    -Nos vamos ya, porque Caronte está esperando y los muertos no pueden cruzar el Estigia. Tú, niña, vete y dile a tu madre que desde ahora Perséfone es la mujer de Hades -Los caballeros abrieron el cerco.

    -Hermana -dijo ella que aún se aferraba; acaricié su sien y le dije: <<Ve con mamá y dile que el dios de los muertos me ha llevado>>; y ella huyó.

    Dos caballeros se acercaron, me tomaron los brazos, y me amarraban las manos cuando le grité a Hades: <<¡Amárrame tú si de verdad me quieres!>>; no contestó; subió a su carro, me subieron a su lado, rodeó mi cintura con un brazo, tomó las riendas con el mismo, se puso el casco con el otro, y desaparecimos. Grande fue mi sorpresa: el pasto y el granado estaban secos, los cerros eran de pura piedra quebrantada, el sol era gris. Nos dirigimos hacia el inframundo; sobre el camino vimos las vacas de Helios: eran pedazos de carne y girones de piel que al ver nuestra embestida se dispersaron con los clamores que lanzan cuando son sacrificadas; una pregunta vino a mi mente: <<¿Si la muerte ya adorna estos campos, qué adorna la tierra de los muertos?>>, y temblé sin poder evitarlo mas sentí que Hades ciñó mi cintura. Llegamos a la entrada de mi nuevo hogar y me llevé más sorpresas: cuando Hades se quitó el casco la cueva resplandeció con calidez por su revestimiento de mármol grecado; bajamos por unas escaleras flanqueadas con flores de invierno; y llegamos frente a Caronte, que vestía una túnica purpura, una sonrisa y alivio; me ofreció una copa de vino, dudé porque jamás la había probado.

    -Por favor -dijo Hades.

    -Señora, este vino jamás lo encontrará arriba -dijo Caronte y lo probé.

    -Es el sabor agrio de una uva muerta -dijo Hades; era un sabor que acaloró mi busto y me hizo sonreír; y también él sonrió y se puso a un lado de la barca y me tendió su mano; y cruzamos el cristalino río.

    Mama lloró cuando mi hermana le contaba lo ocurrido: las hojas cayeron secas y sepultaron los troncos. Lloró tanto que su mandíbula se desprendió: los pájaros callaron y los hombres dejaron de enamorarse. Dejó de llorar y tan sólo suspiraba: el aire congelado comenzó a matar. Mi padre tuvo que interceder, vino a hablar con mi esposo, y llegaron a un acuerdo: ahora visito a mi madre para que la tierra no muera. Y con todo gusto siempre la visitaré. Pero siempre regresaré con Hades, porque me mostró que el destino abarca a los dioses, porque florece el inframundo cuando estoy a su lado, porque mi abrazo siempre ha estado unido al de él.


    II

    O bajarás y comerás de mis frutos hasta quedar arrodillado, y lo harás pues eres un pequeño murciélago cabeza de zorro y un sátiro; no es sed de sangre lo que sientes, es hambre de amor; tu vuelo noctámbulo no es de guerrero, es de amante de saliva y sudor; no usas la máscara de lobo que Diomedes usó antes de matar a Reso, usas la máscara del macho cabrío: la que usas antes de invertir la alegría en tristeza y la compañía en soledad y a la mujer en hombre… Pero quítate la angustia (!): en mí no has provocado ninguna inversión porque tengo un manantial turbio de alegría, compañía y feminidad; mejor preocúpate por dejar de engañarte y venérame con el cuerpo como lo hiciste aquella noche que el árabe narró así.

