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La erótica otoñal

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Asklepios, 21 de Noviembre de 2020. Respuestas: 0 | Visitas: 434

  1. Asklepios

    Asklepios Digamos que a tientas

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    “Del otoño y su erotismo”, “El otoño erótico”, “La erótica otoñal”, “Sensibilidad erótica de los otoños”… Zumbaban en mi cabeza éstas y otras ocurrencias con las que dar título a la divagación que me había acompañado en el paseo de aquella tarde.

    Vivo en la periferia, en una barriada compuesta por numerosos y muy altos edificios. Bosque de árboles pétreos sin ramas; árboles con ventanales por hojas insípidas y aburridas; árboles incomunicados, solitarios.

    Bajé en el ascensor. Mientras llegaba a la calle me dio tiempo a escuchar los sonidos secos de la puerta,-clock, psuss, clock-, en su cerrar. Ya en la calle, no quise atender al cómo hacía lo mismo la puerta del portal.

    Salir del barrio no me tomó demasiado tiempo. Lo natural aguantaba a vista de pájaro. Lo más difícil fue abandonar lo asfaltado, los terrenos alumbrados, las evidencias de lo artificial… que al fin pude conseguir.

    Fue uno de esos extraordinarios días que, puntualmente, ofrecen los otoños. La casualidad y,-quizás-, la curiosidad, hicieron que mirara el reloj: las 4:30 de la tarde. La luz resultaba acogedora, tierna, casi masticable. Inconscientemente, creo que fue algo que en mi interior agradecí.

    Tomé un camino nacido de la repetición de innumerables pisadas anónimas que se fue dejando definir por sus lados hasta hacerse camino. Ni si quiera me pregunté dónde acabaría.

    Por la fecha,- apenas quedaba una semana para el fin oficial de la estación-, todavía había demasiadas hojas negadas a abandonar sus posiciones. El clima llevaba,-sospecho que, más que nada, por culpa del quehacer humano- , demasiados años, ¿inestable?, ¿intranquilo?, ¿indeciso?... ¿precipitado a su ruptura?... Me dispuse a disfrutar de esa singularidad. No hacerlo me habría supuesto un muy largo y agrio arrepentimiento.

    No es lo mío la botánica. Apenas sé reconocer qué árbol es éste, qué planta es ésta o qué flor es la de más allá pero, en casos como éste, siempre he considerado la ignorancia como algo positivo. Me explico: el desconocimiento me mantiene ajeno a datos y prejuicios, a clasificaciones, a definiciones… Es para mí un privilegio que me permite gozar,- de lo que en el caso toque-, con más libertad e inocencia.

    Así, a la derecha del camino una hilera de altísimos chopos con demasiados años de inmovilidad sobre sí, me ofrecieron el espectáculo lento de su progresiva desnudez. Su puesta en escena, de un exquisito dominio en la distribución de la luz y sus reflejos, regalaba el mejor espectáculo imaginable. Y más, cuando entró en juego el invisible fluir del aire, origen de esos balanceos con los que se acunan sus destellos verdes de tan mágico y diferente matiz.

    Quizás sean los chopos el mejor ejemplo de la erótica otoñal por esa caída que sus hojas realizan a diario como en insinuante desmayo; por lo paulatino, lento y continuo del ejercicio de su desnudez, algo siempre excitante y, por ello, siempre erótico.

    Me costó mucho dejar de observar aquello. Y eso que apenas había comenzado el paseo.

    El terreno, al ser tan llano, ofrecía enormes espacios, enormes distancias en las que detenerse a observar. Además, cualquiera diría que el cielo hubiese firmado un acuerdo de total tranquilidad dejándose adornar por pequeñas nubes, dibujadas con sutiles y elegantes trazos La tarde prometía.

    Mis ojos se movían inquietos con ganas de captar lo más posible y así dar material para que mi cerebro disfrutara trabajando en transmitir el mayor número de sensaciones a mi ser y en acumular el mayor número de vivencias y recuerdos a, y para mi vivir.

    Mientras lo visual ocupaba una parte de mi concentración, a lo olfativo de dio por destacar. Noté en mí cierto cambio de plano que, para nada, me molestó. Comenzó mi interés por los perfumes del terreno amontonados todos en todas direcciones. Difícil separar unos de otros aunque pude distinguir algunos: de las humedades del matinal rocío; de la acidez sombría del musgo; del esforzado equilibrio natural de las cosas…

    De repente me di cuenta de cuánto había bajado la intensidad de la luz. El otoño siempre ha tenido esa educada manera de avisar de ciertos finales. Y más, de ciertas tardes como aquella. No con tristeza, pero sí que con cierta melancolía, acepté la sugerencia y dirigí mis pasos de regreso a casa hasta la próxima ocasión
     
    #1
    A Luciana Rubio y Alizée les gusta esto.

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