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La costumbre de doler

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Nat Guttlein, 26 de Mayo de 2020. Respuestas: 2 | Visitas: 507

  1. Nat Guttlein

    Nat Guttlein アカリ

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    El silencio y sus compañeros de rutina, se paseaban por la habitación. Nina entendía a la perfección que, como rezaba en aquella frase que siempre recordaba, solía decir su abuelo "el día y las personas se ponen de acuerdo para hacerte sentir mal".

    Ella estaba sentada sobre su cama, ojeando el mismo libro que siempre comenzaba, pero nunca terminaba. Había decidido apagar su celular, no soportaba a nadie ese día.

    Era un martes, de aquellos otoñales que amanecen con el sol colándose entre la ventana y una brisa apabullante, de las que se pueden ver cuando observas desde el balcón. Ella seguía allí, apoltronada sobre los acolchados. La puerta se abrió, lo supo por la luz de la sala que bañó la pared frente a ella. Si su gatita no se hubiese acurrucado contra sus piernas, si no estuviese ronroneándole contra la palma de su mano, Nina hubiese jurado que la superficie sobre la cual se encontraba apoyada, no existía.

    Era una chica que tendía a no sentir el suelo, y al mismo tiempo, a caerse muy seguido buscando encontrar un final sobre el cual golpearse. Vivía en las nubes, pensando, analizando y muy de vez en cuando, doliendo.

    Mientras seguía acariciando a su mascota, su mente analizaba todo por sí sola, autómata. La situación actual era algo difícil. Una madre que venía llorando a casa porque no tenía dinero, o por dolores en la espalda. Un padre que prácticamente la visitaba una vez al mes, y siempre recordándole, cuán de poco significaba ella para él. Una hermana que la ignoraba y solo le escribía cuando necesitaba algo. Y un par de amigos que solo estaban por estar, mera costumbre. Nina también amaba a una persona, pero el tema del amor, siempre terminaba por provocarle dolores de cabeza. Nina lo entendía todo, veía a lo lejos como cada día, aquel mundo tan duro en el que vivía, iba desarrollándose.

    De vez en cuando, sus profesoras se comunicaban para decirle sin tapujos, lo mal que sus trabajos estaban. A ella mucho no le interesaba, la facultad era sino, un capricho de su madre más que un deseo de ella misma. Era ésta misma, quien creía que estudiando se remendaban todas las heridas que traía Nina, y venían chorreando. Pero la muchacha simplemente miraba a sus ojos, las cubría con ambas manos y sonreía.

    La noche llegaba como siempre, como cada día y la soledad se aspiraba en el aire. Aquel incipiente ardor que pugnaba en su pecho, crecía. Seguía respirando por costumbre, miraba el cielo raso de su techo, contando manchas, observaba las marcas de humedad en su ropero, uniéndolas como constelaciones. Trepaba la mirada en todos los títulos que rezaban al costado de sus libros, recordando frases de aquellos como de memoria. Volvía a recobrar el sentido cuando el cuadro de su abuelo le encontraba los ojos. Lo extrañaba, no caía en la cuenta de todas las lágrimas que guardaba, hasta que ese cuadro y sus ojos, se encontraban.

    Nina miró a su teléfono quien la despertó, su padre iría de visitas hoy. Al llegar la hora, ella ya estaba de pie, vestida y con un mate en la mano. Aquel hombre de ojos grises y rostro un poco parecido al suyo, se encontraba sentado frente a sus ojos. Mientras fingía que prestaba atención a lo que le contaba, ella volvía a llenar el mate con agua y se lo pasaba, escuchaba historias un poco parecidas a las de siempre.

    El perro del vecino gritaba, y la tele profería sólo noticias atiborradas en tragedias falsas. Ella no entendía si era ello o el que la voz de la periodista de turno, que se veía reflejada ahí, tuviese la voz más aguda que hubiese escuchado jamás, pero algo comenzaba a provocarle punzadas en la sien. La persona frente a ella no hacía más que hablar, el vecino de al lado seguía golpeando con un martillo y ella sentía que algo se deshacía. Al tomar un sorbo, su garganta comenzó a arder, el sudor trepaba por su nuca y los pies le temblaban bajo la mesa. Miraba concentrada, el gesto absurdo de su padre. Delineaba a la perfección lo viejas que las comisuras de su cara se habían vuelto con los años. La respiración se le estaba agotando, el aire era pesado, las agujas del reloj sobre la pared parecían no ceder. Los latidos en su pecho empujaban, se deformaban y volvían a galopar.

    Nina se disculpo y se fue hacia el baño, miro sus muñecas y solo cuando vio las líneas rojo carmesí treparse en ellas, supo que solo esas marcas habían sido responsables de que, hubiese podido seguir sosteniendo el aire. Con sus manos las tocó, palpó ambas pieles y distinguió lo cálidas que estaban.

    Nina entendía que aquel calor era el único que sentía, no solo ahora, no solo ahí de pie, frente al espejo y siendo testigo de lo horripilante que lucia el reflejo que él le daba, sino, que esa calidez que ahora trepaba sus brazos, que le llenaba la mente de gozo, podía ser el único abrazo que sintiera real. Puesto que su vida estaba llena de frialdad, a veces se encontraba de pie frente a un mundo que realmente no la necesitaba y ella sin embargo, se hacía a la idea de que tampoco podría admitir que si los necesitaba.

    Era una chica que siempre prefería la soledad, pero que al mismo tiempo la odiaba. Que comprendía hasta el poco amor que sus propia familia le tenía y que se preocupaba solo y únicamente, por no mentirse a si misma. Pero que a veces, fallaba. Se llenaba de confusiones y se perdía en todos los laberintos que su propia mente le dibujaba. Y era ahí, cuando caía en la cama. Abrazaba su almohada y pintaba lágrimas sobre el algodón.

    Nina tenía ojos grandes y tan oscuros, que se volvían negros. Podía ver claramente, todo aquello que podía escribir pero también, todo eso que no decía y se acostumbraba a callar. Por dolor, por costumbre y por placer. Vestigios que susurraban sus fantasmas en las noches, que se mandaban a mudar entre las paredes de su inconsciente.

    Ella prende otro cigarro, saboreando el amargo de la bilis que acostumbra a desayunar cada día. Como todos los que pasan, los que se lleva el viento y de vez en cuando, se traga el pasado, el que sigue pesando y continúa infectando.
     
    #1
    Última modificación: 26 de Mayo de 2020
  2. goodlookingteenagevampire

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    Llevamos a cuestas el tipo de vida que heredamos hasta que de hastiados rompemos esos vínculos para iniciar de cero y con alguna pizca de esperanza. Eso de pintar lágrimas sobre algodón sonó bien. Un saludo, Nat.
     
    #2
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  3. Rosmery Pinilla Acosta

    Rosmery Pinilla Acosta Moder.Surreal, Melanc. Imágen Miembro del Equipo Moderadores

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    No sé si caigo en la redundancia si lo comento, pero tú relato es de sentarse cruzar, tomarse un café y por cada sorbo tomar aire. Me encantó leerte entre pausas y sorbos.
    Abrazos para ti.
     
    #3
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