    Pasaba las noches en lo alto de la torre leyendo libros y tomando licor hasta quedar dormido, regocijándome entre fantasías y sabores que me distraían de sentir la falta de algo que olvidé; en ocasiones detuve la lectura de tanto que la sentí, bebí más licor para suavizarla, y continué leyendo. Llegaron noches en que la falta se fortalecía, en ellas bebí más y leí menos, hasta que llegó una en que bebía y nada leía; en ella me levanté y miré al río, al desierto detrás de él, y más allá de ellos a la única estrella en el cielo; <<¿Y la luna?>>: me pregunté, su luz permitía distinguir el paisaje pero no estaba; la busque tras de mí, a un lado, al otro; y sentí una caricia en el brazo, volteé, y mi vista quedó fija. Muy cerca del río dos mujeres caminaban a los lados de un hombre desnudo que tenía el extremo de una cadena enganchada dentro del lado derecho de su espalda, y el otro extremo estaba sumergido en el río; iban hacia un circulo de personas con una mujer sentada en medio: las piernas cruzadas, los brazos levantados, y un candil en cada mano. Colocaron al hombre frente a ella, el círculo recitó palabras que no distinguí, la cadena comenzó a jalar, y lo alejó de la mujer aunque se resistía; el círculo recitó con más voz y él avanzó un poco; se dio la vuelta, tomó la cadena, le dio un tirón y caminó, otro y caminó; y así avanzó bastante hasta que la cadena con un fuerte jalón lo lanzo varios metros hacia el río, cayó de espaldas, y continuó siendo jalado; el círculo recitó con mayor fuerza, entonces distinguí las palabras: eran fragmentos de "El día en que sacrifiqué mi montura a las doncellas" de Imru al Qays, el poema que había leído tantas veces. Miré al círculo y en ese momento la mujer tenía dos brazos más que surgían de sus costillas en la misma posición que los otros; los tendió al hombre y cantó a pecho descubierto; él logró levantarse y detener el jalón, puso las manos sobre la tierra y caminó como si tuviera cuatro patas, la cadena jalaba con la misma fuerza pero su avance era constante; y en cuanto llegó a la mujer abrazó su cintura, puso la cabeza sobre sus piernas, y la cadena dio un tirón tan fuerte que le abrió la espalda y algo cayó en la tierra: era un corazón blanco y alado que latía, su latido se aceleraba mientras más se acercaba al río. Sonreí cuando las alas del corazón eran lo último por sumergirse; sentí cuatro brazos rodeándome y una mordida en el cuello; cerré los ojos y el dolor fue licor y fantasía; los abrí para ver el círculo, sólo vi la estrella, el desierto y el río; mire a todos lados, se habían desvanecido. Quise salir en ese momento pero no vi ninguna guía, así que me senté y bebí un vaso, luego otro y otro.

    Desperté por la luz del alba. Estaba decidido. Guardé agua, queso, monedas de oro y el poema en las alforjas de mi montura; fui a la caballeriza de Mahir, reí porque lo encontré marcando el paso y salivando; lo ensillé, salimos, cruzamos el río, y escuchamos a la torre maullar como gata que busca a su hijo; nos adentramos en el desierto y seguimos las guías antiguas…


    III

    O te arrodillarás sin que lo pida, caballero de Don Quijote que regresas de vencer con tu amor platónico a gigantes, dragones y a tu egoísmo: vencidos con ese amor ideal que soy yo, de carne y hueso; con el mismo amor ideal que yo te profeso.
    Pero no hace falta que transcriba esta historia nuestra, mi niño, porque juntos hemos leído "Una historia de amor" de Don Miguel de Unamuno y hemos recordado que fuiste Ricardo y yo Liduvina; además en nuestras vidas de ahora el amor no es unamuniano; mas sí es puro porque dioses, endemoniados, frailes, monjas son los personajes que interpreta; y es el destino… Pero, ¿de qué tienes miedo?... ¡Yo sé de qué. A veces eres tan cobarde!
     
    #1
    Última modificación: 22 de Junio de 2022
    A Alizée y Emp les gusta esto.
  2. Maramin

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    Bienvenido, Xinda, buen inicio en el portal compartiendo este relato que nos ofreces como primicia y muestra de tu obra literaria.

    [​IMG]



    PD:Te he editado el título ya que no se permiten titulaciones en Mayúsculas.
     
    #2
  3. Xinda

    Xinda Poeta recién llegado

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    Gracias, saludos.
     
    #3
  4. Anamer

    Anamer Poeta veterano en el portal Equipo Revista "Eco y latido"

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    Excelente relato que se disfruta, me encanta darte la bienvenida al foro.
    Besitos apretados en tus mejillas.
     
    #4
  5. Xinda

    Xinda Poeta recién llegado

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    24 de Octubre de 2020
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    ¡Muchas gracias¡ ¡Qué bien que le haya gustado!
     
    #5
    A Anamer le gusta esto.

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